EL ENCUENTRO

Llevaba dos horas y media firmando libros. Madrid es una feria especial para mí. Me fijé que en la cola una joven venía cargada con apuntes de oposiciones al estado, cualquiera diría que aquella maravillosa sonrisa pudiese estar relacionada con los estudios. Una señora de mediana edad con su chihuahua en brazos y el libro en la mano. El señor al que firmaba mi ejemplar contándome que era un regalo para su hijo mayor y algo sobre una carera de periodismo. El sol ya castigaba los áticos de toda la capital y el aroma a primavera de Madrid era como siempre; especial.

Carmina, la señora del chihuahua quería presumir en su club de lectura del Retiro y llevaba dos años esperando la novela. Yo dudaba que El Ciempiés fuera una lectura de su agrado, pero ahí estaba con sus pendientes de bisutería, sus perlas al cuello y su peinado de peluquería. La siguiente era ella, la estudiante. La volví a mirar y no dejaba de pensar que me sonaba su cara. Me recordó a «La joven de la perla» de Vermeer. Me limité a coger el libro que me tendía. La miré sorprendido; «Ecos de un sueño» fue mi primer libro y ya ni recordaba los cuentos.

—¿No prefieres que te firme uno de estos? —señalé con el ejemplar la pirámide de obras que los editores me habían puesto en la mesa. 

—No — me contestó con sequedad. Casi con rabia—. Quiero este. 

Aquella voz me sonaba y muchísimo, mi mente se esforzaba por recordar de qué, pero no llegaba a alcanzar el cajón exacto de ese recuerdo concreto. 

—Ponga para Ruth.

Entonces el cajón se abrió. Palidecí unos segundos antes de firmar y sin levantar la mirada procedí. Ruth, nunca olvidaré ese nombre ni esa voz y me dediqué a firmar con toda la paciencia del mundo: 

                                                                  Para Ruth; 

                                                                                  Aliada, Amiga, Amor…