A pesar de su alma herida,
su vocación la impulsa a avanzar,
despertando sonrisas en sus niños,
su mayor tesoro a cuidar.
En el aula, su tristeza se desvanece como un suspiro,
cuando ve brillar los ojos de aquel niño, llena de suspiro,
se olvida del peso en su pecho, de los nudos en su garganta,
porque sabe que su entrega es parte de un sueño que encanta.
Ella abraza su vulnerabilidad, encuentra ahí su fortaleza,
enseña mediante el ejemplo que siempre hay luz en la oscuridad,
la maestra triste deja su huella en el camino de cada niño,
Dejando su energía, su amor, su alma, como un regalo hecho guiño.
Así, con corazón apachurrado pero lleno de agallas,
la maestra sigue adelante, dejando huellas en las salas,
porque ser maestra no solo es enseñar, es dejar una marca,
es dar todo de sí misma, incluso cuando se enfrenta a la tristeza acá encima.
Y así, mientras sus lágrimas secan, ella sigue en pie,
Dejando su energía por sus alumnos, la tristeza podrá arañar su rostro, pero no apagará su corazón.
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