Huida hacia mi futuro

Huida hacia mi futuro

Mila Clemente

13/11/2023

                El día que tomé la decisión de marchar, fue cuando dejé de amarlo, el último golpe me hizo abrir los ojos y darme cuenta que debía pensar en mí y en mi futuro. Yo era joven e inteligente, no tenía por qué seguir aguantando a un hombre que me anulaba como persona. No iba a derramar más lágrimas por él, se acabaron los gritos y las miradas ofensivas.

Aquel 20 de abril de 1957, en cuanto Jack salió por la puerta para dirigirse a la fábrica, mi corazón comenzó a latir fuerte. Parecía estar anunciando una huida veloz, se me salía del pecho, quería correr más que mis propias piernas. Me senté dos minutos en la cama, solo para respirar, inspiré lentamente contando hasta tres y exhalé poco a poco, así hasta lograr calmarme para extraer la ansiedad de mi cuerpo.

Hacía cerca de un año que no usaba la maleta, fue el día que me instalé en su casa, recuerdo que ese día me sentía feliz, pletórica, hasta que en cuestión de días esa luz que me iluminaba se convirtió en una oscuridad amarga y tenebrosa. Por eso debía marchar, porque esa luz volviera a mí, y pudiera seguir adelante con mis ambiciones. Esas que fueron truncadas para vivir encerrada bajo las órdenes de un hombre sin escrúpulos.

Después de guardar varias prendas de ropa y algo de dinero que tenía escondido, me acerqué a la cocina, sabía que Jack escondía algo de dinero en una caja donde guardaba su tabaco, una noche vi cómo lo guardaba. Era mi gran oportunidad y no podía desaprovecharla, así que abrí la caja y le desvalijé todo lo que tenía, incluso un paquete de tabaco, que me lo fumaría más tarde en el barco, mientras las aguas del atlántico me alejaran de esta maldita historia que jamás debió comenzar.

Tras colocarme el abrigo y rozar el pomo de la puerta, sentí pánico al pensar en que Jack pudiera volver en ese mismo instante, aun así, me armé de valor y abrí como si esa mujer débil en la que él me estaba convirtiendo, hubiera desaparecido de repente y se hubiera trasformado en una heroína poderosa. El corazón volvió a latir con fuerza, pero no me importó, pues mis piernas también caminaban con esa energía que me transmitía todo mi ser. Miré hacia adelante sujetando con fuerza mi maleta y me subí al primer taxi que se cruzó por mi camino. Al arrancar hacia el puerto de Londres, comencé a sentirme viva, y una sonrisa colmó mi rostro. El conductor me observaba a través del espejo retrovisor, me transmitió confianza, sonrió a la vez que mis labios trasmitían alegría por primera vez en mucho tiempo.

Cuando bajé del taxi y visioné por primera vez el barco que me transportaría a mi libertad, aprecié una maravillosa sensación, recibiendo una brisa fresca en mi rostro con un nuevo aroma, el aroma de una nueva vida. Subía las escaleras que me llevaban a bordo cuando un pellizco en el estómago me hizo pensar en él, ¿quizás sospechaba de mi huida? Miré a mi alrededor para asegurarme de que ese peligro no venía tras de mí, fueron los últimos segundos de pavor en esa ciudad. Pisé el suelo de a bordo recibiendo nuevas emociones; el sonido de mis pasos eran firmes, los niños que correteaban felices me aportaron satisfacción, y la señal del barco anunciando su salida puso punto y final a una pesadilla. Quería corretear como esos niños, necesitaba gritar, reír, bailar y brindar. Así que llevé mi maleta al camerino, me solté el pelo, me pinté los labios, y tras sonreírle al espejo me encaminé a recorrer todo el barco. El primer paso fue dirigido a proa, para observar cómo me alejaba de Londres, durante minutos me imaginé a Jack enfurruñado por haber sido abandonado, con una botella de whisky en la mano y buscándome para sofocar su ira. Adiós Jack, hasta nunca. Esas fueron mis últimas palabras hacia él, supongo que la brisa marítima se las haría llegar. Después, me dirigí al bar a tomarme una copa para poder brindar por la mayor decisión que había tomado en mi vida.

Horas más tarde, despertaba sobre la cama de mi camarote, algo atolondrada, miraba aquellas paredes averiguando en pocos segundos de mi ubicación. Volví a sonreír al confirmar que esa habitación ya no pertenecía a la guarida de Jack. Los suaves movimientos de la embarcación me recordaron que volvía a ser libre. Después de una larga siesta desperecé abriendo mis brazos para darle a esa nueva vida un fuerte abrazo. Salí del camarote y me dispuse a buscar una distracción antes de acudir al comedor para la cena. Al subir las escaleras más cercanas a mi compartimento, percibí un aroma agradable, se trataba de palomitas recién hechas. Seguí ese olor embelesada como si del flautista de Hamelín se tratara, si se hubiera tratado de una trampa, hubiera caído como un ratoncillo. Aunque no fue así, pues al llegar a ese departamento pude percatarme de que se trataba de una sala convertida en cine, con buenas butacas para poder ver cómodamente la película mientras disfrutabas de un buen bol de palomitas de maíz. Recuerdo que la película que estaban proyectando era “La reina de África”, y por lo que vi estaba bastante avanzada, así que decidí que volvería al día siguiente para deleitarme con una buena sesión de cine. Tenía un mes por delante para disfrutar de cualquier diversión que nos proporcionaban en el barco, así que me lo tomé con serenidad para saborear cada momento en aquel trasatlántico.

Varios días después, me asigné una rutina; tras desayunar en la cafetería paseaba observando el mar mientras los rayos de sol se sumergían en mi piel, después cogía uno de los libros de la biblioteca y mantenía un momento de lectura sobre una de las hamacas frente a la piscina, seguidamente me daba un buen baño para refrescarme, y tras cambiarme de ropa me dirigía al comedor, después de saciar mi estómago me dirigía al camarote para descansar y dormir un poco. Al levantarme de la siesta caminaba de nuevo hasta que llegaba la hora de la película, allí conocí a John, comiendo palomitas mientras veíamos “Al Este del Edén”, entre miradas tímidas y sutiles sonrisas nos fuimos comunicando nuestros sentimientos. Después de cada sesión cinematográfica, solía participar en juegos que organizaban en proa, más tarde cenaba y hacía una corta visita al salón de baile, aunque desde que conocí a John esa visita corta se convertía en una extensa cita.

John viajaba solo, como yo. Sus ojos azules me inducían a perderme en un mundo nuevo, donde la fantasía era su principal formalismo. Lograba alejarme de la realidad, olvidarme del oscuro pasado, y pensar en mi próspero futuro. La seguridad y el entusiasmo de aquel hombre, me hizo ver que ese viaje ya no se trataba de una huida hacia mi futuro, se había convertido en un paso hacia adelante, un simple paso hacia algo mejor, un aferro a la vida. Por lo que mi camino fue mucho más fácil. Junto a él los días fueron pasando rápido. Minuto a minuto sosteníamos esa felicidad de la que pensaba que jamás desvanecería. Instantes en los que solamente se escuchan gratas palabras, bonitos sentimientos, y un sinfín de sonrisas seductoras acompañadas de besos interminables.

Nos quedaban diez días para llegar a Nueva York, cuando John pensó en probar suerte en el casino del barco. Yo le hacía compañía mientras invertía su dinero en juegos absurdos. La primera noche fue divertida, pues ganó varios dólares fácilmente y pensó que las demás noches podrían ser igual. Sin embargo no fueron tan afortunadas. Llegaron los desengaños y los lamentos. Sus miradas ya no me mostraban la ternura que tanto me apasionaba. Intenté hablar con él, le rogué para que se alejara de ese casino que tanto daño nos estaba haciendo, pero todo fue en balde. Una noche nos encontrábamos cenando en el salón del restaurante, estábamos esperando el postre y le vi ausente, su rostro ya no era el mismo que cuando lo conocí, ese hombre que me hacía sentir viva se había convertido en un completo desconocido. Le rocé la mano suavemente y me miró, momento en el que le informé que esa noche no le acompañaría al casino. Se levantó con desprecio y me dejó allí sola con el camarero de pie apoyando los postres sobre la mesa. Se fue sin decir nada, directo a su mundo de despilfarro, donde su calidad como persona se desvanecía para dar paso a un ser oscuro y sin rumbo. Entonces recordé por qué estaba allí, huía de otro hombre que me maltrataba, y no iba a permitir que otro terminara con mis sueños y con el futuro que me merecía. Así que me comí el postre y caminé en cubierta mientras que mis lágrimas volvían a fluir, dejándolas caer sobre el mar para que se hundieran en lo más profundo del océano. Después me encerré en mi camarote y dormí pensando en mi rendida soledad.

Al día siguiente desperté renovada, lógicamente con una parte de mi corazón dolorido, pero lograría que desapareciera rápidamente. Me maquillé frente al espejo sonriente, forzando a que mi rostro se mostrara fuerte y reconfortado. Me coloqué mis pendientes de perlas y tras comunicarme a mí misma que iba a ser un gran día, subí a desayunar y a disfrutar de un buen paseo mientras la brisa marina acariciaba de nuevo mi piel. Mientras caminaba, agradecí el poder ver cómo un grupo de niños se entretenía jugando al burro, saltaban uno tras otro intentando golpear el trasero de los demás con el pie. Algunos adultos se sumaron al juego, entonces fue aún más divertido. Un agradable acontecimiento que me recordó lo agradable que era volver a reír. Después me dirigí hacia una de las tiendas del trasatlántico, donde vendían toda clase de bártulos de los que pudiéramos necesitar los pasajeros durante nuestro trayecto. Se me antojó una libreta con una bonita cubierta color granate y un lápiz a juego, posteriormente elegí una buena mesa junto a la gran cristalera del bar, y le pedí al camarero un cóctel refrescante, saqué mi libreta, y me puse a escribir. Llevaba más de un año sin escribir, sin embargo en ese preciso instante, las escenas familiares que me rodeaban me incitaron a soñar de nuevo, a envolverme de todas esas ideas que rondaban en mi cabeza, a crear una historia de la que quizás algún día, lograra editar. Siempre fue uno de mis deseos, y en aquel momento era lo que más me apetecía hacer.

Mientras me evadía de mis malas vibraciones escribiendo y tomando mi delicioso cóctel, alguien se sentó junto a mí para romper mi armonía. Tras un pequeño sobresalto pude comprobar que se trataba de John. A continuación posó sus manos sobre la mesa, me dedicó un corto saludo. Mis ojos no quisieron mirar más allá de sus manos, se movían y acariciaban entre sí mostrando su nerviosismo.

— ¿Qué es lo que quieres? — Pregunté al cerrar mi libreta con suavidad.

— Ayer me comporté como un estúpido, lo siento Mary — Me contestó cabizbajo.

— John, yo no te negaré un saludo mientras sigamos navegando sobre estas aguas oceánicas, pero creo que será mejor que dejemos de vernos —.

— ¿Me estás dejando? No Mary, te prometo que no volveré a jugar, ya he escarmentado. Por favor, déjame recompensarte esta noche, cenemos juntos bajo las estrellas, como en nuestra primera cita —.

— Me lo pensaré — Le contesté fríamente.

— Te esperaré en el restaurante a las ocho — Me dijo con una esperanzadora sonrisa.

    Después se marchó, dejándome con la incertidumbre si debía acudir a su cita o aferrarme a mi decisión por romper cualquier relación con él. Mi cabeza únicamente me repetía que no debía asistir, en cambio mi corazón soñaba por darle una oportunidad. Las horas desfilaron despacio, con mi escritura y los eventos en cubierta logré evadirme de la indecisión.

    Ya en mi camarote, me senté en la cama y me descalcé, después masajeé mis doloridos pies mientras me repetía una y otra vez “no subas a ese restaurante”. Sabía que si volvía con John, posiblemente me complicaría la vida, así que pensé en conversar con él mientras cenábamos juntos. Mejor solucionar las cosas con buenas palabras sin que hubiera rencillas entre nosotros. Algo de lo que no pude conceder a Jack por su arrogancia e impulsividad.

    Pretendía salir a cubierta cuando las voces de unos hombres me sobresaltaron, me escondí tras la puerta y con mucha precaución me asomé para poder averiguar qué estaba ocurriendo. Dos hombres enfurecidos golpeaban bruscamente a otro completamente indefenso, tirado en el suelo con las piernas encogidas intentándose proteger en posición fetal. De pronto, uno de los hombres lo sujetó del pelo y le hizo una pregunta:

    — ¿Nos pagarás lo que nos debes o prefieres que sigamos amoratando tu repulsivo cuerpo? —.

    — Por favor, tengan piedad de mí. Mi esposa y mis hijos me esperan en Nueva York — contestó el hombre herido con angustia.

      La voz de la víctima me resultó familiar, y con ayuda de la poca luz que le reflejaba el rostro uno de los focos del exterior, pude confirmar de quién se trataba. El corazón me dio un vuelco, mi respiración se paralizó y con mi espalda apoyada en la pared, me dejé caer hasta quedar sentada en la oscuridad. Estaba asustada y sorprendida a la vez, después de haber escuchado esas palabras de la boca de John, la víctima que acababa de ser apaleada. Después, me quité los zapatos para no hacer ruido y corrí hasta mi camarote. Cerré el pestillo y me senté sobre la cama abrazándome a la almohada como si fuera a recibir consuelo maternal. Perdí la noción del tiempo, miraba hacia la puerta con la sensación de que alguien la golpearía con los nudillos, pero no fue así, poco a poco el sueño me fue venciendo y no desperté hasta el alba.

      Apoyada en la barandilla observé complacida el amanecer. Un paisaje asombroso que me reconfortó después de la temerosa noche. Me pregunté qué habría sido de John, ¿seguiría vivo? No le deseaba nada malo, sin embargo, de una cosa estaba segura, ese viaje lo terminaría en soledad, con mis pensamientos, con mis sueños y mis ambiciones. Seguí los últimos días de mi viaje sumida en la escritura, deslizando mi lápiz sobre el papel de mi nueva libreta hasta que mi mano y mis ideas clamaran descanso. Fue uno de mis mayores placeres en esa gran aventura de cruzar el océano, mi gran apoyo para evadirme de todos los acontecimientos sombríos en esa etapa de mi vida.

      Dos días antes de finalizar el trayecto de Londres – Nueva York, John llamó a mi puerta. Al verle pude observar que su piel todavía mostraba restos de moretones. Intentó explicarme una falsa historia de una caída por las escaleras, aunque le ahorré tiempo en contar mentiras indicándole que estuve presente en aquel desagradable percance. Tras quedarse boquiabierto durante segundos, relajó sus facciones y por una vez comenzó a ser sincero.

      — ¿Dónde estabas? Esa gente es peligrosa te podían haber visto —.

      — Me escondí cuando me dirigía al restaurante, donde me dijiste que me estarías esperando —.

      — Llevo días preguntándome si acudiste a la cita. Después de ese contratiempo me encerré en mi habitación — contestó John abatido.

      — Dime una cosa John, ¿es cierto lo que les dijiste a esos matones? — le pregunté fríamente.

      — Ni siquiera recuerdo si les dije algo ¿a qué te refieres? —.

      — No te hagas el tonto por favor. ¿Qué pensabas decirme cuando bajásemos del barco? ¿me ibas a presentar a tu mujer y a tus hijos? —.

      — Lo siento Mary, lo siento mucho. Todo se me fue de las manos — dijo cabizbajo apartando su mirada.

      — Vete por favor. Nuestro viaje termina aquí. Que seas muy feliz John —.

        Después de nuestra conversación solo le volví a ver una vez, al llegar a puerto, abrazando a sus hijos y a su esposa. Desde varios metros de distancia lo observé por última vez. A pesar de todo respiré tranquila, pues era agradable sentirme libre y lejos de los maltratos de Jack, que al fin y al cabo era de quien huía.

        Recuerdo que el último día de viaje fue muy especial. La música sonaba por cada centímetro del transatlántico. El rostro de los pasajeros mostraba alegría y nerviosismo por la llegada a Estados Unidos de América. Muchos nos asomábamos para observar los rascacielos y la estatua de la libertad a lo lejos. Todos contemplábamos intrigados y contentos, por el futuro que nos esperaba en aquellas desconocidas tierras.

        Veinte años después aquí estoy, escribiendo mi cuarta novela. Es una satisfacción redactar mis ideas mientras espío a mis hijos por la ventana, viendo cómo juegan en el jardín. Se llaman Henry y William y les apasiona jugar al béisbol. Conocí a su padre el mismo día que pisé Manhattan, aunque pasaron tres meses hasta que decidió declararme su amor. Actualmente vivimos en el estado de New Jersey, donde mi querido esposo, James, me enseñó el lado más bello de la vida. Gracias a él, volví a sentir, a confiar y a saborear cada momento que me concede mi pequeña familia.

        Ayer presenté mi anterior novela en la librería del barrio. Fue un acontecimiento muy especial porque pude confirmar que mantengo a mis fieles seguidores. Mi mayor sorpresa fue cuando tras una de las dedicatorias firmadas alcé la vista para mirar a mi siguiente partícipe de la recogida de firmas. Su rostro se veía más envejecido, y sus mechones de canas repartidos por todo su cabello le favorecían gratamente. Su atractivo incitaba a miradas pícaras entre mis invitadas. Habían pasado veinte años desde que lo vi por última vez, sin embargo sus ojos, su mirada, y su sonrisa, no parecían haber sufrido cambios. La sorpresa de verlo frente a mí provocó un pequeño vuelco en mi corazón, aunque solo fue eso, una sorpresa, nada más, pues el amor ya había desaparecido hacía mucho tiempo. Nos miramos con una pequeña sonrisa cómplice mientras sujetábamos el libro con nuestras manos. Después le firmé una dedicatoria, cerré la tapa del libro como si se tratara del fin de nuestra etapa juntos, y le devolví el libro agradeciéndole su presencia. En pocos minutos le vi marcharse a través de las cristaleras de la librería. Le escribí pocas palabras en su dedicatoria; para John con cariño, Mary. Me pregunto si volverá a la siguiente presentación. Solo me queda seguir escribiendo para averiguarlo. Quizás exponga en mi cuarta novela nuestra historia de amor, surcando las aguas del atlántico, con pasiones, excesos y traiciones. Haciendo el amor en nuestros camarotes como dos adolescentes seducidos por una atracción alucinógena. Aunque mi mejor elección va a ser olvidar los recuerdos del pasado y seguir viviendo el presente. Pues vivir con el recuerdo de aquel desenlace amoroso sobre mi espalda, solo obtendría desequilibrio en mi día a día. Por lo tanto, vuelvo a la actualidad, la de espectadora de la felicidad de mis hijos jugando en el jardín, mientras escribo mis sueños sobre el papel.

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