Las chivas viejas de San Carlos.

Las chivas viejas de San Carlos.

Cuando yo estaba muy niño me sorprendía al ver pasar unos grandes buses viejos y coloridos construidos muchas veces con material de aluminio creo yo que, en su totalidad, y a otros los veía construidos de madera en algunas partes. A estos inquietos y tradicionales carros los llamaban chivas; eran ellas la forma de transporte más común en épocas anteriores; eran ellas quienes le brindaban la posibilidad de un recorrido dinámico y armónico a las poblaciones sancarlenses, y con sus viajes andariegos frecuentes estas ancianas naves les facilitaban el ida y vuelta a la gente de este municipio y a las demás poblaciones aledañas que están ubicadas en la vía que conduce hacia Cereté, ellas iban sin pereza varias veces al día a ese municipio. Las chivas recorrían cotidianamente la vieja y rojiza vía; una vía llena de grandes piedras entre rojas y amarillas que estaban ahí tiradas, adornando, rodando y brincando sobre el lomo de una intrépida carretera que se movía en su recorrido varias veces antes de llegar a su destino, por esta razón cuando pasaban las chivas por encima de todo esto que había en este viejo camino, iban produciendo una polvareda tan grande que nos dejaban como galleta de limón, empolvados con el pelo blanco, la ropa quedaba impregnada por las gotas de lágrimas de las piedras, quienes en este choque con las llantas de estos carros se reducían muchas de ellas a polvo y como decía mi abuela, quedamos completamente monitos.

Las chivas iban y venían rápidamente en un trajinar constante sin muchas dificultades, en ellas se trasportaba de todo y sus techos eran de gran ayuda, eran como un segundo piso, pues en esa parte de arriba de esos autos se subía de cuanto bulto o animal llevaban los campesinos para vender a Cereté y traían de allá cuanta compra se hacía en esta ciudad. Recuerdo los bultos de hielo en trozo que constantemente se viajaban ahí para las fiestas tradicionales en las veredas, recuerdo que en ellas se llevaba el cerdo, la gallina, el pavo, el carnero y muchos otros productos como el maíz, el ñame y el plátano como expresiones de una economía rica en comidas sanas. Sin dudas, las chivas no se le arrugaban a nada, ellas colocaban su espalda para ayudar al campesino y a todos los habitantes de estas comunidades cercanas y esto lo hacían sin ningún reparo. Las viejas y estropeadas chivas navegaban en las mareas de polvo y piedra que diariamente encontraban en el mar de una carretera solitaria, estrecha y muchas veces ahuecada, ellas tenían el coraje de realizar sus recorridos sin importar las adversidades y de esta forma humildemente servían a las diferentes comunidades que de ellas se beneficiaban como medio de transporte.

Mi mamá salía conmigo de a pies hasta la entrada de Carolina y me subía en ese enorme espacio lleno de caras de diferentes características; expresiones humanas alternadas entre acciones sociales con los sonidos de los animales, con el calor producto de los bultos, con el polvo repelente que en cada frenada se metía bruscamente por las viejas ventanas de las chivas y así entre estas nobles vivencias mi mamá me llevaba a Cereté a comprar las cosas que necesitábamos. En realidad, era muy grato para mí a esa edad poder conocer otros pueblos, por eso cuando me decía que iríamos a la capital del Oro Blanco yo me alegraba mucho, me colocaba muy feliz, pues uno de niño cualquier cosa lo emociona y más si iba a montar en carro. Recuerdo un poco borroso que ahí esperábamos debajo de un árbol de ñipi ñipi con ansias, y allá en la lejanía, de pronto se escuchaba el ronquido profundo del motor y el pito de la vieja chiva quien juntaba sus labios y silbaba fuertemente cuando iba llegando a cada entrada de las veredas aledañas, entonces ella hacía la parada y mi mamá me agarraba de la mano subiéndome cuidadosamente en ese viejo bus andante. Ya arriba de ella, nos sentábamos en unos sillones viejos un poco apretados y así de esta manera emprendíamos el corto viaje, para mí largo en ese entonces por la corta edad. Luego de unos minutos llegábamos al centro de la ciudad de Cereté y la vieja chiva llegaba a su destino una vez más cumpliendo con su deber. Ella se posaba debajo de un gran árbol frondoso, llamado bonga, allí ella se estacionaba, lo hacía frecuentemente para sombrear y esperar a los viajeros cotidianos que salían a realizar sus mandados y sus diferentes actividades en esta ciudad vecina. Este era el trajinar constante de las viejas chivas sancarlenses, ellas hacían esto una y otra vez hasta que sus viejos cuerpos cansados se fueron agotando lentamente, pero luego de un tiempo dejaron de existir y hoy en día ya no se ven por ahí, de ellas solo quedan unos recuerdo vagos y perennes de sus cuerpos, de sus ronquidos y de los sonidos de su pitar impregnados en algunos pensamientos de algunos adultos quienes como yo las utilizaron mucho en sus juventudes. Las viejas chivas se extinguieron de la vía y ya no volverán jamás.

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