Mi estrella.

Caía la noche con su manto ligero y oscuro. Empezaba a cubrir nuestra soledad quedando atrapada hasta las primeras luces del alba. Al fondo se podían observar los últimos rayos del sol iluminando las nubes más altas y tornándolas a un color rojizo intenso, invitando a decir hasta mañana. El frío hace acto de presencia y la piel de mi cuerpo se eriza al sentirlo. Todo se queda en silencio, sordo de ruidos y sonidos. La intimidad me llama lenta y sutil. Será la que me acompañe durante las próximas horas. Ayudándome a soñar contigo me resguardará en la búsqueda de las palabras idóneas, aquellas que no encuentro cuando estás cerca y que afloran a mi boca cuando estoy sola. Aquellas que me gustaría decir y no brotan en el momento que estoy a tu lado. Las que también me gustaría oír y que nunca llegarán a mis oídos, pues tus labios están sellados, lacrados para siempre con un sello imborrable. Me recuesto en mi sofá cómodo, acogedor. Pareciera que eres tú arropándome con tus brazos largos y fuertes, cobijándome en tu seno y ayudándome a entrar en un sueño profundo y relajado. Siento el calor inexistente que llega a mi cuerpo acurrucado y envuelto en un mantón de agradable tacto que huele a otras noches pasadas en las que quedó impregnado tu aroma. Imagino que estás a mi lado. Mi mente vuela, recorre parte del espacio flotando en tu compañía. ¡Qué feliz sería!… Te anhelo. Jugamos con nuestras manos que se rozan, se acarician, se entrelazan. Busco de nuevo otra postura que me haga sentir bien y me acurruco de nuevo imaginando que tus manos se posan en mi frente retirando mi flequillo para ver mejor mis pueriles ojos que te miran desde abajo y te sonríen incitándote a seguir el juego. El sueño se va haciendo pesado y salimos de la mano al prado alfombrado de un verde intenso que ante la ausencia de luz se torna oscuro y falso. Y desde allí, contamos las estrellas que coronan el cielo. Les ponemos nombres y tú me regalas una, la más hermosa. Mi alma se esparce por el universo buscando el lugar perfecto para albergar tanta placidez. Mi cuerpo experimenta emociones perdidas en el tiempo, recuperando su energía derramada. Pero continuamos vagando. Derrochando ternura, cariño, amor. No sé lo que piensas, no sé lo que sientes. Me gustaría poder interpretar esa mirada lánguida en estos momentos joviales. Abrir de par en par las puertas del universo para que pudieses gritar a los cuatro vientos tus sentimientos. Y yo hacer lo mismo. Pero tengo miedo. Miedo a perderte, a que tengas dudas, a que huyas lejos. Prefiero compartir con el cielo estrellado tu muda sonrisa sincera y desear que no te vayas nunca. Que no me dejes sola, vacía, esperando a que caiga la noche para poder sentir tu presencia, para poder escuchar a tu corazón que sigue callando. Piensa que el alba está cerca de nuevo y podremos luchar contra esos vendavales que nos quieren borrar del espacio.

Las primeras luces del día hacen presencia en la habitación, mientras tanto, fuera se mezclan los colores primitivos con la tenue luz solar. La claridad ilumina mi cara dormida plácidamente. Me resisto a abandonarte. Siento como tus dedos se retiran lentamente de mi cara dejando la estela de su calor. Y huyes como las aves, batiendo tus alas al son del viento. Me voy desperezando y siento una voz cálida y apacible rozando mi oreja y balbuceando una frase corta: “Mira entre tus manos”. Con la pereza de acabar de despertar, abro mis manos y con una mirada enigmática echo un vistazo en el interior. Allí estaba: Mi estrella.

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