Ella era tan hermosa como la luna, especialmente de esa cuando se tornaba amarilla y se cubría de niebla. Tan melancólica y fría, de esa que te puedes quedar horas viéndola subir y desaparecer. Ella era como la luna, que con su brillo alumbraba todas las estrellas y las noches solitarias convertía en luz. Era como la lluvia que se vislumbra en un atardecer, delicada y lenta, con visos naranja gracias a los rayos de luz. Eso era ella. Ella era naranja, amarillo, azul, morado y rojo. Era un poema que escribí, una película que vi, un amor que sentí y un cuadro que pinté. Era risas espontáneas, mareas altas, eclipses de luna, nieve, hielo y tiramisú. Era masa de pan en un mesón de madera, una canción folk y un jardín tapiz de tulipanes. 

Era un fantasma disfrazado de sueños. Era tan hermosa como el sonido del mar, tan rara como gelatina congelada, inolvidable como las historias que planteaba. 

Me la robé y la encerré en una pintura, caminamos juntas bajo el sol en una pradera abierta, le di mis aceitunas y ella su mano. Le canté y dibujé, puse flores en su pelo y la imaginé en mi pecho. La guardé tan fuerte que me quedé sin aliento y la solté con suavidad y lágrimas rodando por mis mejillas. Su canción no volvió a sonar igual, no la volví a escuchar y no volví a leer la historia que me mostró. Sin embargo se quedó impregnada en mí con su olor y su tacto, con sus colores y su manto de estrellas que la cubrían. Porque ella era como un bosque oscuro habitado por búhos con arroyos helados y sauces llorones por todos lados. Me sentí perdida y luego me encontré en ella, en flores moradas y papas onduladas. Fue parte de mi ser en solo tres meses, fue tinieblas y luz, fue la luna amarilla cubierta por niebla en una noche lluviosa.

Era tan hermosa que era un pecado quedármela, tan perfecta que mi fragilidad la mataría y tan buena que mi oscuridad la cubriría para que ella no volviera nunca más a brillar. Mi felicidad estuvo con ella, con su grandeza eterna y sus manos bellas. Tuvo mi corazón con un hilo atado y decidí cortarlo para no cargarla en mis miedos y mis rastros de afán. La acepté como una parte de mí, oculta ante muchas personas por falta de aprobación, como la cara de la luna a la que no le da el sol, pero presente ante ella porque con ella yo era yo. 

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