La Sonia tenía una melena fosca, se daba un alisado a cada tanto en la china del callejón. El Toni en cambio iba pelao y le costaba un dinero, el marroquí lo rasuraba a navaja en un local pequeño y cargado. Se sentaban a hacer nada sobre el respaldo del banco de madera, en el poco verde separado por matorrales entre los bloques. Fumaban y se contenían la risa que se quedaba a medio salir de sus bocas. Miraban al suelo, la tierra granulosa y sucia. Un charco. Una pelota pinchada empotrada en un hueco. No se habían besado aún. Estuvieron cerca cuando se persiguieron por un cigarro suelto y se les engancharon los plumas. Ese cerca, el roce sintético, era lo más parecido a una relación para los dos. Un suéter embarrado caído de una cuerda. Un coche estacionado enfrente. Con el bombeo amortiguado del woofer. Dos hombres fumando dentro. Nublado.
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