Nunca supimos por qué aquel anciano hacía el mismo recorrido todos los días. Faltando un cuarto para las ocho se le veía taciturno, como alma en pena: sombrero enfundado, abrigo de paño, bufanda grisácea y un maletín marrón que nunca lo abandonó, y que nos llamó poderosamente la atención por el especial cuidado que notábamos, tenía con él. Era el atuendo infaltable que lo acompañaba en sus largas y lentas caminatas matutinas, desde su casa en el barrio arriba, hasta el bosquecito del centro de la ciudad. 

Cada día desde que apareció por estas esquinas de dios; su rutina calcada, casi fotográfica,fue despertando en todos nosotros una curiosidad desbordada, yo diría que morbosa, de saber algo más de lo que esa imagen de anciano taciturno y serio nos mostraba a diario.Creíamos, aunque no lo dijéramos, que en aquella figura con andar pausado, silencioso, casi maginal, se mimetizaba algo extraño, perturbador y oscuro, que para aquel grupo de comerciantes era menester averiguar.Precisamente fue su apariencia impenetrable,cosa que lo mostraba  mucho más extraño, lo que desencadenó una serie de hechos dolorosos que hasta hoy están doliendo.

Lo que ahora voy contarles me ha costado mil perdones: perdón a mis hijos, perdón a mis nietos,  y perdón a mi esposa, delante de los cuales, en los últimos años me he sentido avergonzado. No me canso de perdirles perdón por tanta estupidez , por tanta ceguera; tampoco sabía que la estupidez era un mal de muchos y que ella pudiera ocasionar ceguera compartida, colectiva.Cada vez que me acuerdo de aquello, siento una inmenza culpabilidad y me percibo más estúpido; pero bueno, me estoy desviando de lo que he venido a hacer aquí: y es, contar, lo que finalmente ocurrió con el viejo extraño de esta historia. 

Todo transcurría dentro de lo que ya era normal por estas esquinas donde trabajábamos para sobrevivir. El viejo hacía su diario recorrido, siempre taciturno: sombrero enfundado, bufanda grisácea y el infaltable maletín marrón. Tan rutinario se volvió verlo pasar delante nuestro que durante meses perdimos cualquier interés en él, pues de tanto hacerlo se convertió en parte del paisaje. De repente, y vertiginosamente, una serie de acontecimientos cambiarían las cosas de un tajo, y para mal. 

Alguna mañana, el anciano irrumpió entre niños y adolescentes, volviendo a despertar en todos el interés perdido. No obstante, y pese a la sorpresa que nos causó, las cosas seguían el curso de siempre dentro de la cotidianidad que el comercio en estas esquinas tiene; hasta que a doña Lolita, una matrona a la que se le veneraba mucho en el gremio de comerciantes, se le ocurrió la no muy sana idea de acusar al vegete de ser un ser extraño y por ende peligroso.Agregaba la temeraria señora, que hasta depravado sexual tenía que ser …Continúa…

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