Hace algunos años llegué a este pequeño espacio que ocupo actualmente, cerca del mástil de la bandera y del camino de entrada a la Universidad Tecnológica de Puerto Madryn. A mis costados hay dos aguaribayes, y por detrás hay un jardín con el césped corto y tupido, en el que los pájaros suelen picotear alegremente buscando algún bichito para comer.

Cada mañana, apenas amanece llega a visitarme una calandria, siempre trae algo de comida en su pico, y mientras saborea sus vituallas mira de reojo a sus compañeras que parecen despreciar el sitial de honor elegido por mi huésped. Ella, ignora a sus pares, y disfruta de limpiarse el pico en mis recientemente pintadas maderas. Un solitario escarabajo pasea a mis pies y lo observo mientras espero que comience el movimiento de la mañana.

La leve neblina comienza a levantarse y Osvaldo, el conserje, con sus movimientos cansinos se presta a abrir el edificio, detrás juguetean dos perros que aprovechan para dejar su marca en una de mis patas. Yo, sin poder moverme solamente suspiro a la espera de otros visitantes que alegren mi día.

Veo pasar los primeros docentes de la secundaria que funciona en la mañana y sonrió, a sabiendas que pronto llegaran los jóvenes a calentar mis maderas retorcidas por el viento y la humedad que caracterizan a la zona en esta época.

Una joven, que no presta atención al camino, se acerca leyendo algo en su celular. Me alegro de su regreso. Lentamente se sienta en mi, veo que una lagrima se desliza de uno de sus ojos, deja su mochila a un costado y no para de escribir en su celular.

Entre dientes susurra, no me dejes, yo te quiero, mientras teclea apresuradamente. Pronto se acerca otra joven que se sienta junto a ella y comienza a abrazarla mientras le dice que no vale la pena llorar por él. Finalmente, la primera joven se recompone y juntas se dirigen a la entrada del establecimiento.

No pasa mucho rato en que tres jóvenes cantando vienen a acompañarme, me gusta la algarabía que arman, entre risotadas y cantos festejan que ya se aproxima el final de las clases, es mi momento favorito, el ambiente se carga de alegría, y aunque quedo lleno de papel picado, atesoro esos momentos.

Veo cerca otro grupo que se dispuso sobre el césped e intercambian palabras sobre alguna materia, tienen una prueba, y repasan frenéticamente los temas que les tomaran.

La joven que antes había llorado regresa, pero esta vez esta alegre, le cuenta a su amiga que se reconcilió con su novio y está feliz.

Pasado el mediodía el silencio invade el lugar, y yo disfruto de una siesta rodeado de pájaros que buscan en el camino los restos de galletas que se les cayeron antes a los jóvenes.

La tarde comienza a madurar, vuelve el movimiento, esta vez con gente joven y no tan joven que concurren a la universidad. Una treintañera se sienta sobre mi mientras fuma un cigarrillo distraídamente, piensa en su hija que quedó en su casa esperando su regreso, mientras ella esta allí, estudiando para poder conseguir un mejor trabajo y cumplir su sueño.

Un joven con una moderna camisa y barba destaca en un grupo que comenta su nuevo trabajo, habla de sus ilusiones de recibirse, de la hija que nació hace poco, de lo feliz que esta con su pareja.

Lentamente comienza a oscurecer y una mujer se sienta con su amiga, la felicita porque consiguió la catedra que tanto quería, mientras en el césped un nuevo grupo de jóvenes entonan una canción al son de una guitarra.

Un hombre sale por la puerta y alguien le grita – ¿ingeniero mañana es el parcial? Mientras el asiente con la cabeza.

Ya la noche se cierne sobre mí y la puerta se encuentra cerrada, un crespón negro adorna la entrada, la joven que una vez derramo una lagrima por su novio, que pensó en su hija, que cumplió su sueño de dar clases, ya no volverá.

El joven que estudió frenéticamente, que cantó con sus amigos, que se alegró por su nuevo empleo, que festejó el nacimiento de su hija y que finalmente fue ingeniero se sentó en mis viejas y desvencijadas tablas por primera vez, y quizás solo fue mi imaginación, pero logre abrazarlo y mostrarle todos los secretos que ella me había confesado, o quizás sus recuerdos se fundieron con los míos mostrándome que aunque solo parezco un objeto inanimado, soy parte de cada uno de ellos.

Etiquetas: cuentos ficción

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