Más allá del olvido

Más allá del olvido

Mimí PC

19/10/2023

Con afecto para Mary Bernal. 

Acabo de abrir los ojos, estoy despertando y un fuerte rayo de sol me impide ver con claridad. No recuerdo nada de ayer, veo mi habitación y comienzo a reconocer mis cosas; una mesa de madera tallada por mi primo, un tapete que su esposa tejió para mí con hebras de maguey, mis platos y vasos de barro que pinté de rojo con tinta de chinche de nopal…

Estoy en mi petate y no tengo cobija, siento que este día pinta para ser tremendamente cálido y lo aprovecharé para cocer unas vasijas que ayer armé. 

Sigo sin recordar mucho y ya ha pasado un buen rato desde que me levanté y vestí con este calzón de manta. Es curioso, me cuesta hasta recordar mi nombre. ¡Ah sí! Me llamo Tonatiuh, mi madre dice que significa sol, y aquí donde vivo el sol siempre es intenso. Desde que sale empieza a calentar y ya para mitad del día parece fuego que pinta la piel de rojo; aunque en invierno sólo lo hace un ratito.

Me gusta mucho mi casa porque cuando entra el rayo del sol ilumina todo a su alrededor. Mi casa se encuentra en la mitad de uno de los cerros más altos, es una cueva muy muy larga que siempre ha permitido a mi familia vivir cómodamente desde hace muchas generaciones. 

Se llama Cueva Longa, esta cueva nos da mucho para vivir como reyes, en época de calor es un lugar muy fresco, y en época de frío podemos resguarecernos en lo más profundo y prender una fogata para calentarnos. También podemos proteger a todo el ganado compuesto por vacas, chivas y caballos. 

Por eso me gusta vivir aquí, puedo ir a lo alto de los montes y con la tierra roja y negra hacer mucho barro para que todos tengan sus vajillas. Me gusta formar con mis manos los platos y los jarros con que comemos. Yo nunca había cocido el barro hasta que unos señores, ya entrados en años y con unas túnicas largas y oscuras, me enseñaron que si los metía en un horno duraban más. ¿Qué habrá sido de ellos? Tengo tiempo de no verlos….

Llevo rato despierto y ya tengo hambre, puedo ver que en la entrada de la cueva hay una mesa llena de comida, están las gorditas de maíz con chile que tanto me gustan, un alto de tortillas azules calientitas para los tacos de escamoles, salsa de xoconostle y un caldo de rata que huele delicioso. Veo un poco de colonche, una olla llena de agua miel y otra de pulque. 

También dejaron preparado un guisado de nopales con papas locas, mis favoritas porque son un regalo de la tierra para los humanos, son tan pequeñas pero deliciosas y nutritivas. De pequeños salíamos a buscarlas por otros senderos porque son silvestres, y es como buscar uno de tantos tesoros que aquí hay escondidos. Tomaré unas gorditas con papas y me iré a caminar para más tarde empezar a trabajar.

Ahí viene mi abuelo,- ¡Tata! ¿Cómo le va?, ¿a dónde camina?

-¡Hijo mío! –Dice el abuelo- Qué bueno que te encuentro, hace mucho tiempo que no te veía. Qué grande estás, vine a visitar a tus padres y a tus hermanos. Los extraño mucho.

-Y nosotros a usted Tata. Venga conmigo, yo voy al cerro por barro.

-No hijo, -contesta el abuelo- ve a lo tuyo que yo mejor te espero en la mesa de comida.

-No tardo Tata.

Qué alegría ver a mi abuelo, él no cambia nada, siempre con la espalda encorvada y su sombrero grande. Mejor sigo mi camino al cabo que ya falta poco.

Unos minutos más tarde…

Por fin, desde aquí, la parte más alta de la Sierra de El Cubo puedo ver todos los pueblos de mis hermanos y primos. Los de la Villa, los de Las Palmas, los de Manzanilla y los de Santa Rosa. A veces los visito y paso algunos días con ellos. Mis tíos cultivan chiles y luego los llevan a secar en la Hacienda de Jaral. ¡Qué lugar tan bonito y tan grande!, en ese castillo vivía el marqués y su esposa. Ellos eran unos españoles muy acaudalados que sabían que esta zona era muy rica no solamente por sus metales, sino por su riqueza natural. 

Otros de mis familiares tienen sus granjas con gallinas y borregos; y sus huertos con duraznos, mangos y cilantro. Unos más se dedican a cocer ladrillos y adobes. 

En fin… qué extraño que ya es medio día y no veo a nadie, ni a mi madre, ni a mi padre ni a mis hermanos, ¿en dónde estarán?. Seguramente se fueron a recoger piñones o borrachitas, o tal vez se fueron abañar en uno de los tantos ojos de agua que hay por ahí. 

A mí siempre me ha gustado bañarme aquí porque el agua es zarca. A nosotros desde niños nos enseñaron a nadar y a beber del agua más pura de la región. Sí, el agua más pura y azul que se ha visto en la vida.

Aquí en las alturas busco mi banco de tierra pero no lo encuentro. Yo conozco bien esta sierra y no creo estar perdido, aunque quizá tomé otro camino cuando saludé a mi abuelo. Tampoco reconozco esos plantíos que se ven a lo lejos, parece que son de esa planta que llaman espárrago. 

Yo creo que ya me perdí, mejor me voy a regresar a la cueva y me voy a guiar por las pinturas en las rocas que dejaron mis ancestros. Ellos dibujaron flechas y venados. Otros de sus compañeros dibujaron extrañas formas que sigo sin saber qué son. Unas parecen aves, otras parecen los riachuelos que bajan por las montañas y otros parecen personas. Todas las pinturas guían a las cuevas sagradas, ya de ahí podré reconocer el camino a casa.

Tal parece que hoy no podré trabajar en la alfarería. Aquí se usa mucho la técnica que nos enseñó el cura Miguel Hidalgo y Costilla por allá de los primeros años del siglo diecinueve. Pero ahora también decoramos con motivos florales y utilizamos esmaltes y pigmentos que no hacen mal al cuerpo. Es muy hermoso ver todas las piezas que se hacen de barro y que permiten que la gente tenga sus huertas llenas de macetas, y sus alacenas repletas de tazas y platos de barro.

¡Ah! Qué bien, alcanzo a ver a varias personas a lo lejos, creo que son mis padres.

-¡Mamá!, ¡papá!, soy yo, su hijo. ¿En dónde habían estado? No los encontraba en toda la sierra.

-Hijo, yo como tu madre no puedo estar lejos nunca, yo soy la madre de todos, soy la Naturaleza. Siempre estoy aquí, a donde tu cara vea tendrás a tu madre haciéndote compañía. En el cielo azul, en el canto de las aves, en el vuelo de las águilas, en el verde pastizal y hasta en una roca gris.

-y yo hijo mío, soy tu padre, el Tiempo. Siempre estoy a tu lado. Nunca debes de temer o preocuparte pues el tiempo nunca se detiene y siempre eres parte de él y él de ti.

-¿Pero entonces quién soy yo? No lo he podido recordar en todo el día, apenas y recuerdo mi nombre.

-Hijo mío- dice Naturaleza- tú eres el espíritu de esta tierra, te has llamado de muchas formas pero sigues siendo el mismo. Eres el espíritu de San Felipe con todo y sus torres mochas.

-Así es mi querido hijo-dice el padre Tiempo- tú estás siempre presente en la vida de los pobladores, los de ayer y los de hoy. Y nunca debes de olvidar que todo lo que observas y guardas es lo que hace ser a esta tierra.

-Mamá, papá, ustedes hacen que San Felipe tenga siempre comida en la mesa, a veces más y a veces menos pero que se mantenga tan tranquilo y tan puro como cuando los antepasados se asentaron aquí. Yo solo observo y trato de mantener la unidad y el afecto en la gente.

Lo que me hace existir, además de ustedes, es la gente que siempre es solidaria con los extraños, que comparte sus alimentos y su techo con el agobiado visitante y con el asustado extraño. La gente que desde que sale el sol prende la radio y entona melodías de amor, los ancianos que saludan a los jóvenes con un “buenos días”, los amigos que se reúnen afuera de la casa materna y los niños que juguetean en los jardines.

He visto lo mismo desde hace siglos, aunque por momentos olvide quien soy, esta región no cambia realmente. Esta zona evoca los sentimientos más fuertes y hermosos en quienes aquí habitan. La solidaridad y la empatía siempre están en sus pobladores.

Me duele que ellos no tengan el esplendor con el que vivieron los marqueses de Jaral, o los beneficios de sus minas que transportaban el mineral por el Camino Real de la Plata. 

Me duele que ahora los hombres deban abandonar a sus familias y llegar a tierras donde no son queridos para así poder tener una casa, vestido y apoyar a sus compatriotas. 

Me duele también que haya niños sin salud y que personas malas exploten a mi gente. Me duele que los muchachitos hagan cosas que ponen su vida en riesgo, que las niñas quieran cambiar los juegos y muñecas por alhajas y lujos. Le duele a mi esencia que el pueblo caiga en el olvido.

Estas son las razones por las que no recordaba quién soy. Me he perdido en la actualidad, he bajado mi mirada y olvidé lo que realmente me hace ser. Olvidé también que cuido la gran sierra de El Cubo y toda su magia ancestral.

Olvidé que mi abuelo es el Universo, y en su bastedad, me ha dado un espacio para morar y ver a todos mis hijos vivir en tranquilidad. Olvidé a mis hermanos los Planetas, y a mis hermanas la Luna y las Estrellas. A ellas que siempre me saludan con su brillar tan intenso cada noche.

He recordado pues, quién soy. Soy el espíritu de esta tierra fértil, de esa gente noble y de toda su historia. Soy el espíritu de San Felipe Torres Mochas.

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