Nota: un pequeño relato de detectives que escribí hace un tiempo. Lean hasta el final porque ahí se pone bueno.
Finalmente tendríamos la cita con el señor Fournier. Era indispensable interrogarlo y así quitarnos todas nuestras dudas. Pues esa es la función de un testigo. Sin su ayuda no tendríamos nada para incriminar a nuestro sujeto y no se podría hacer justicia para el pobre hombre.
Me encontré con mi colega, mi fiel amigo el oficial Edward Thompson ya en la entrada del centro psiquiátrico. Cuando me dispuse a saludarlo él solo entró por esa puerta, determinantemente. Tiene razón, debemos de concentrarnos, pensé y le seguí el paso. No cruzamos palabra alguna. En mi cabeza solo merodeaban todas las preguntas que le haría a Fournier una vez adentro: ¿Quién fue?¿Por qué?¿Quién más estuvo involucrado? Quisiera haber podido divisar al culpable cuando cometió su delito, pero la distancia que mantuve con él no me lo permitió. Estaba atento a esquivar cualquier disparo que me lanzase además, algo que por fortuna me salvó la vida ayer a la noche. Pues sino me hubiese agazapado, la bala que rozó por mi cabeza me habría dado en la frente, acabando con mi vida.
Cuando comencé a perseguirlo, el sujeto ya había corrido hacia el otro callejón y trepado el muro que había allí. Fue muy de novato lo mío; tendría que haberle seguido disparando. Una herida de hombro no bastaba para debilitar a un hombre tan grande como era aquel. En fin, errores que cualquiera puede cometer, pero espero que podamos atraparlo hoy. De lo contrario no me lo podré perdonar.
Fue un alivio entrar y sentir el fresco aire que nos brindaba el aire acondicionado. Incluso a la mañana hace muchísimo calor. Nos acercamos apresuradamente a la recepción, donde una joven mujer, de unos hermosos ojos color almendra, nos recibió.
-¿Si?- nos ofreció una sonrisa.
-Buen día, señorita- le dijo mi compañero entonces, mientras le mostraba su placa-. Vengo en representación de la policía a interrogar al señor Fournier. Según tengo entendido fue alojado aquí ayer mismo.
-Habíamos anticipado esta interrogación- agregué.
Tocó entonces un botón conectado a un pequeño parlante.
-Señora Miller…sí, verá está aquí la Policía de Chicago, dice tener una cita con Fournier…si…¿no será quizás demasiado para este paciente? Digo, por las alucinaciones y todo eso…si, tiene razón. Muy bien, hasta luego.
-La policía entiende que el señor Fournier no se encuentra en las mejores condiciones para una interrogación, pero es de suma urgencia para este caso- le dijo Edward, entendiendo la situación del hombre. Luego se le acercó y le susurró-. Verá, se trata de un asesinato. Aún desconocemos la identidad del asesino.
-Usted tranquilo, la señora Miller me dijo que sabía de este caso- nos hizo una señal con la cabeza en dirección al pasillo, indicándonos que pasaramos-. Oficina 3, segunda puerta a la derecha, allí se encuentra ella.
Le sonreí al tiempo que asentí con la cabeza en señal de agradecimiento. Ella ofreció una hermosa sonrisa que le robaría la atención a cualquiera. Debo admitir que sus facciones me resultaron atrayentes, me hacía querer conversar con ella.
Seguimos entonces sus indicaciones y Thompson tocó la puerta de madera, medio abierta. Esperamos hasta que se escuchó una voz que provenía de adentro de la habitación.
-Adelante.
Hicimos caso entonces y nos colocamos unos pasos delante del enorme escritorio con una placa que tenía escrito con letras doradas “Amanda Miller”. Aparentemente, esa era la mujer rubia y con anteojos, de unos 60, sentada en la silla, concentrada en unos papeles rosados. Levantó entonces la mirada y nos hizo una mueca, que pretendía ser una sonrisa, mostrando así su agotamiento.
-Policía de Chicago, ¿verdad?- nos preguntó.Se levantó a recibirnos y le extendió la mano a mi compañero.
-En efecto, señora Miller. Soy el oficial Thompson- respondió él aceptando el apretón.
-Oficial Lamber- le asentí con la cabeza detrás de él, solo para ser mínimamente notado. Ella solo asintió sin mirarme.
-Tengo entendido que la policía reservó una cita con el señor Fournier. Por aquí- se abrió camino entre los dos y nos guió a lo largo del pasillo hasta las escaleras-.El pobre ha estado sufriendo de alucinaciones desde que llegó aquí, algo no tan inusual en nuestros pacientes en estado post-traumático. Pero puede que no contribuya mucho en la investigación, va a tardar meses en recuperarse- bostezó-. Imagínense al pobre luego de haber visto lo que vió. Qué horrible- negó con la cabeza.
-Señora Miller- comenzó Edward.
-Oh, Amanda, por favor. Por favor dejemos las formalidades.
-Amanda- le sonrió-. Tienes razón en que no sea el momento indicado para él, pero, verás, en cuanto más tiempo dejemos pasar más se verá afectada la investigación.
-Entiendo eso. Entiendo lo atareados que deben estar todos con esto.
Edward, ante el halago, mostró cara de orgullo. Yo solo revoleé los ojos.
-Aquí es- dijo en cuanto llegamos a la habitación número 137-. Los dejaré a solas. Tiene 20 minutos como máximo, el paciente no podrá someterse a más- abrió la puerta con su llave y nos dejó pasar.
Todo adentro era blanco. Piso, paredes, techo, ventana, cama. No imagino lo estresante que debía ser estar allí mucho tiempo, me volvería loco. Había una mesa al costado derecho y cuatro sillas, también blancas. La cama, ubicada delante de la ventana, estaba vacía. No parecía haber rastro del señor Fournier.
-Señor Fournier, tiene visita- lo llamó la señora Miller.
Se adentró para buscarlo y, girando la cabeza hacia la izquierda, divisó al sujeto.
-Oh, allí está- dijo entonces y se abrió paso para permitirnos entrar.
El hombre estaba arrinconado en la punta de la habitación, junto a una mesita con unos libros. Estaba sosteniéndose las rodillas y su cabeza se escondía entre ellas, como si estuviese refugiándose. Llevaba puesto un camisón blanco con puntitos celestes.
-Haz que se vaya quien sea que haya venido- dijo sollozando, sin levantar la vista.
-Pero esta no es cualquier visita, la policía vino a hacerte unas preguntas. Solo serán unas pocas- mintió para convencerlo.
-¿Qué es lo que…?- levantó entonces la cabeza y en cuanto nos vio dejó de hablar. Parecía asustado, atónito. Se quedó boquiabierto mientras nos miraba hipnotizado-. Quiero que se larguen ahora.
-Pero señor Fournier, la cita ya estaba arreglada…
-¡Ahora!- dio un grito desahogado y agresivo, rehusandose al interrogatorio. Sería difícil hacer eso. La señora Miller se le acercó, insistiendo.
-Solo serán unas pocas preguntas- se agachó para ayudarlo a ponerse de pie pero el hombre hizo contrapeso para evitarlo.
-Nooooooo- continuaba forcejeando y entonces Miller se rindió.
-Lo siento, es difícil hacerlo cambiar de opinión cuando se pone así- se nos dirigió susurrando y con tono apenado- ¿Sería posible que realizara la entrevista desde allí?
-No creo que haya problemas- le respondí.
-Está bien, Amanda- dijo mi compañero luego, ofreciéndole media sonrisa, algo que hizo que ella se sonrojara levemente.
¿Acaso estaban coqueteando? Me sentí tomado del pelo. Parecía no importar allí, alguien que solo estorbaba. Estaba molesto con la señora Miller, quien no me había agradado desde el inicio, pero más me enfadó la actitud de mi compañero y mi más probable mejor amigo, quien se suponía que estaba trabajando. Para “no interrumpir”, me dispuse a ir con Fournier.
-Con permiso- dije disgustado, esquivándolos por el costado.
Giré la cabeza con curiosidad de ver lo que hacían. Estaban conversando entretenidamente. Qué asqueroso. No exagero al decir que quería vomitar. Aquella vieja con…Edward. Sacudí la cabeza para olvidarme del asunto, debía concentrarme en el caso. Llegué entonces al rincón donde se encontraba Fournier. Jadeaba sin cesar y temblaba escalofriantemente.
-Buenos días, señor Fournier- le dije con calma para no alterarlo, al tiempo que le regalaba una leve sonrisa.
Me miró con sobresalto. Sus ojos celestes pálidos estaban abiertos como platos, sus pupilas se fijaron en mí espeluznantemente. Abrió la boca levemente para decir algo, pero entonces se escuchó la voz de Miller despidiéndose de mi compañero. Me dí la vuelta.
-Bueno, lo dejaré ahora con el hombre-pasó por al lado de mi colega y, cuando parecía que iba a marcharse de una vez, le tocó el hombro y le susurró algo al oído. Claramente no pude escuchar qué, pero sin duda fue algo divertido para Thompson, quien comenzó a dar risitas tímidas y, en mi opinión, ridículas. Luego la señora nos dejó a solas al fin.
-Parece ser muy graciosa la señora Miller- le dije con una sonrisa, a pesar de estar enfadado.
-Caramba- exclamó.
Si este estará en las nubes, pensé para mis adentros ya sin pretender seguir con el asunto. Reitero, debíamos concentrarnos de una vez por todas. Hablamos de un asesinato que todavía no había sido resuelto y que necesitaba respuestas urgentemente. Ambos nos agachamos entonces para enfrentarnos cara a cara con el sujeto.
-Bueno, señor Fournier. Ya supongo que sabrá por qué…-comenzó Edward cuando Fournier se levantó inesperadamente y pegó un trote hasta una de las sillas ubicadas frente a la mesita blanca.
A esto ambos lo seguimos y nos sentamos en las dos sillas restantes, enfrentándolo. Ahora sí que parecía un interrogatorio.
-Muy bien. Ahora, como le decía, supongo que sabrá la causa que convoca a este interrogatorio- hizo una pausa para permitirle responder.
-Yo ví…-comenzó-, ví…, algo-me dio entonces una mirada de reojo y luego la volvió hacia Edward, quien asentía constántemente indicándole que continuara-.Asesinato.
-Eso- exclamó Edward de repente exaltando al interrogado. Lo entendía, era lógico emocionarse cuando se ven avances en alguien que no parecía que los haría-. Lo siento, no era mi intención asustarlo- se disculpó.
-Descuide- susurró el otro.
Decidí que era momento de intervenir. Edward nunca había sido el experto en interrogatorios, yo era siempre el que los realizaba.
-Tenemos entendido que usted vio algo que nos ayudaría mucho en la investigación de este asesinato, ¿podría decirnos qué?- me miró Fournier con miedo entonces.
-Señor Fournier, ¿qué fue lo que vio exactamente?- repitió la pregunta mi compañero sin necesidad.
Fournier tenía el cuello inclinado hacia adelante, los brazos uno en cada lado. Agachó entonces la cabeza y se quedó mirando la mesa durante unos segundos. Cuando la levantó devuelta le caía una lágrima por la mejilla.
-El asesino, primero se acercó hacia donde Bob y yo estábamos- comenzó a relatar los hechos, por lo que Edward comenzó a tomar nota mientras yo lo oía atentamente-.Estaba gritándole a mi amigo, muy enfadado. Al parecer le debía dinero. Juro que yo no sabía nada, siempre era Bob el que se metía en esos líos de apuestas. Le gustaba siempre ir al casino y meterse con desconocidos, apostando dinero que ni siquiera tenía. Siempre tenía mala suerte además…
-¿Tú qué dices muñeca?¿A todo?- exclamó Robert Anderson con un cigarrillo en la boca.
La morena que había conquistado esa misma noche reía sin parar al lado suyo, al tiempo que servía otra ronda de cerveza para ella y su acompañante. Luego se acercó a su oído para susurrarle algo, mirando de reojo a sus oponentes, quienes esperaban una respuesta impacientemente.
Eran tres en total. Dos hombres grandes con lentes de sol y traje, uno moreno y el otro rubio, se sentaban uno de cada lado dejando a su señor en el medio. Se hacía llamar Molson, a pesar de no ser su nombre real, y esa noche vestía una camisa blanca que hacía destacar su piel bronceada, y jeans negros. A Robert le había parecido un buen oponente para apuestas cuando se lo había encontrado hace una hora, pero hace tiempo que se había puesto serio e impaciente, con ansias de hacerse con el dinero lo antes posible.
-¿Y bien?- rompió el silencio.
-Amigo Molson, le apuesto $900.000
Molson y sus amigotes se miraron, con desconfianza a lo que Anderson acababa de decir. Luego Molson sonrió y, enfrentando la cara al pobre borracho, le dijo:
-Muy bien, Bob Anderson. Acepto.
Tras ver las cartas de Molson, a Robert se le heló la sangre. Sabía él que no tenía lo que apostó (ni siquiera estaba cerca de conseguirlo), pero había esperado que su juego hubiera sido suficiente. Con los ojos clavados en las cartas, comenzó a buscar algún indicio que le indicase que había hecho trampa, sin resultado. Se aclaró la garganta para hablar, pero Molson se le adelantó.
-Le agradecería si me lo paga en cheque. Oh, y que sea dentro de los próximos tres días por favor. Viajo a Italia este martes.
Tragó saliva, nervioso.
-Verá, Molson…-iba a confesarle que no tenía el dinero, pero cambió de opinión- preferiría entregarle la suma por partes.
-No habría problema, pero si llega para el martes, ¿verdad?
-Temo que no. Verá, tengo una parte del dinero en mi casa de verano en Philadelphia. Haré lo posible en conseguirlo lo antes posible…
Molson soltó una carcajada y golpeó la mesa con su puño.
-Oh, Bob. ¿Usted cree que esto es un juego, no?
-No, escuche, si…
-Espere, espere, espere- Molson se paró para hablar-. Sabe, esto ya me ha sucedido en reiteradas ocasiones. Mis oponentes siempre me subestiman. Me hago parecer un hombre sencillo, que solo viene a divertirse…pero tengo un problema. Mi obsesión con el dinero es inmensa, casi incontrolable. Y eso me lleva a que, a veces, cometa atrocidades- Anderson tenía los hombros bajos mientras lo observaba temerosamente. Ya no fumaba ni sostenía a su chica de la cintura-. Por favor, usted me agrada, no me haga cometerlas.
Chasqueó sus dedos y sus musculosos acompañantes se pararon. Dispuestos a retirarse, pasaron por al lado de Robert, no sin antes susurrarle un “Cuídese”. Bob no supo cómo reaccionar.
-Y el rubio se nos acercó. Estaba furioso. Y…-no pudo terminar su frase. Comenzó a sollozar, pero sin lágrimas, al tiempo que se sostenía la cara-. Bob no le pudo dar casi explicaciones. Cuando le dijo que no tenía el dinero, le…le disparó sin piedad.
Edward le apoyó la mano sobre su brazo, pero Fournier se lo sacó inmediatamente. No sé si lo hizo por nervios o porque no le gustaba el contacto físico, pero mi compañero se asombró un poco.
-Tómese su tiempo, señor Fournier- le dijo para que se tranquilizase y tomara un respiro.
Estaba temblando, jadeaba levemente. Se negaba a levantarnos la vista nuevamente.
-En ese entonces yo…ya veía cosas.
-¿Cosas?¿Se refiere a fantasmas?- le preguntó incrédulo.
-No sé cómo llamarlos, pero no me gusta cómo suena esa palabra. Fantasmas. Me hace sonar como un loco, suena a un cuento de terror inventado. Dígale espíritus o visiones si quiere, pero no así. Por favor.
Este señor sí que era sensible, o quizá hayan sido las circunstancias en las que estaba.
-En fin, espíritus. Veo gente muerta que parece viva- nos echó una mirada a cada uno-. Vivo atormentado.
-Es por eso que lo hospedan aquí, para que pueda recuperarse- lo calmó Edward.
-El problema es ese, oficial. Mis visiones no se detienen y nunca lo harán.
-Bien, ahora si podría por favor continuar con el relato. El tiempo corre en contra- le dije, consultando mi reloj de pulsera.
Me echó otra de esas inquietantes miradas que hacían que yo piense que estaba asustado de mí.
-Apareció un policía entonces- yo,
pensé con orgullo para mis adentros-. Y entonces…
-Por favor omita esa parte. Es duro- le dijo Edward sin razón.
-Y luego de, ya sabe, aparecieron los otros policías y lo persiguieron. Sin éxito, pues el grandote ya había trepado ese muro.
Mi colega entonces bajó la mirada y se quedó unos segundos así. Pensando. Dolido. ¿Qué le ocurría?
-Lo siento, aún es difícil. Era una persona importante para mí- me le quedé mirando con muchas dudas rondando en mi cabeza.
-Oficial, quédese tranquilo- le dijo entonces Fournier en un tono más relajado y amigable-. Él está con usted.
-¿Puedo preguntar a quién se refieren?
Los observé a ambos. Primero a Edward, quien se sostenía la cabeza con la mano, cabizbajo, y luego a Fournier, quien, con una leve sonrisa, comenzó a levantar su brazo en mi dirección para luego apuntarme con su índice.
-Lo veo. Su colega, ¿verdad? Está al lado suyo en este instante.
Edward se giró hacia mi dirección. Noté entonces que no me estaba mirando a mí, sino a través de mí. Sus ojos no se enfocaban en los míos, parecían perdidos.
-Sabe, él siempre solía acompañarme en estos interrogatorios. No dudo que su espíritu me acompaña en este momento- sonrió para sí.
Me hizo entender. Es inexplicable el vacío que sentí.
El enorme sujeto que le había disparado a Robert Anderson se dispuso a matar a Richard Fournier, quien estaba perplejo tras haber visto morir a su amigo. Cuando le apuntó con su arma, sin embargo, se escuchó el disparo de una ajena. En cuanto se dio la vuelta, el hombre divisó al agente Nick Stevenson sosteniendo su revolver en la otra punta del callejón. Fue cuando notó que le había dado en el hombro derecho.
-Las manos donde las pueda ver- le gritó el policía.
Morales comenzó a reír al tiempo que levantaba las manos a espaldas de Stevenson. Estando seguro de lo que hacía, pues era un experto, dio una media vuelta acompañada con un tiro tan repentino que no le dio tiempo de reacción al oficial. Le dio en el blanco; justo en su frente.
OPINIONES Y COMENTARIOS