El Destino de un Corazon Congelado

El Destino de un Corazon Congelado

Dione Rose

10/12/2023

La Carta

Las estrellas espectadoras permanecían en firmamento negro, viendo cada noche pasar la vida de aquellas personas a quienes habían dejado su mundo en manos y acompañándolos con un brillo que era casi tan intenso como el frio clima de aquel mágico lugar, pero a pesar de la bella escena en el cielo, aquella no era una buena noche para cierto chico, para Caelest, para la familia Deimos.

Aquella era la noche del aniversario de la muerte de su padre, un hombre que a pesar de tener gran fuerza, la enfermedad lo fue consumiendo poco a poco como un parasito hasta la noche en la que los abandono, cuando el hombre se fue, sus vidas parecían estar perdidas, pues era de esos hombres quienes merecían vivir hasta 100 años o más y brindar su sabiduría a los demás, pero ahora solo permanecerían con el recuerdo de su esencia en aquel lugar. En el pedestal clavado en el suelo yacía su nombre al lado de una pequeña estatua de su rostro puesta sobre otro pedestal un poco más largo, “Morrigan Deimos. Gran guerrero, padre, pero por sobretodo, una increíble persona”, se había ganado los corazones de mucha gente en aquel reino cuando vivía, tanto que ni siquiera la misma emperatriz permitió que le hicieran una tumba común y corriente a su más leal y valiente defensor, – Hizo mucho por mí, y por este reino, jóvenes y viejos deben saber lo valiente que era y cuanto significaba para el reino de Elantine – dijo la misma emperatriz la noche de la ceremonia de entierro, había llegado con esa pequeña sorpresa, y esa sorpresa era su ultimo agradecimiento por todo lo que había hecho – Ahora puedes descansar, te lo mereces – y se despidió, con aquel tono suave y gentil de voz, pero donde habían trozos de melancolía que no eran fáciles de ignorar, era como si estuviera reteniendo dentro de si las ganas que tenia de romper en llanto ahí mismo, pero por mas roto que estuviera su corazón por dentro, siempre se mantenía firme, la familia en cambio, no pudo mantener esa misma firmeza que la emperatriz, todos habían dejado salir cuantas lagrimas quisieran para despechar su dolor que era tan intenso como una fuerte puñalada en sus corazones, pero la emperatriz no solo le dio un regalo al difunto para conmemorarlo, sino también a la familia, les dio su apoyo hasta que pudieran estabilizarse y seguir con sus vidas, cosa que tomo tiempo, pero sucedió, las cosas eran un poco distintas ahora, y cada de vez en cuando se entristecían por recordar a Morrigan, pero habían vuelto a sus vidas normales, y cada año tenían la costumbre de visitar la tumba de su padre, hacerle sus cuidados, tener una pequeña reunión con él, hablar un poco y cenar en familia, ya que él siempre era el que también mantenía a la familia unida, nada les costaba reunirse al menos una vez para cenar en familia, como a su padre le encantaba hacer y ahora no podían hacer tan seguido gracias al trabajo duro que tenían que hacer, pues gracias a una crisis interna del castillo que hubo hace algunos años causo que la emperatriz descuidara ciertas cosas y por ende aquello causo un problema económico en el que ahora era un poco difícil conseguir ciertas cosas para la vida cotidiana, claro que hubieron quejas, pero la emperatriz intento resolver la situación como pudo, y tuvo la suerte de tener un reino donde habitaba gente trabajadora que además la apoyaba.

No se sabe bien lo que paso en el castillo, hay muchas teorías y rumores de lo que pudo haber sido, pero nadie sabe cuál es la verdad, aunque la más famosa entre ellos es la de “El corazón congelado del heredero”, se dice que la crisis fue gracias al corazón del heredero, que aparentemente se congelo de la nada pero aún seguía vivo por la magia, pero aquello había causado que careciera de sentimientos, empatía y al parecer cordura, pues el heredero tomo su espada y asesino a sus hermanos y hermanas y parte del personal del castillo, la emperatriz tuvo que intervenir y logro hacerlo volver en si con su magia, pero dicen que su corazón sigue helado y ahora el próximo príncipe a la corona es alguien sádico, peligroso, alguien con quien no deberías meterte o desobedecer sus reglas, y el reino ahora estaba condenado por eso.

Al menos ese era el rumor que siempre solía oír en su día a día… No había día que escapara de la maldición del corazón congelado del heredero salir de la boca de las señoras chismosas y hombres insatisfechos que al terminar siempre decían algo como – La reina debería buscar a alguien más digno para usar la corona, ¡no un asesino! – Aunque tuviera que admitir que estaba de acuerdo con aquella frase, era algo sobre lo que no podían opinar ni actuar, pues aquel “asesino” seguía teniendo la sangre azul en sus venas, por ende, no podían hacer nada a menos que el muriera, y nadie se atrevía a hacerle frente de esa manera, solía preguntarse: ¿habría sido su padre capaz de hacerle frente? Era como si traicionara a la corona misma si asesinaba al heredero, pero tal vez hubiera sido algo que hubiera considerado para salvar el trono del príncipe desquiciado, una acción que seguramente sería apoyada por el pueblo preocupado, o tal vez la emperatriz al morir, ¿le hubiera dejado la corona a él? No sabia si seria un buen rey o no, pero estaba seguro que estaría dispuesto a hacer lo que sea para mantener el reino en pie.

Siempre solía pensar cosas así cuando escuchaba el mismo cuento y nunca parecía aburrirse de ello, por más ocupado o concentrado que estuviera en su trabajo, en su mente siempre había un espacio para pensar en ese tema y debatir solo contra ello, ese tipo de cosas hacia que las horas del día pasaran volando como una efímera estrella fugaz en el cielo, cuando sentía que el sol se ponía, sabía que era hora de dejar su trabajo, bajar el hacha, ordenar las cosas y retirarse, no se molestaba demasiado en despedirse de sus compañeros o de su jefe, no tenía relación más allá que lo laboral con ellos y tampoco estaba interesado en llegar más allá en eso, solo tomaba su abrigo, sus cosas, y se marchaba a su hogar, una cabaña algo alejada del resto del pueblo, donde la nieve cubría parte del camino pero no era difícil llegar, y donde el bullicio parecía desaparecer en cada paso en el que avanzaba y el silencio y la calma te rodeaban, tal vez podía parecer que el camino no llevaba a ninguna parte y estaba perdido, pero a lo lejos pronto se podría apreciar una gran cabaña con nada mas que nieve alrededor y que escupía humo oscuro por la chimenea el cual indicaba que había alguien allí, ese era su hogar.

– Mama, ¿estás aquí? – Grito al entrar por la puerta mientras sacudía sus botas para quitar el resto de la nieve.

– Hijo, ¡has llegado! – Exclamo la vieja, pero elegante voz de su madre recibiéndolo a la puerta – ¿Cómo te ha ido cortando madera? – Preguntó mientras tomaba el abrigo de Caelest en lo que él se lo quitaba.

– Bien, me pagaran dentro de poco, ¿Deynira no ha llegado? –

– ¿Tu hermana? No… Parece estar tardando un poco más de lo habitual – Tal vez esta retenida en el trabajo, sabes cómo los niños se encariñan rápido con ella – Comentaba mientras terminaba de pasar al interior de la cabaña – ¿Tienes hambre, hijo? –

– No, mama. Así estoy bie – Una voz reconocida pareció interrumpir a Caelest cuando estaba respondiendo.

– ¡Mamá, hermano! – Se podía escuchar cada vez más fuerte, se trataba de su hermana, quien venía corriendo a toda prisa hacia la puerta de la cabaña que aun permanecía abierta sin importarle si se resbalaba por la nieve que aparecía en su camino.

– Ay, mama… – Con la velocidad en la que iba no tardó en llegar a la puerta, pero gracias a que venía corriendo llego bastante exhausta, por lo que se tomó un tiempo en el que se inclinó un poco hacia adelante y apoyo sus brazos en sus rodillas para tomar aire.

– ¡Deynira! ¿Por qué llegas asi? ¿Qué pasa? – Preguntó Elizabeth, preocupada por su hija y su estado.

– La emperatriz… Unos mensajeros me entregaron un mensaje de la emperatriz Jadis – Dijo entre jadeos y bocanadas de aire mientras Caelest y Elizabeth eran sorprendidos por la noticia y Deyinira alzaba una de sus manos con la carta exclusiva de la emperatriz, Elizabeth la tomó de inmediato y comenzó a leerla con Caelest al lado.

– Una audiencia obligatoria para mañana… ¿No te dijeron por qué? –

– No… Pero – ¿Sera por Morrigan? ¿Por qué nos mandaría a asistir a una audiencia a nosotros? – Mamá, los mensajeros me dijeron que solo quiere que asista Caelest – La madre pareció cambiar su expresión al escuchar aquello.

– ¿Solo Caelest? ¿Por qué seria? ¿Te metiste en algún problema? – Preguntó al chico, pero el parecía igual de confundido.

– No, lo juro… ¿Por qué me especificaría solo a mí? – Se preguntó a sí mismo

– Caelest, mamá ¿no se dan cuenta de lo que esto puede significar? – Dijo Deynira, enderezándose una vez ya había recuperado el aliento y viendo a su madre y a su hermano con un extraño brillo en los ojos y aparente emoción.

– ¡Podría significar que le pedirán a Caelest tomar el puesto de papá! – Exclamó, esperando una reacción de ambos, pero parecían haberse quedado procesando la información, aun parecían confundidos.

– Pero… ¿Por qué ahora? ¿Este tipo de cosas no deberían suceder cuando era más joven? – Comentó Caelest

– Quien sabe… Pero es la emperatriz Jadis, ¡seguro sabe lo que hace! – Aunque no pudieran entender del todo las razones de la emperatriz, debían confiar en ella y en las decisiones que tomaba.

– Tienes razón, pero aun así parece algo bastante urgente, y hay algo que no me termina de cuadrar.

– Vamos hermano, ¿no te puedes emocionar un poco? ¡Esta podría ser una gran oportunidad para ti! Seguir el camino de papá es algo que siempre has querido – Era cierto, Caelest desde que tenía memoria miraba con gran admiración a su padre como guerrero y siempre decía que sería como el, incluso cada vez que su padre tenía tiempo libre lo entrenaba, le enseñaba a pelear y practicaban durante varios años, hasta que la enfermedad lo consumió, no es que no estuviera emocionado por la oportunidad, pero su presentimiento le decía que algo no estaba bien, pero no tenia de otra que seguirle la corriente a su hermana.

– ¿Asistirás mañana? – Dijo Elizabeth viendo a su hijo algo preocupada mientras le entregaba la carta.

– Pues, es una audición obligatoria de la emperatriz, no es como si tuviera otra opción, ¿no? – Ninguna respondió, pero sabían que él tenía razón.

– Deberíamos sentarnos juntos a comer, si ella me quiere como caballero significa que me iré de aquí un tiempo, una última cena en familia no estaría mal – Ambas mujeres intercambiaron miradas, y asintieron con sus cabezas ante la petición del chico, un último momento en familia no vendría mal, y además podrían aprovechar aquel momento para celebrar.

Y así fue, la familia se dirigió a la gran mesa y cada quien se sentó en su respectiva silla, comieron, hablaron, se rieron, lloraron, y se quedaron hasta tarde hasta que no pudieron combatir más contra el sueño por el cansancio del arduo trabajo que hicieron en el día, Caelest se despidió de su hermana y su madre, y se recostó en la cama de sus habitación la cual era iluminada por una única vela, posada en una mesa de noche junto un retrato de su difunto padre, el chico se quedó mirando el techo de madera en silencio y con aquel rostro serio y pensativo que había mantenido durante casi todo el día en el trabajo.

– ¿Qué tienes en mente, Jadis?

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