¿Qué, qué tal te encuentras…?
-Ya veo…, todavía no han hecho su efecto.
-¿Hasta entonces, te atreves a dar una vuelta conmigo…?
-Venga, vámonos y hablemos tranquilos los dos, sin prisas; el tiempo ahora no es nuestro mejor tesoro, ¿verdad? Salgamos al jardín; nos sentaremos en aquel banco cuya presencia guarda ese magnolio que siempre nos cobija con su sombra… Nos volverá a contar sus viejas historias, ya verás.
-Sí, no llores, por favor… Ya sé que esta fecha nos acongoja; hoy hace seis años que no vienen a vernos… Debemos entenderlo; ellos son dueños de sus propias vidas, viven sus problemas intentando sobrevivir, administran su tiempo de felicidad y ni tú ni yo debemos ocupar ahora el más pequeño espacio entre las costuras de sus corazones. Tenemos que admitirlo. La vida es así, mi querido amigo… Lo aprenderán, no te preocupes, a casi todos les ha pasado lo mismo. Olvidemos el pasado, cumplimos ya nuestro propio destino… ¡Venga, hombre! ¡Siéntete orgulloso de esos recuerdos que aún nos alegra el poco tiempo del que disponemos…!
-¡Cuidado…! ¡No te tropieces! No estamos para maratones, mi querido amigo, así que vamos despacio y tranquilos, sin prisas… Agárrate a los pasamanos y salgamos al jardín; ya verás como allí, sentados en el banco, estaremos muy tranquilos… Ahora no nos vigilan.
-¿Te acuerdas cuando ella nos recitaba aquellos versos tan hermosos mientras los cuatro abríamos nuestros ojos al cielo…? Amalia solía decirnos que cuando caemos al vacío es cuando nos damos cuenta de que siempre tuvimos un par de enormes alas; pero… también descubrimos que nunca nos preocupamos de aprender a volar.
-Aún no es tarde, mi sempiterno amigo; somos muy viejos, lo sé, pero eso no es obstáculo para que no nos demos cuenta de que cada eslabón de nuestras sucesivas generaciones es una oportunidad más para descubrir que al amor lo encumbran nuestras alas… ¡Volemos, pues…! ¡Batámoslas, remontémonos por encima del Sol y acariciemos sus rayos con nuestras manos de barro, aunque dispongamos tan sólo del sabor de esta hiel terrenal para endulzar nuestras lenguas de trapo!
-¿Ves…? Pasito a pasito y hemos llegado. Ya estamos en el parque y todo es quietud… Nos ha costado un poco, es verdad; nuestros pasos son lentos, pero a todo se llega contando con tiempo sin nada que hacer, aunque ya sea escaso… Me encanta este verdor, pero sobre todo sentarnos y escuchar al magnolio…
-¡Mira! Parece que nos saluda y se alegrara de vernos…
-¿Notas cómo agita sus hojas y ofrece a nuestras manos esa grandiflora que cuelga de su rama más baja…? ¿Te has dado cuenta cómo el pistilo suelta para nosotros una lágrima de su dulce almíbar? Seguro que se alegra de tenernos cercanos, de notar nuestra voz, de que percibamos que él también está vivo y, aun su senectud, todavía tiene fuerzas para ofrecernos esa esperanza y belleza.
-Sí, no llores, esa flor la perdimos un mal día los dos, pero ella prometió esperarnos para fundirse con nosotros… ¿Te acuerdas? Será maravilloso, lo sé.
-Sentémonos… Amalia nos decía que en la otra vida, hombre y mujer, esposo y esposa, se verían de nuevo, frente por frente, para disfrutar en consuno de lo verdadero, sin otras ataduras que el máximo placer de observarse, mezclarse en sus propias esencias y cocinar sus almas en lo que ella llamaba “El Crisol”; y, en él, a mil grados centígrados sobre el fuego azul del cariño, hacer de la fusión de ambas un pequeño lingote de amor… ¿Te imaginas, amigo…? ¡Un pequeño lingote de amor!
-Me pregunto cuánto pesaría algo tan valioso… ¿Tú no…?
-Ha llegado la hora de irse… ¿Lo sientes? Con las pastillas no notarás dolor alguno… No te preocupes por nada; ellos nos encontrarán, te lo aseguro… Y nos darán sepultura…
-… Aunque eso poco nos importa, ¿verdad…? ¡Ese fuego azul nos espera…!
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