Un ligero dolor de garganta

Un ligero dolor de garganta

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07/12/2023

                                                                Un ligero dolor de garganta.

Si su pescuezo girase a la derecha sin lugar a dudas observaría una cortina ligera tambaleándose bajo el intrínseco deseo de la brisa nocturna. Tan solo si su pescuezo girase a la derecha, pero su masa cefálica únicamente le permitía fijar la mirada en un punto predeterminado del cielo raso, a la vez que su espalda se acomodaba ligeramente en la esponjosidad de su cama lo cual era matizado por un ligero dolor de garganta. El mirar se concentraba en el cielo raso, y a pesar de dicha quietud, su cuerpo se movía en un vaivén recurrente, como si se tratase de un velerito apenas sujeto al fondo oceánico por un ancla de polipropileno.

En sus márgenes y más allá de estos, se propagaban un sinfín de escenarios con líneas narrativas tan honrosas como para ser mentadas. El bailoteo en las antenas de las cucarachas bien podría traerse a colación, las cuales, hospedadas en las tinieblas bajo la mesada, interrumpían el trayecto de diversas moléculas cárnicas dispersas en el aire provenientes de un tachito de basura abierto. También bien valdría describir a los fantasmitas de las polillas, que tomando por plateas la desorganizada (en términos cromáticos) pila de remeras en el armario observan con cariño las prendas de vestir que en este momento utilizaba Shelo. Pero para él, para Shelo, el mundo era un espacio de tránsito, un terreno fecundo en el cual diversas sensaciones, como un gusto anclado al medio de su garganta, o un acelerado pulso intercalado con otro más lento, le configuraban un mensaje proveniente de otra dimensión. Shelo miraba el cielo raso y en esa mirada observaba un recuerdo.

¿De qué se trataba esto? ¿Qué cositas radicadas en el centro de su glóbulo occipital traía al presente? Nada especifico, simplemente una escala polivalente de sensaciones que viraban en torno a la dulzura o el amargor con un vértigo tal que podría compararse con el estado metal de un acrofóbico tomando mates en los límites superiores de un rascacielos. Nada específico, como se ha dicho, pero sin dudas tan intuible, tan rastreable, tan predecible que sería tanto más complejo descifrar el resultado de una función de grado uno que el eje central de esta cuestión.

La cosa era sencilla, él sabía que, al menos una vez, había muerto. Esto no lo convertía en un sujeto digno de admiración ni mucho menos en un anarquista capaz de sortear las reglas más irrevocables de la naturaleza. Él había muerto y muchísimas otras personas lo habían hecho en una dos, o hasta ocasiones en lo que respecta de las últimas diez décadas. ¿Y por qué precisamente en este lapso temporal? Sencillamente porque ese escalar numérico se corresponde con la fecha en la que el cielo y el infierno, por motivos de escases inmobiliaria, decidieron no aceptar ningún inquilino más.

Como se dijo, la cosa era sencilla, él había muerto. Seguramente tras esto su alma deambuló por meses descubriendo las maravillosas rutas migratorias de las mariposas trasatlánticas o encarnó el solitario farol de la calle Alem y Almagro, el cual, por cuestiones puramente filantrópicas decide que cada noche cerrada merece la tenue guía de un Caronte puntano para con aquellos solitarios caminantes sanjuaninos. Pero no nos desviemos de la cuestión, él era dueño de un trago amargo, él había muerto.

Quizás su pescuezo en algún momento pasado giró en dirección a los fantasmitas de las polillas, quizás, tras esto, su boca abierta permitió el escape de un exceso de baba capaz de inundar la casa para luego evaporarse sin dejar más rastros que unas aureolas sobre la almohada, quizás pasaron estas cosas y otras tantas más, mientras Shelo, o Shelito como le dicen en el barrio, dormía intranquilamente en un lapso de nueve horas.

Quizaces mezclados con otros quizaces se lamentaban en el universo de las posibilidades sin que a nadie, ni mucho menos a Shelito, le interese, pero también los mismos se regocijaban bajo el encanto de ser los únicos capaces de contemplar como apenas un noventa por ciento de las tostadas se deslizaban por la tráquea del señorito de metro sesenta mientras el mismo interpretaba un desayunar. Y en ese desayunar, en esos labios que se alejaban del borde rebosante de energía interna de una tacita blanca salpicada de mariposas, en ese mirar decepcionado como una pila de platos de cerámica celestes se burlaba en silencio del carácter procrastinado del muchacho, en ese ensayo, unas vagas líneas argumentativas le recordaban el porqué de su deceso.

Ahora caminaba por toda la casa, como si fuese el dueño de un ratoncito invisible (y no un perro por cuestión de dimensiones inmobiliarias) el cual necesitase ser el agasajado en un paseo matinal. Caminaba y caminaba mientras una tenue voz interna pronunciaba, luego de que una larga inspiración corrobore el cariz invernal del aire reinante, que indudablemente este infortunio debió ocurrir a las cinco de la mañana. Sin lugar a dudas las cinco de la mañana e irrefutablemente en la calle Alvarado, volvía a aseverar dicha voz a la par que, por motivos imposibles de esclarecer, Shelo soltaba la correa del inexistente ratón mientras permanecía la puerta abierta. A las cinco de la mañana y por Alvarado, sin lugar a dudas, completaba aquel lenguaje recluido en algún lugar de su pecho, mientras la tibieza de sus pulmones permitía acurrucar una porción de atmosfera maltratada por el mes de Julio.

¿Y por qué en tal calle? ¿Y por qué en tal horario? Sencillamente porque las distintas combinaciones de instantes y cuadras habían sido contrastadas bajo el escrupuloso peso de su sensibilidad. Lejos ya quedaba el 24 de Junio a las siete de la tarde hace cuatro años, en el que un eclipse solar un tanto más longevo que lo habitual mató de inanición todas las azaleas de doña Marcedes (así prefería nombrarla) en San Justo al mil quinientos sesenta. Ni que hablar de la helada del 4 de Junio, ni la evaporación repentina del arroyo lindante a la calle Sáenz Peña un 18 de Febrero. Como fuese, sólo quedaba corroborar aquella triple encrucijada bajo el peso de su exquisita sensibilidad. ¿Se podría confiar en esta cualidad? Obviamente si, el olvido puede asemejarse a un gato malcriado el cual hace caso omiso a cualquier amenaza ante su ausencia pero que se vuelve presente al escuchar el sonido de una bolsa de nylon.

Madrugadas y caminatas a las cinco am en algún mañana le deparaban a su destino. Platos, vasos, cuchillos y tenedores tapizados grotescamente por manchas de diversos colores y composiciones químicas distintas describían este ahora. Madrugadas y caminatas expectantes en un futuro cercano, pero no en el que acontecería dentro de las próximas quince horas, ya que dentro de ese lapso debería concurrir al despacho del Doctor Bermúdez, y como se sabe a estas citas es imposible asistir con los dermis circundante a los ojos oscurecidas por una noche demasiado corta. Ni tampoco la de este jueves, ya que al zapatero habría que visitarlo con igual carácter inmaculado. Pero si la próxima, si la del viernes.

Y fue esa próxima, fue ese viernes. Si un desperfecto en la maquinaria que controla el paso coordinado del espacio/tiempo le permitiese recordar lo que ocurrió lo haría de manera perfecta. Si una leve avería en tal aparato estuviese presente rememoraría de manera inconfundible el color turquesa de sus cordones contrastando con la oscuridad de sus zapatillas. También no tendría problemas al recapitular larga sucesión de hojas ligeramente escarlatas de liquidámbares, fresnos y arces que se antepusieron al final de su trayecto al igual que el carácter notoriamente pálido de dermis potenciada por una cantidad perezosa de glóbulos rojos incapaces de circular libremente. Pero no, la maquinaría continuó y posiblemente continuará funcionando perfectamente, impidiéndole a Lisandro, quien observa el cielo raso por encima de su cama, con un ligero dolor de garganta, rememorar como su alma, cuando a la misma se la llamaba Shelito, volvía a corroborar que en la calle Alvarado al mil quinientos sesenta, a eso de las cinco de la madrugada, un cometa golpea a la Tierra.

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