Renacer
Pedro estaba de pie, en la angosta calle donde vivía la familia de su mejor amigo, y estaba dispuesto a resarcir el craso error que cometió hace muchos años. Eran unos niños cuando ocurrió dicho error, y por circunstancias del destino, los había vuelto a reencontrar, treinta años después. Andrés, que así se llamaba su viejo amigo, se había casado con Ester, una mujer de unos cuarenta años, de guedeja negra, ojos marrones y una sonrisa digna de ser esculpida. Tenían una hija de dieciocho años, pelo castaño cortado en línea recta a la altura del cuello, ojos zarcos y una figura esbelta. Debo decir que Pedro, mantenía el arcano de su relación en la niñez, porque sentía miedo de una reacción hostil por parte de Andrés, pero esa noche estaba dispuesto a revelarle su verdadera identidad. El miedo, había obligado a Pedro a mantener en secreto su verdadera identidad, pero después de meditarlo mucho, creía que era mejor decir la verdad, a estar representando un papel que no era el suyo. Esa era la causa de que estuviera esa noche de pie, en el patio de su casa, esperando a que bajara. A los pocos minutos de estar esperando, bajó Andrés, con su mujer y su hija, alarmados por el secretismo que mantenía Pedro. Justo en el momento en que se encontraba enfrente a él, su voz se quebró, como se quiebra la rama de un árbol al no soportar el excesivo peso. Extrañado por el silencio de su amigo, Andrés arrancó la conversación, diciendo
– ¿Qué te ocurre? ¿nos has hecho bajar para quedarte callado?
Pedro, que carraspeo la garganta para poder emitir las palabras que había preparado, miró a Andrés y le dijo
– Perdona, – refutó mientras tosía de forma compulsiva- me siento algo nervioso, y la voz no quiere obedecerme. Supongo que será porque debo decirte algo muy importante
El secretismo incitó aún más la curiosidad de los tres, y la impaciencia se trasfiguró en el rostro de cada uno de ellos.
– Verás Andrés, – continuo más nervioso al ver sus caras impacientes- tú y yo nos conocemos de hace muchos años
– Estás equivocado, – repuso mientras le demudaba el rostro- nos conocemos no llega a seis meses, aunque eso no quita para que mi familia y yo te hallamos cogido un gran cariño.
– Lo sé, y os lo agradezco muchísimo. También he deciros, que yo os he cogido un gran cariño, y por eso debo decir la verdad, no puedo seguir ocultándolo. Tú y yo fuimos muy amigos en la niñez
– Eso es imposible, me acordaría de ti
– He cambiado mucho durante estos años, tanto, que tu recuerdo de mí se ha difuminado en tu mente.
– ¡No entiendo nada!, – dijo Ester algo furibunda
– Disculpa si te estoy importunando Ester, – contestó Pedro en tono condescendiente- pero tu marido y yo éramos amigos inseparables en el pasado
Andrés intentó recordar a su gran amigo de la niñez, hizo una regresión en su mente, para intentar dar veracidad a lo que le estaba contando.
– No logro reconocerte. Mi amigo Pedro, era muy distinto a ti.
– ¿Recuerdas por qué nos separamos?
La pregunta llevó a Andrés a recordar el hecho que provocó la ruptura entre él y su buen amigo de la niñez. Y como una luz, que hace ver en la más intensa oscuridad, Andrés recordó a su gran amigo. Lo miró profusamente, y entonces logró reconocerlo
– ¿Eres tú en verdad?, – le preguntó estupefacto
– Sí, soy yo. ¿Y te acuerdas del por qué nos separamos?
– Claro que me acuerdo, por culpa de ello te borré de mi mente.
Madre e hija se miraron con incredulidad, no entendían nada de lo que estaba ocurriendo.
– Cuando te encontré de manera inopinada hace unos meses, quise huir otra vez, porque no quería enfrentarme a lo ocurrido hace tantos años. Pero sin quererlo, me vi en la necesidad de intentar resarcirme del pasado, y rememoré aquel día, para dejar de ser un réprobo, y liberarme del peso que dicha acción me provocó
Andrés insistió en ir a uno de los bancos del parque, quería contar a su mujer e hija, la trabazón que tenían hace muchos años él y Pedro.
– Al decirme que si recordaba lo que hicimos, – repuso Andrés cuando se sentaron todos en el primer banco que encontraron- me ha venido a la memoria, ese momento de mi infancia, que la mente inhabilitó por completo de mi memento. Por eso mi amor, nunca te conté nada de lo ocurrido, porque mi mente lo borró, como se borra una huella en la nieve
– Pues ahora es el momento de contárnoslo
– Claro, con la ayuda de Pedro, te lo contaré.
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– Teníamos unos once años, Pedro era mi vecino, y desde pequeños siempre habíamos estado juntos, en el colegio y fuera del colegio. Éramos dos niños con una pingue imaginación, y eso nos provocó algunos problemas, entre ellos el que nos separó. Nuestros padres eran fervorosos en sus creencias, nos llevaban a misa los sábados y los domingos, nos obligaban a confesarnos y a comulgar, tanto el sábado como el domingo. Para nosotros era como una punición, éramos unos niños, y sólo queríamos ir al parque a jugar con los demás niños. Al tiempo, nos empezó a afectar en el colegio, porque Pablo, el adalid de nuestra clase, nos vio como íbamos a misa con nuestros padres. No tardó en promulgarlo por la clase, y la noticia corrió como la pólvora, haciendo que en menos de una semana fuéramos los dos frikis del colegio. No tengo que deciros lo que supone que os pongan el cartel de friki en el colegio. A partir de ese día, nuestra vida cambió a peor, nos insultaban, nos pegaban, nos martirizaban, día tras día.
– ¿Y no lo denunciasteis? – preguntó su hija acongojada por el relato de su padre
– Sabíamos que esa era la peor de las soluciones, – dijo Pedro con mirada triste- no podíamos agregar a nuestra aviesa lista, el hecho de ser unos chivatos
– Eso es una estulticia, – repuso Ester- siempre se tiene que denunciar actos de esa índole
– Tal vez tengas razón, – prosiguió Andrés – pero decidimos hacer algo para cambiar nuestro sino. A las semanas, conocimos a Andrea, una niña de otra clase de nuestro mismo curso, ella nos habló de las prácticas oscuras para resarcirnos de nuestro problema. Al principio nos pareció una necedad, pero todo cambió, cuando Pablo y otros compañeros de nuestra clase, nos esperaron a la salida del colegio para darnos una paliza a los dos. Ese día fue cuando decidimos conocer dichas prácticas. Andrea, nos empezó a llevar a su casa, sus padres tenían lo necesario para realizar el rito, el ritual que nos libraría del conciliábulo que pretendía amargarnos la existencia. Nos enseñó la tabla de la ouija, y nos dijo que con ella lograríamos contactar con el demonche que nos ayudaría a acabar con los que nos estaban vejando. Al principio nos pareció una befa, creíamos que nos tomaba el pelo, que con aquella tabla llena de letras no se podía hablar con el supuesto demonche. Pero su facundia, bastante loable para la edad que tenía, nos hizo tomárnoslo en serio. Nos enseñó lo que se debía de hacer, como utilizarla, y lo más importante, respetarla, porque si no lo hacíamos, podríamos salir mal parados.
Andrés paró su relato al observar a su mujer, lo miraba con recelo por no denunciar los hechos a la dirección del colegio, y optar por semejante solución
– No me mires así, – repuso con melancolía al ver la mirada inquieta que su mujer le lanzaba- fue la desesperación, la que nos hizo actuar de esa manera
– No puedo evitarlo, no me esperaba algo así de ti
Pedro, que vio como su amigo se paralizaba por la inquietud de su mujer, tomó el relevo del relato
– Como bien dice Andrés, nuestra desesperación, nos hizo que un día nos sentáramos con Andrea frente a la ouija. Después de sentarnos en rolde, y de poner la ouija en medio, Andrea nos dijo que pusiéramos el dedo índice sobre el vaso, que se encontraba justo en medio del tablero, y con mucha desconfianza por nuestra parte, dejamos que Andrea tomara la iniciativa en el supuesto ritual. Ella, comenzó a invocar al demonche, estaba totalmente concentrada, como si hubiese entrado en una especie de trance. Nosotros nos mirábamos de forma furtiva, intentando evitar las risas, ya que nos parecía una dundera todo lo que estaba ocurriendo. Pero, al poco rato, no sé cómo, el vaso se movió hacia el lado derecho del tablero. Andrés y yo nos miramos con miedo, no nos esperábamos que ese vaso se moviera. Entonces Andrea, preguntó quién era el espíritu que nos visitaba, y el vaso se movió letra por letra, hasta decir que era el demonche que acabamos de invocar. Jamás en mi vida había sentido tal cerote como en ese preciso instante. No encontraba explicación razonable ante lo que estaba ocurriendo. Andrea seguía hablando con el supuesto ente, y le dijo que quería pedirle que Pablo, nuestro compañero de clase, dejara de molestar a los dos que se encontraban con ella en ese instante. El supuesto diantre, pidió algo a cambio, que promulgáramos el mal, cometiendo actos malignos. En el preciso instante en que Andrea iba a confirmar nuestro pacto, nos sorprendieron los padres de ella, asustándonos del tal manera que separamos el dedo del vaso. Sus padres, enfurecidos con su hija, por estar usando la ouija, se la arrebataron y la rompieron para que no la volviera a usar nunca más. A nosotros nos pidieron los teléfonos de nuestros padres, y al poco aparecieron aún más enfadados que los padres de Andrea. No podemos obviar las fervorosas creencias de nuestro padres, de ahí el inmenso enfado que tenían, por haber jugado con semejante representación del maligno. Fuimos castigados a no salir durante el resto del año escolar, y nos llevaron a misa para confesarnos y para purificar nuestra alma. Para nosotros sólo fue un juego, una estulticia de unos niños con una pingue imaginación. Pero a las pocas semanas, a Pablo le ocurrió un tremendo accidente, se cayó de forma muy sospechosa, por la escaleras del colegio y casi se parte el cuello. Andrea, nos dijo que fue el demonche, y que ahora debíamos cumplir con el pacto que hicimos. Nosotros no lo tomamos en chanza, pero ella comenzó a hacer fechorías, decía que no quería que el demonche viniera a por ella. El tiempo pasó y nosotros continuamos con nuestras vidas, mucho más tranquilas desde que Pablo dejó de venir al colegio, por su convalecencia
– ¿Pero fue muy grave las lesiones de Pablo?, – preguntó la hija de Andrés
– Se rompió una pierna, un brazo y unas cuantas costillas, no pudo volver en todo el curso. Lo malo es que Andrea, llevada por su afán de hacer el mal, extendió por todo el colegio, que nosotros éramos los culpables de la caída de Pablo por las escaleras. Que habíamos pactado con el demonio para que Pablo nos dejara en paz, y que el demonche había cumplido su parte tirando por las escaleras a Pablo. Semejante noticia, provocó que en el colegio todo el mundo nos tuviera miedo, y además, que los profesores llamaran a nuestro padres para informarles de los rumores que estaban circulando por los pasillos del colegio. Nos llevamos otra fuerte reprimenda, y nos volvieron a llevar a la iglesia para confesarnos de nuestros pecados. Nosotros no cumplimos con el supuesto pacto, no nos creímos que la caída de Pablo fuera provocada por el demonche, pero a la semanas de la caída, comenzaron a suceder cosas malas en nuestras casas. Nuestros padres se quedaron sin trabajo, el dinero comenzó a escasear, y los ánimos se fueron endureciendo poco a poco. Andrea nos advirtió que el diablo estaba reclamando su parte del pacto, y que hasta que no lo cumpliésemos, nos pasarían cosas malas. Sugestionados por las palabras de Andrea, decidimos hacer una maldad, y así evitar que ocurrieran más maldades en nuestras casas. En que mal momento decimos hacer caso a aquella chica, porque nos pillaron robando en el ultramarinos del barrio. Ese día fue cuando mis padres decidieron separarme de Andrés, porque creían que era una mala influencia para mí. Entonces dejé de ir con Andrés, de hablar con él, y comencé a odiarlo un poco, sin darme cuenta que él era otra víctima de todo este embrollo. Al finalizar el curso, mis padres cambiaron de ciudad, y me fui sin despedirme de Andrés
Al terminar el relato, Pedro agachó la cabeza, miró al suelo, y pidió perdón a Andrés. Ester y su hija no podían creer semejante historia, su padre tratando con el demonio, para salvarse de un acosador en el colegio. No podían creer que fuera capaz de adentrarse en supercherías y no denunciarlo como siempre se debe hacer. Las dos, con el ánimo compungido, se fueron a casa.
– Adiós Pedro, – dijo Ester acercándose para darle un beso de despedida- nos vemos el fin de semana para comer juntos
– Adiós a las dos, nos vemos el finde de semana, – balbució Pedro que observaba la incredulidad de las dos mujeres
El silencio estuvo presente durante un rato, ninguno de los dos se atrevía a decir una palabra. Sabían que el pasado les había distanciado, y que la niñez no les permitió abarcar un pensamiento más acorde con la situación. El magín fue vencido por la pingue imaginación, una imaginación pueril y algo atrevida. El estado silente que reinaba en el banco del parque, provocó que cada uno se adentrara en los recovecos más profundos de su cerebro, tal vez buscaban una razón, un porque, al fatal desenlace que ocurrió hace treinta años. Fuere cual fuere el caso, ninguno de los dos, era capaz de articular una sola palabra.
– Ahora que estamos solos, – dijo Pedro rompiendo el silencio que imperaba desde la marcha de las chicas- quisiera preguntarte, ¿ cómo te fue al separarnos?
– ¿A qué te refieres?
– ¿Cambió tu vida desde que aquel día?
– Sí, mi vida fue a peor. Mis padres me mandaron a un internado, mejor dicho, a un infierno. Pablo fue una hermana de la caridad, al lado de los que allí me encontré. Me pasé cinco años en aquel lugar, maldiciendo aquel fatídico día
– A mí también me fueron las cosas a peor, al poco de irnos a Ferreiro, mis padres se separaron, y yo tuve que lidiar con las consecuencias de la separación. Se comenzaron a llevar como el perro y el gato, y eso me afectó mucho, hasta llegué a pensar, que todo era por mi culpa, por haber hecho la ouija aquel fatídico día.
El silencio volvió a aparecer, sólo se miraban, y en sus miradas se podía apreciar, la culpa que aún anidaba en sus corazones.
– Aunque para mí, – dijo Pedro con lastimera voz- el mayor mal, fue la reacción que tuve contigo, culpándote de todo lo ocurrido. ¡Esa culpa me ha perforado el corazón!
– No podemos cambiar el pasado, – musitó Andrés que agarraba de los hombros a Pedro demostrándole su perdón- pero sí que podemos aprovechar el futuro. Podemos volver a renacer el amor que nos unió, la amistad que se forjó con el paso de los días, meses y años. Eso es lo que tenemos que aprovechar mi viejo amigo
Los dos se abrazaron, y decidieron aprovechar la oportunidad que la vida les volvía a brindar. Renacer la amistad, para olvidar lo pasado y poder disfrutar de lo venidero. Y desde entonces sus vidas cambiaron a mejor, tal vez con el perdón mutuo lograron romper el supuesto pacto con el demonche, dando así paso al amor y la amistad que jamás debieron perder.
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