No supieron que aquel día ocultaba tras su profusa tiniebla los rasgos macabros de un apocalipsis inminente.
El sol ya no era el mismo, sus cuerpos, inertes, yacían sobre el suelo, a esa altura resignados, casi muertos.
Sumergidos en su agonía tal vez recordaban épocas pasadas, ahora todo aquello solo era un feliz y al mismo tiempo lejano sueño escurridizo, imborrable, al mismo tiempo efímero. El fin se acercó irremediable, obsecuente. Ellos, Interhumanos, solo podían esperar el desenlace fatal e inexorable.
Sobre sí el cielo cerró su inflexiva palidez y seguramente Antíope, esa ciudad olvidada, en el instante final dejaría de existir llevándose consigo aquellas almas que comenzaron a claudicar.
El compromiso que detentaron con el mal los destruyó, no mostraron arrepentimiento, al contrario, sentían orgullo.
Subsecuente al cataclismo devastador, una tenue lluvia mojó los campos, ahora aquella tierra estaría limpia, libre de una potestad que nunca les perteneció, para siempre.
Martín Ramos
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