Las dos damas en Terralontana.

Las dos damas en Terralontana.

Eran aproximadamente las seis y media de la tarde, momento en el que la noche ya le estaba dando órdenes con su voz oscura y grave al sol para que su luz abandonara los espacios terrestres. Era evidente que a medida que iban pasando los minutos ella se hacía grande y se adueñaba de todo, de igual forma, mientras esto pasaba en ese transcurrir del tiempo, el vaivén de la gente en las calles era incesante, el afán era intolerable porque las personas iban de prisa en busca de su hogar para descansar de la dura jornada laboral de la que se libraban al caer la tarde, y el tráfico lento de una ciudad alborotada a esa hora era cruel, pues en ese lapso de tiempo muchos coinciden en lo mismo, es decir, van en busca de su hogar para cenar y descansar de sus trajines realizados durante el día. Presenciando yo toda esta fatiga social, entré a un centro comercial de la 41 con circunvalar de la ciudad de Montería, con el objetivo de comprar un par de zapatos porque los que tengo están bastante envejecidos, y cuando caminaba apresuradamente en esos pasillos relucientes de ese sitio hacia los stand que hay ahí en ese lugar, atacado también por la cobija de la noche, lograba escuchar al fondo, por allá en una de las esquinas, no me acuerdo bien de donde salía el sonido, una canción que me excitaba el paladar auditivo por la exquisitez cultural que significaba dicha obra musical; Pedro Navaja, en la voz magnifica de Rubén Blades; letra que hace una descripción etnográfica de las vivencias de un hombre y una mujer en los suburbios de una sociedad en detrimento, letra que utiliza en sus líneas poéticas como herramienta de narración, la literatura degradada; una expresión que muestra las realidades de una sociedad con múltiples problemáticas en sus interacciones cotidianas, y la canción a manera de reflexión en una de sus estrofas establecida como coro decía: «la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida». Esta joya musical contrastaba armónica y melódicamente con un lugar a media luz, un sitio que se encontraba entre oscuro y claro por las luces de unas lámparas grandes de color amarillo opaco que lo decoraban; luces que luchaban con el color negro espeso del cabello de la arrogante noche, Terralontana se podía leer afuera con letras talladas en madera creo yo, ubicadas en la parte de arriba de la entrada del sitio; espacio que contrastaba con la maravillosa obra de Rubén Blades.

Ahí en ese instante en que los sonidos armónicos se enfrentaban con la belleza de la decoración del lugar, se podía palpar vivamente el glamour exquisito de dos bellas damas refinadas y educadas que estaban sentadas apreciando el devenir de sus alrededores; estaban en ese lugar muy cómodas en dos sillas de colores negro y caoba, ellas estaban ahí, ubicadas alrededor de una mesa adornada con suaves y finos manteles de distintos tonos cromáticos. Las dos mujeres con posición de etiqueta, estaban vestidas una con blusa a rayas entre negras y blancas, y la otra con blusa beige de telas finas ambas; no puedo describir los colores de sus pantalones porque no se veían, pues sus piernas estaban debajo del mantel de la mesa antecedidas además por otras sillas, y esto no permitía la visibilidad de estos colores. Los codos de sus manos estaban perfecta y cuidadosamente ubicados encima del mantel en la mesa, sus muñecas delicadas estaban decoradas con joyas de distintas características, con uñas bien pintadas estéticamente por diferentes y hermosos tonos que conjugaban con los colores de sus pieles tersas, y además estaban acompañadas por bolsos de cueros finos colocados en las sillas contiguas a sus esbeltos cuerpos, sus espaldas semirrectas, las dos con sus cabellos muy oscuros como la noche, y en sus manos habían copas de cristales medio llenas de vino añejado; bebida que degustaban con gran placer y elegancia. Ellas conversaban en un entorno tranquilo dentro del lugar, con música suave, sin dudas no tenían interrupciones de ninguna índole, sus cuerpos disfrutaban de sus poses y sus rostros bien maquillados eran acariciados por la brisa de unos aires o abanicos que hacían además, estremecer unas hebras de cabello sueltas de una de ellas que jugaban alrededor de sus frentes y mientras esto ocurría ellas tomaban un trago de vino suavemente, disfrutando y degustando el exquisito añejamiento de la bebida. Después de un rato tuve que salir del lugar y no pude seguir apreciando estos magníficos eventos sociales en los que el glamour, la música y el devenir cotidiano se juntaban para crear una obra de arte fantástica que hacen parte del vivir de algunos, pero que con muy poca frecuencia suceden en mi vivir.

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