La Aventura de Odalis capitulo I

La Aventura de Odalis capitulo I

El Gris

07/12/2023

La brisa salada acariciaba las playas de San Andrés, mientras el sol descendía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos. Odalis, una niña de doce años, se encontraba junto a sus padres, inmersa en la belleza del paisaje caribeño. Las palmeras se mecían suavemente con la suave brisa, y las olas besaban la orilla con un murmullo constante.

—¡Papá, mamá, miren esto! —exclamó Odalis, señalando un colorido arrecife de coral que se asomaba entre las aguas cristalinas.

Sus padres sonrieron, compartiendo la emoción de su hija mientras disfrutaban de su tiempo juntos en aquella isla paradisíaca. Después de un día lleno de sol y mar, decidieron explorar un poco más de la cultura local y se dirigieron hacia un pequeño museo de antigüedades en el centro de San Andrés.

Al entrar al museo, los ojos curiosos de Odalis se iluminaron al descubrir una sala llena de tesoros históricos. Entre las reliquias, un cofre de madera tallada capturó su atención. El cofre estaba adornado con intrincados relieves de espadas cruzadas y criaturas marinas que parecían cobrar vida.

—¡Papá, mira este cofre! ¡Es increíble! —exclamó Odalis, con los ojos brillando de entusiasmo.

Su padre, contagiado por la emoción de su hija, examinó el cofre detenidamente. Tras unos momentos, asintió y decidió comprarlo como un recuerdo especial de su viaje a San Andrés. Odalis sonrió ampliamente mientras salían de la tienda, llevando consigo el misterioso cofre.

La noche cayó sobre la isla, y mientras la familia descansaba en su hotel, los sonidos de disturbios rompieron la tranquila melodía nocturna. Hombres con capuchas y armas comenzaron a invadir los hoteles y tiendas, sembrando el caos por donde iban.

El padre de Odalis, alertado por los ruidos, decidió actuar con rapidez.

—¡Odalis, despierta! Tenemos que salir de aquí ahora mismo —dijo su padre en un susurro apresurado.

Odalis se despertó confundida, pero al ver la urgencia en los ojos de sus padres, se puso de pie rápidamente. Con el cofre en mano, la familia abandonó el hotel en silencio, tratando de evitar a los intrusos que causaban estragos en la noche isleña.

—Papá, ¿qué está pasando? —preguntó Odalis, aferrándose al cofre con fuerza.

—No lo sé, Odalis, pero necesitamos mantenernos a salvo. Este cofre podría ser más especial de lo que pensábamos —respondió su padre, mientras guiaba a la familia hacia la seguridad de la oscuridad de la noche.

La familia de Odalis, siguiendo las sombras de la noche, se aproximó a la tienda de antigüedades. Mientras se mantenían a salvo de la mirada de los encapuchados que saqueaban la isla, observaron con horror cómo estos se llevaban todos los cofres y mapas antiguos de la tienda. El aire se llenó de murmullos de los conspiradores, quienes hablaban de dejar la isla sumida en el caos de su revolución.

Con cautela, el padre de Odalis, buscando refugio, encontró un modesto rancho con techos de palmas secas. Lo revisó rápidamente, asegurándose de que estuviera desocupado, y llevó a su familia a resguardarse allí durante la noche. El murmullo de los encapuchados resonaba en el aire, mezclado con la ansiedad que llenaba el ambiente.

La mañana llegó con la noticia impactante de que el ejército de Colombia había llegado a la isla para tomar el control. La paz se desvaneció rápidamente, dando paso a una batalla caótica con armas. Los soldados, con determinación, evacuaron a los turistas y a la gente del lugar en un intento frenético de restaurar el orden.

Despertado por la urgencia, el padre de Odalis guio a su familia hacia el caótico escenario. Corrieron hacia los soldados, esquivando las balas que silbaban en el aire. Odalis, en un intento de seguir a su familia, presenció cómo su padre recibía un disparo en la espalda y caía al suelo. El grito desgarrador de «¡Papá!» resonó en medio del caos, mientras Odalis quedaba petrificada por la trágica escena.

Un soldado, en un acto rápido y decidido, cargó a Odalis en sus brazos y la llevó hacia un helicóptero de evacuación. Sus lágrimas caían sin control, y sus ojos no podían apartarse del cuerpo inerte de su padre en el suelo. La madre de Odalis, a punto de subir al helicóptero, fue alcanzada por un disparo en la cabeza, cayendo sin vida al suelo.

Odalis, ahora sin habla, observaba la pesadilla que se desenvolvía ante sus ojos. La tragedia había marcado su vida de una manera inimaginable, y el sonido de las hélices del helicóptero resonaba en sus oídos como un lamento doloroso mientras abandonaban la isla.

Ocho años después de la tragedia en San Andrés, Odalis había reconstruido su vida en Guatemala. La embajada de Guatemala y sus abuelos paternos se convirtieron en su nuevo refugio, y aunque la pérdida seguía siendo una sombra en su corazón, había aprendido a canalizar su dolor hacia una pasión que descubrió durante sus años de adolescencia: la exploración.

Convertida en una mujer joven y decidida, Odalis se convirtió en una aficionada a la arqueología y la búsqueda de artefactos históricos perdidos en su propio país. Cada rincón de Guatemala era un nuevo misterio que esperaba ser descubierto por sus ojos curiosos.

Una noche, en su habitación llena de mapas y reliquias, Odalis decidió buscar un detector de metales para sus futuras expediciones. Entre cajas y estantes, sus manos tropezaron con el cofre que su padre le había comprado en San Andrés. Un sentimiento de melancolía y enojo la invadió, recordándole el trágico pasado que marcó su vida.

Con un gesto impulsivo, Odalis arrojó el cofre contra la pared de su habitación. El impacto liberó la cerradura antigua, haciendo que la tapa se abriera. Una moneda de oro resonó en el suelo junto con un pergamino enrollado y una pequeña libreta. Odalis, sorprendida por lo que encontró, se acercó lentamente y recogió los objetos con sus manos temblorosas.

La moneda, brillando con el fulgor del oro antiguo, parecía contar historias de épocas pasadas. El pergamino, desenrollado, revelaba escrituras y dibujos que parecían ser parte de un mapa o una pista. Pero lo que más llamó la atención de Odalis fue la libreta, cuyas páginas amarillentas parecían guardar secretos esperando ser revelados. Odalis estaba sumida en un silencio tenso, con el cofre abierto a su lado, Odalis observaba las páginas de la libreta con un mensaje cifrado en el tiempo. Con cuidado, recogió el pergamino y la moneda de oro, sintiéndolas entre sus dedos mientras absorbía la realidad de lo que tenía en sus manos. Con una determinación creciente, se levantó y se dirigió al cuarto de estudio de su abuelo, donde la computadora aguardaba pacientemente. Encendió la máquina con un clic resonante y comenzó a escanear la libreta luego se puso leer la libreta en la pantalla. La escritura con pequeños fragmentos de mapas que cobraba vida en cada línea. Las páginas, llenas de acertijos y misterios un rompecabezas que Odalis estaba ansiosa por resolver. La primera página la llevó a la densa selva amazónica, parte de Colombia. El acertijo, enigmático y poético, hablaba de una cortina de agua que cubría un camino y escondía un destino. Odalis pensó en el acertijo por pocos segundos.

Observó el techo de la habitación con una mirada pensativa, sus ojos fijos en un punto invisible mientras reflexionaba sobre el próximo paso. Respiró hondo y, con determinación, se sumergió en el vasto océano de internet. Sus dedos danzaron sobre el teclado mientras buscaba vuelos a Colombia, marcando el inicio de una nueva travesía. Con un suspiro contenido, Odalis completó la transacción para asegurar un boleto de avión que la llevaría de regreso al lugar donde comenzó todo. La pantalla mostraba detalles del vuelo, y Odalis, con un brillo de resolución en sus ojos, se preparaba para enfrentar los desafíos que aguardaban en la selva,

El día siguiente amaneció con un sol radiante, y la determinación brillaba en los ojos de Odalis mientras empacaba cuidadosamente su maleta y su mochila. Con su típica vestimenta de aventura, unas botas resistentes tipo montañesas, una camisa 3/4 y una pequeña chamarra de mezclilla, estaba lista para enfrentar los desafíos que la esperaban en la selva colombiana.

En su mochila de carga, guardó utensilios esenciales: una brújula confiable, una linterna resistente al agua, una cantimplora, un cuchillo multiusos y mapas detallados de las regiones que exploraría. Con cada objeto colocado estratégicamente, la mochila se convirtió en su compañera de travesía, lista para seguir los acertijos de la libreta y descifrar los misterios que aguardaban en la selva.

Antes de partir, compartió unas palabras con sus abuelos, quienes la apoyaron con expresiones de amor y comprensión. Sabían que esta aventura era una parte crucial en la búsqueda de respuestas que Odalis anhelaba. Con una sonrisa de gratitud y determinación, salió de su casa llevando consigo no solo su equipaje, sino también el legado de sus padres y la fuerza de su propia valentía.

En la calle, subió a su moto, el viento ondeando su cabello mientras se colocaba el casco. El rugir del motor marcaba el inicio de su viaje hacia el Aeropuerto La Aurora de Guatemala. La ciudad se deslizaba rápidamente a su alrededor mientras avanzaba con determinación hacia el aeropuerto.

Al llegar, Odalis pasó por migración con la mochila en la espalda y una mirada decidida en sus ojos. Entró al avión y se acomodó en su asiento. Desde la ventanilla, observó cómo Guatemala se desvanecía a medida que el avión ascendía. El verde exuberante del paisaje ofrecía una despedida, pero también prometía el regreso.

Con un suspiro de mezcla entre nostalgia y anticipación, Odalis se colocó los audífonos, seleccionó una lista de reproducción que había preparado para el viaje y se recostó en su asiento. El avión despegó, ascendiendo por encima de nubes esponjosas, y ella se sumergió en el paisaje cambiante mientras la música resonaba en sus oídos. La aventura llamaba a Odalis, y en cada latido de su corazón, sentía la resonancia del viaje.

Capítulo I – Colombia

El aeropuerto de Colombia recibió a Odalis con la efervescencia característica de una ciudad vibrante. Después de pasar por los procedimientos de revisión y aduana, decidió solicitar un Uber que la llevara a su hotel. El conductor llegó puntual, y el trayecto por las calles bulliciosas de la ciudad le permitió a Odalis absorber la atmósfera de su nuevo entorno.

Al llegar al hotel, la recepción la recibió con amabilidad, y Odalis se dirigió a su habitación. La vista desde la ventana ofrecía un vistazo a la arquitectura urbana de la ciudad, pero su mente estaba centrada en la selva amazónica que la aguardaba.

Después de instalarse, se aventuró en la búsqueda de información sobre cómo llegar a la selva. La intuición la llevó a un restaurante local de comida colombiana, donde la fragancia de las especias y los sabores auténticos llenaban el aire. Odalis se sentó y observó a su alrededor, notando una familia disfrutando de su comida a una silla de distancia.

Intrigada, Odalis se volvió hacia el padre de familia, Fernando, y educadamente le preguntó sobre cómo llegar a la selva amazónica. Una conversación amigable se entabló, y Fernando, presentándole a su familia —su esposa María, su hijo Enrique y su hija Luisa—, explicó que estaban planeando alquilar un helicóptero para explorar Colombia desde las alturas, con destino al municipio de Leticia, una puerta de entrada a la selva.

Odalis, emocionada por la coincidencia, compartió su propio propósito de llegar a la selva amazónica. Fernando propuso que se uniera a su travesía y compartieran los gastos del alquiler del helicóptero. Ante esta oportunidad inesperada, Odalis aceptó con gratitud. Fernando le detalló que el vuelo estaba programado para las 4 de la tarde, permitiéndoles llegar a Leticia en la noche para descansar. Odalis asintió con determinación y agradecimiento, asegurándole que estaría allí a tiempo. La conexión entre los destinos personales de Odalis y la familia de Fernando se entrelazaba como un hilo invisible que los llevaba hacia un destino compartido.

A las 4 de la tarde, el rugido del helicóptero llenó el aire mientras la familia de Fernando ya se encontraba acomodada en sus asientos, listos para el vuelo. Odalis fue recibida con cálidas sonrisas y gestos de bienvenida al subir a la aeronave. Juntos, emprendieron un viaje que los elevó por encima de los paisajes únicos de Colombia, ofreciéndoles vistas que se grabarían en sus memorias para siempre.

Las alturas revelaron la majestuosidad de las montañas, la serpenteante belleza de los ríos y la exuberancia de la selva. Odalis, emocionada y agradecida, capturaba mentalmente cada detalle, sabiendo que esas imágenes se convertirían en tesoros en su propia libreta de recuerdos.

Llegaron a Leticia a las 6:30 de la tarde, y al descender del helicóptero, Fernando y su familia invitaron a Odalis a cenar en el parque del municipio. Entre la calidez de las luces y el murmullo de la gente, compartieron comidas deliciosas y risas sinceras. María, curiosa, le preguntó a Odalis sobre su razón para estar en Colombia, especialmente en la selva. Odalis, con una sonrisa astuta, mencionó que era fotógrafa y tenía la misión de capturar imágenes de aves en su hábitat natural. La pequeña mentira provocó emoción en la familia de Fernando, quienes le ofrecieron regalarle una de las fotos cuando las tuviera. Después de la cena, agradecida, Odalis se despidió con la promesa de encontrarse con ellos más adelante. Al llegar al hotel, se preparó para el siguiente capítulo de su aventura. Al día siguiente, al buscar a alguien que la llevara más adentro en la selva, fue sorprendida por la voz amistosa de Fernando, quien disfrutaba de una taza de café.

«¿Probaste el café de la región?», preguntó Fernando, y con una taza en sus manos, le invitó a probarlo. Odalis, entre risas, bromeó diciendo que le encantaba, pero que no se comparaba con el de su país. Fernando, con una sonrisa cómplice, le comentó que tenía una lancha para recorrer el río con otros turistas. Agradecida pero enfocada en su misión, Odalis declinó la oferta, explicando que tenía que dirigirse a una zona específica en la selva. Fernando, comprendiendo, le deseó éxito y se despidió, junto con su familia que, a lo lejos, levantaba las manos en un adiós amistoso.

Odalis caminaba por las calles de Leticia, su mochila fielmente en la espalda, tratando de descubrir quién podría llevarla al centro de la selva. Preguntó a los locales, quienes entre sonrisas y miradas curiosas le indicaron que solo conocían a un hombre excéntrico, un verdadero «loco» que se aventuraba en lancha a esos rincones remotos. Con la dirección en mano, se encaminó hacia la cabaña indicada.

Después de unos minutos de caminata, llegó a la cabaña y tocó la puerta. La puerta se abrió revelando a un hombre moreno, con una camisa de flores que hacía juego con el entorno selvático y cabello largo que caía en cascada sobre sus hombros. Sus ojos chispeaban de vivacidad y, al sonreír, dejó entrever un diente frontal de oro. Odalis, con una risa fingida, le preguntó si podía llevarla a una dirección específica.

El hombre, con tono relajado, le respondió con una mezcla de sabiduría y humor. «Mira, linda, esa zona solo la frecuentan los narcos y los cadáveres de los narcos, y tú no eres ninguno de los dos». Odalis, con una confianza disfrazada, le ofreció pagarle por sus servicios. El hombre, con una mirada directa, le advirtió que solo un idiota moriría por dinero.

Odalis, sin inmutarse, le propuso la suma de 100 mil dólares. El hombre, conocido como Vinces, se bajó las gafas de sol y, con una expresión seria, le preguntó cómo sabía que no estaba mintiendo. Odalis abrió su mochila y mostró la moneda de oro, desencadenando una sonrisa intrigante en el rostro de Vinces.

«Bueno, me llamo Vinces, pero puedes llamarme el loco o mi amor, como gustes», dijo con una actitud desenfadada. Odalis, con un gesto de sus ojos dando vueltas. Vinces le indicó que lo siguiera hasta su barco y se dirigieron hacia un pequeño muelle improvisado. Al llegar, Odalis observó la lancha vieja con poca pintura y preguntó, incrédula, ¿este es tu barco?, Vinces, con humor, le dijo que no era solo un barco, sino su belleza. Odalis río con una risa hipócrita, y ambos se subieron a la lancha, adentrándose en la selva junto con el río.

Mientras la lancha se internaba más y más en la selva, los sonidos de la naturaleza se intensificaban: cantos de aves, murmullos de hojas moviéndose y la sinfonía de insectos que despertaban en la oscuridad del bosque. Entre lo verde y lo húmedo, sombras se movían, ocultando a criaturas misteriosas.

El loco, manejando la lancha con destreza, rompió el silencio al preguntar a Odalis sobre su presencia en la selva. Con una risa nerviosa, ella le explicó que era fotógrafa y estaba allí para capturar imágenes de aves. Sin embargo, la respuesta no convenció al loco, quien la miró fijamente y le advirtió que no era estúpido y que en esa parte de la selva había pocas aves. Ante la sospecha, Odalis, frunciendo las cejas, optó por el silencio y desvió la mirada hacia adelante, concentrándose en el curso del río. La lancha avanzaba en medio del silencio roto solo por el murmullo del agua y los sonidos de la selva.

De repente, el loco rompió la quietud al hablar sobre su diente de oro, revelando que lo obtuvo al encontrar oro en la zona. Mencionó la leyenda del Dorado y la presencia de oro en la región, aunque nadie había encontrado la mítica ciudad dorada. Odalis, con sarcasmo, mencionó que tal vez ella sí la encontraría.

El loco rió estruendosamente, una risa que resonó en la selva como un eco desafiante. En ese momento, la selva parecía responder a la carcajada del loco, y movimientos fuertes en las orillas del río captaron la atención de Odalis. Hombres armados emergieron de la oscuridad de la selva, gritando al loco que dirigiera la lancha hacia la orilla y apagara el motor. La situación se volvía tensa, y en ese instante, las miradas entre Odalis y el loco reflejaban una incertidumbre compartida.

Los hombres armados miraron a Vinces, y le pidieron explicaciones sobre su presencia. El loco, sin inmutarse, se presentó y les explicó que era un habitual de la zona. Al señalar a Odalis, la mujer de los hombres preguntó quién era él. Vinces, con un aire de confianza, respondió que Odalis era una fotógrafa profesional que venía a capturar imágenes de monos.

Los hombres ordenaron que se bajaran de la lancha, les colocaron correas en las manos y los llevaron a través de la selva hasta llegar a su campamento. El lugar era un enclave ilegal con casas de campaña y un laboratorio para la fabricación de drogas. Jaulas improvisadas de bambú y otras metálicas albergaban a personas esclavizadas, principalmente indígenas.

Sentaron a el loco y a Odalis en el suelo, y en un momento tenso, Vinces le advirtió a Odalis que no hablara. Un hombre vestido de militar, a quien llamaban el Lagarto, se acercó con su escolta. Levantaron a el loco y a Odalis, y cuando loco intentó hablar, un escolta lo golpeó en el estómago.

El Lagarto, líder de la operación, se presentó y les preguntó qué hacían en su territorio. El loco intentó explicar que solo estaban de paso para fotografiar monos, pero el Lagarto, mirando a Odalis, desconfiado, insinuó que ella podría ser de la DEA o una espía. Antes de que la situación se agravara, una explosión resonó en la distancia. Odalis aprovechó la distracción, le propinó una patada en los testículos al Lagarto y escapó entre el caos desatado. Mientras los rebeldes indígenas atacaban al campamento de los narcotraficantes, Odalis buscó desesperadamente un objeto para liberarse. Encontró un hacha y se desató.

Corrió entre las balas, buscando un camino a través del enfrentamiento. Un hombre se le acercó, lanzándole el hacha que impactó en su pecho. A lo lejos, Vinces le gritó a Odalis “huye mi amor”, mientras sacaba una pistola de un hombre muerto en el suelo. Odalis, con sonrisa, corrió hacia una moto de enduro y se alejó por los caminos improvisados del campamento narcotraficante. Explosiones, disparos y gritos resonaban a su alrededor. Tres hombres, también en motos, la persiguieron a toda velocidad, desatando una persecución mortal en la densa selva.

La persecución continuó por el camino improvisado, con Odalis conduciendo la moto paralela a un precipicio que se asomaba sobre el río. Los hombres que la perseguían le disparaban mientras ella observaba una cascada que caía desde lo alto del precipicio. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia ella con toda la velocidad que la moto podía dar, saltando y cayendo paralela a la cascada. Los hombres, desde la orilla del precipicio, se asomaron para buscar signos de vida, pero no encontraron nada. Convencidos de que Odalis había perecido, decidieron retirarse. Mientras tanto, Odalis emergió del río y se acostó en el suelo, luego se sentó, asustada, y notó que su mochila estaba flotando en el agua. La recogió, revisó sus pertenencias y, al levantar la vista, vio la cascada por unos segundos. En ese momento, reaccionó al acertijo: la cortina de agua.

Emocionada, rodeó la cascada y descubrió una cueva detrás de ella. Ingresó un poco y se desvistió para secar su ropa. Creó una pequeña fogata y se calentó un poco antes de darse cuenta de heridas menores en su cuerpo. Se vistió, creó una antorcha y exploró la cueva, escuchando goteras y viendo pinturas rupestres y cráneos humanos. A lo lejos, observó una luz que ingresaba desde el techo.

Odalis se dirigió hacia la luz y encontró un plato de oro puro con grabados antiguos en el suelo. Lo guardó en su mochila y salió de la cueva. Al salir, escuchó a alguien gritar “señorita, mi amor” y vio al loco a lo lejos, sangrando de la cabeza. Odalis le gritó, “aquí loco” y ambos se reunieron. El loco, riendo, “esos idiotas no pudieron conmigo y recupere a mi belleza». Juntos se subieron a la lancha y regresaron a Leticia.

Al llegar a Leticia, Odalis le pidió al loco que le prestara su casa para revisar algo. Mientras Odalis se curaba las heridas, el loco le ofreció mate. Odalis, probándolo por primera vez, “que es esa porquería” expresó su disgusto y el loco rió, “es mate señorita”. Sentados juntos, el loco le preguntó seriamente a Odalis “¿a qué has venido a este lugar?” Odalis compartió la historia del cofre y la tragedia de su familia. Luego, sacó de su mochila el plato de oro puro con grabados. El loco, al verlo, exclamó emocionado, «¡Mi madre tenía razón!».

Al escuchar las revelaciones del loco sobre su madre, Odalis dio un brinco de susto y exclamó: «¡Qué diablos pasa contigo, me asustaste!». El loco, con calma, explicó que su madre fue una destacada arqueóloga de la zona en búsqueda de la ciudad de oro. Le contó que, tras no encontrar pruebas sólidas, la comunidad la tachó de loca, y falleció con el apodo de «la loca del pueblo». Con el tiempo, el título de «loco» pasó a él.

Odalis, intrigada, escuchó atentamente la historia y le preguntó al loco si su madre tendría algo parecido a los geoglifos que ella había encontrado. El loco reflexionó unos segundos y respondió: «Sí, creo que sí. Déjame buscar en sus cosas». Se sumergió en los objetos de su madre y encontró unas hojas con varios signos. Se las entregó a Odalis, quien al compararlos con los geoglifos que había encontrado, se dio cuenta de que eran idénticos.

Decidió anotar los geoglifos en un papel y le preguntó al loco si tenía alguna computadora. El loco asintió, y Odalis, llena de determinación, ingresó a internet en busca de un traductor de geoglifos. Después de una búsqueda intensa, encontró a un experto en México llamado Gerardo Ramírez.

Odalis, después de empacar sus cosas, se dirigió al loco Vinces y le expresó su agradecimiento: «Gracias por todo, Vinces, de verdad. Pero es momento de partir». El loco, con emoción en los ojos, le preguntó: «¿A dónde irás?». Odalis le respondió con determinación: «Tengo que ir a México a resolver esto».

Los ojos del loco se llenaron de lágrimas y, con una mezcla de tristeza y afecto, le dijo: «Después de todo lo que hemos pasado». Odalis, girando los ojos, “Por favor, loco. Yo te dije que te iba a pagar, y lo haré. Así que ten». Le entregó el plato de oro, y el loco lo sostuvo, agradecido, diciendo: «Mil gracias, señorita. Ahora sé que mi madre jamás estuvo loca, como dicen. Gracias».

El loco le dio un abrazo afectuoso y le entregó un teléfono satelital que había guardado siempre. Odalis agradeció y se despidió. Al salir de la casa del loco, este salió por la ventana y le gritó: «Mi amor, allí va mi número apuntado por cualquier cosa. ¡Yijaaa!». Odalis se sonrojó mientras la gente a su alrededor la miraba. Sacudió la cabeza y siguió su camino hasta la parada de autobuses, donde tomaría un transporte hacia Bogotá para luego abordar un vuelo con destino a México.

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