ABRIENDO PUERTAS

ABRIENDO PUERTAS

Mathilda

01/12/2023

Metió en la maleta un puñado de cosas, las mismas que llevaría a un viaje de una semana, pero sin billete de vuelta. Y después de eso, ya solo le quedaba deshacerse del resto de sus cosas. Así que decidió regalarlas todas y, durante varios días, vio pasar delante de sus ojos toda una vida de cosas. Muchas cosas, demasiadas cosas, montones de cosas que parecían multiplicarse, exponencialmente, en cada mudanza. Recordó que cuando llegó a esta ciudad solo traía consigo una pequeña maleta con algo de ropa, un montón de ilusiones y dos pares de zapatos, uno para patear la ciudad y otro, de tacón alto, que le prestó su hermana para las entrevistas de trabajo. Y ahora, treinta años después, volvía a meter en esa misma maleta un puñado de ropa, un par de zapatos y otro montón de ilusiones. Y el resto de cosas, las que usaba, las que ya había usado y las que nunca usó desfilaban, una detrás de otra, sin contemplaciones, sin remordimientos y sin ningún tipo de apego. Ropa de primavera, de verano, de otoño, de invierno, de entretiempo y la de hacía mucho tiempo. Muebles y libros, muchos libros, montones de libros, cajas y cajas de libros. Y luego, estaban todas esas otras cosas que no son libros, ni ropa, ni muebles, ni plantas, pero con las que puedes llenar, fácilmente, otras tantas cajas, y todas atestadas de recuerdos, de esos que crees que jamás podrás desprenderte. ¡Pero lo haces! Al salir se despidió y respondió el eco que, como un okupa sigiloso, ya se había ido instalando en aquella casa vacía. La misma casa que, durante años fue su hogar y que, ahora, no era más que un espacio desnudo y despojado de personalidad. Cuando el ascensor abrió sus puertas, él, ya estaba allí, esperándola, con su mirada oscura y desafiante, y ella entró, dejó su maleta y pulsó el cero —Cerrando puertas —anunció una voz femenina con acento metálico. Las puertas se cerraron y los números comenzaron su cuenta atrás 8, 7, 6… Y él seguía ahí, impasible, contaminando todo el espacio y, ella con un giro repentino de su cabeza, le clavó sus ojos y lo miró, durante unos segundos, sin parpadear, entonces, un leve escalofrío recorrió todo su cuerpo. El ascensor se detuvo y, de nuevo, la voz metálica rompió el silencio: «Abriendo puertas” y en la quinta planta se bajó el miedo. Y mientras el ascensor cerraba sus puertas, ella, miró a la mujer de espejo y ambas sonrieron, después, observó su equipaje y pensó que todo lo que necesitaba cabía en una sola maleta y la sensación fue liberadora a la vez que evocadora de una juventud en la que fueron más protagonistas los sueños que las cosas…2, 1, 0… Abriendo puertas.

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