Érase una vez, en un jardín de niños muy pero muy cercano una niña llamada Mabel alguien muy AMABLE con letras mayúsculas, sociable, solidaria, amigable, inteligente y que siempre dice lo que piensa, un día conoció a una maestra practicante llamada “Adriana” y nunca se imaginó que iban a hacer amigas.

Un día Mabel llego más temprano de lo que se debía y directamente fue con su maestra practicante y le dijo –Hola! Mi nombre es Mabel y me gusta venir mucho a la escuela, entonces la maestra practicante al ver que la niña era muy platicadora le empezó a preguntar de su día a día y la niña empezó a tenerle confianza, le contaba cómo se sentía, que hacia llegando a su casa, que era lo que comía y que era lo que iba a hacer en su fin de semana, que un día nublado pues a ella le daba mucho miedo la oscuridad y fue y se lo dijo llorando a su maestra practicante hasta que logro tranquilizarla.

Pasado los días, Mabel llego al salón emocionada de platicar con su maestra practicante hasta que se dio cuenta que no podía hablar pues andaba enferma. Mabel le pregunto a la maestra practicante que si ya había ido al doctor y que como se sentía, ese día la maestra practicante al verse en la forma imposible de hablar le pidió ayuda a ella de ser su voz solo ese día tan complicado la maestra hablaba y Mabel repetía las cosas, imponía mucha autoridad porque le decía a sus compañeros -¡Guadern silencio!, -¡Escuchen a la maestra, está hablando” “te puedes ir a sentar!” y era algo tan admirable en ella, pues se preocupaba por su maestra al grado de apoyarla y preguntarle -¿maestra cómo sigue, etc.

Pasado el fin de semana y de regreso el lunes a clases, Mabel llego tan temprano solo para saber como se sentía la maestra practicante y si podía ayudarle, la maestra Adriana se sintió tan agradecida por ser voz y por preocuparse tanto, que al siguiente día se recuperó .

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