El viernes, Ivona se estaba ocupando de algunos asuntos importantes para el colegio cuando se dio cuenta de que una de las profesoras le había pedido ayuda (por supuesto, también para el colegio, no para sí misma).

Esta profesora iba a hacer una presentación sobre la historia chilena y al final, quería darle a cada uno de sus alumnos el vestido de algún personaje, pero como no tenía ninguno en su casa (o mejor dicho, los que tenía ya estaban viejos y poco adecuados a que los vieran los chicos), y el colegio no los proponía, le pidió a la directora si podía hacer algo para solucionar este problema.

A Ivona todo esto le pareció un poco raro. Es decir, por supuesto, no el hecho de que la profesora quisiera hacer una presentación de ese tipo, sino que decidió pedirle ayuda a ella. ¿No tenía dinero para hacer todo sola? ¿O quizás no tenía ganas? Pero pensó que, luego del almuerzo, iría a ver lo que había en la tienda.

No estaba de buen humor. Para los directores y las directoras del colegio, es claro, eso es muy normal, muchos no tardan casi nada en acostumbrarse. Pero para Ivona, aunque tuviera bastante experiencia, todo estaba muy diferente. Casi cada día, algo la enojaba, pero sabía que si dejara una posición tan importante, eso se reflejaría tanto en su reputación como en la del colegio.

Y si ahora no ayudara a la profesora de historia, eso podría reflejarse en la de ella también. Ahora lo importante era no olvidárselo, porque para una directora, olvidar algo importante es muy grave, y a ella no se le ocurría nada peor.

Se trataba de una cuestión muy delicada, sin espacio para el error más accidental.

Desde que tomó el cargo de directora, evitar errores era lo más importante para ella, sobre todo errores que podían influir en lo que todavía había de llegar.

No quería estar involucrada en nada, pero entendía que eso era imposible. ¿Cómo podía ella no estar involucrada en nada si su trabajo consistía, entre otras cosas, en ayudar a los que lo necesitaban? Y además, esa ayuda tenía que ser eficaz, lo que la hacía aún más complicada.

Ivona estaba acostumbrada a ayudar a la gente aún antes de hacerse directora; y a veces ayudaba también a los que no conocía. En cambio, a sus profesoras (no a las que le dieron clases cuando era chica, aunque a esas, por supuesto, también, sino a las que trabajaban ahora en el colegio que ella dirigía) las conocía bien, y eso le daba una gran responsabilidad, sobre todo ante una actividad como esa.

Claro que no podía negarle ayuda a quien se la pedía. Eso estaba más allá de sus principios, y de su personalidad también, aunque, por supuesto, las circunstancias bajo las cuales había estado en su vida influyeron mucho en su personalidad. Pero siempre pensó que, como persona, tenía que

respetar a los demás, y como directora, tenía que darles el justo ejemplo. Y eso no era fácil, pero tampoco era tan difícil como decían las malas lenguas.

¿Pero qué le podía importar de lo que decía la gente? Lo único que le debía importar es que hubiera disciplina en el colegio al que ella dedicaba más de la mitad de su preciosa vida. Y si algún chico en este colegio actuaba como un animal, la responsabilidad les tocaba en primer lugar a los profesores, porque ellos conocían mucho mejor a sus alumnos.

«Después del almuerzo voy a hacer lo que me pidió esa profesora a la que estimo mucho, no veo razón para no estimarla», se dijo a sí misma, «y por eso tengo que no olvidarme de ayudarla, aunque en condiciones normales no sé si lo haría».

Ni siquiera ella sabía bien a qué se refería cuando hablaba de esas condiciones normales, pero si estimaba mucho a la profesora que le pidió ayuda (a pesar de que esa profesora se ocupaba de una materia que a Ivona, cuando era niña, inicialmente no le gustaba), eso tenía mucho valor. E Ivona trataba de hacer que ese valor tuviera sentido.

«No sé cómo ni por qué llegué a eso, pero es más fácil que darle una moneda a alguien que no pudo sacarla», dijo, pensando en algún momento de su vida que era imposible de adivinar sin entrar en su cabeza y mirarla
desde cerca. Pero seguramente se trataba de un momento positivo y agradable.

Al momento de salir del edificio y caminar hacia su coche, Ivona, llena de esperanza, se dijo a sí misma que si no fuera directora del colegio, su vida sería más fácil, pero al mismo tiempo más aburrida.

Pero cuando llegó a la tienda, vio a una mujer yendo hacia ella y gritándole como si no tuviera nada más que hacer por el resto de la semana:

«¡Mujer, con esa cara de borracha que tiene debería estar cerrada en su cuarto, aunque imagino que si salió de su casa, es porque allá tampoco
hay nada bueno!»

Al oír esas palabras, a la directora casi le salieron los ojos por la cabeza. Se acercó a esa mujer y la reconoció: era Ada, de eso no le quedó
ninguna duda, pero ¿qué estaba haciendo allí ella? A Ivona le dio la impresión de que no era la única a la que le tocaba escuchar insultos de
su parte, pero no temía a que se le hablara así, y entonces respondió:

«¡Si yo tuviera más poder de lo que tengo, si pudiera influir en lo que pasa en el país, lo primero que haría sería prohibir todo el café para
que la gente como tú deje de beberlo! ¡Lo único que deberían tomar los como tú es veneno, y tomarlo cada minuto! ¡Y ahora quítate de mi camino,
te dije!»

Ivona esperó una respuesta, aun entendiendo que eso iba a resultarle inútil. Si se hubiera tratado de alguna mujer loca, la directora le habría mostrado más respeto, porque no podría cambiarla y lo sabía muy bien; pero en su opinión, Ada no merecía ni una millonésima parte del respeto. Ya había cansado a Ivona muchas veces y le pareció que decidió
seguir con eso.

«¿Quiere que le retuerza el pescuezo? Si lo quiere, lo puedo hacer en un rato. No tengo tanto miedo como usted cree».

«¿Y eso me lo dice una que siempre bebe sin saber cuándo debería pararse? Yo no te pedí lecciones, así que vete, que no tengo mucho tiempo para
perder contigo».

«¿Cree que yo le tengo miedo a usted? Pues se equivoca mucho, si quiero matarla, lo puedo hacerlo, y me da igual que me metan en un lugar donde
no voy a tener la mínima libertad».

«Espero que nunca vayas a tener esa libertad, porque te quitó la razón. Hablas solo para darle una fuerza a tu boca, pero esa fuerza no vale nada, y si lo entendieras, te dedicarías a cosas más útiles».

Ada le respondió algo, pero Ivona ya no le estaba prestando atención.

Entendió que no tenía sentido ni escuchar a esa mujer y discutir con ella. Así que fue a hacer lo que era más importante.

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