Ofrezco al viento lo único que me queda y, a la vez, mi bien más preciado; mi voz, inaudible a oídos profanos, y, solo para algunos, mi aroma. Todos ellos, restos etéreos de mi alma que se desvanecen como el agua de lluvia que se desliza por las laderas de las montañas y, junto con mis recuerdos, se perderán algún día cuándo lleguen al mar y se fundan en la inmensidad del océano. 

Pero, cuando vierto y transcribo esos recuerdos y los plasmo en algo irreal pero tangible, como puede ser la vida de uno mismo, narrada por su propia protagonista. ¿Cómo alguien puede pretender objetividad en mis sentimientos?

Todos sangramos cuando nos cortamos, pero percibimos de diferente forma nuestro dolor. Y, si alguna vez el rencor hacia algunos personajes, presentes en algún momento de mi vida, tras sacarlos a flote, descarnada y, a veces, cruelmente, me provoca ese sentimiento olvidado, estoy segura que logrará desvanecerse como el aire entre sus páginas.

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