“Este es el mensaje de navidad: nunca estamos solos.”
(Taylor Caldwell)
Los hechos aquí narrados, sucedieron en los días de vísperas para noche buena. Fue un martes, veintiuno de diciembre del año dos mil diez, cuando Ligia, se acercó a la residencia de Luisa María, una reconocida profesional de la costura del vecindario, con la urgencia de que le confeccionara dos vestidos de ángeles, para sus gemelas, quienes habían sido escogidas para participar en el pesebre viviente de otra localidad. La mujer llegó agitada, casi implorándole a la confeccionista la hechura de los dos atuendos, quien tuvo como respuesta:
“No te preocupes vecina, voy a hacer el mayor de los esfuerzos para elaborarlos. Como podrás imaginar, estoy ya bastante comprometida para las entregas de las mercancías antes del viernes, veinticuatro. Pásate el jueves, veintitrés, antes de las 10:00 am por ellos.”
La modista no pudo negarse, pese al gran lote de telas y tejidos, que esperaban por corte y elaboración, Ligia, no solo era una habitante de la urbanización donde ambas tenían sus domicilios fijos desde cuando eran adolescentes, sino una cliente de vieja data.
Desde ese mismo día, empezó a ajustar la agenda y a requerir de sus dos ayudantes, Matilde y Cinthia, más empeño para culminar las labores y así, poder incluir, entre éstas, las confecciones de las dos túnicas angelicales para las hijas menores de su vecina.
Fueron días, noches y madrugadas enteras, que la modista y sus dos asistentes, no tenían descanso ni tregua. Las tres tenían un objetivo común: cumplir con los pedidos de su clientela, un día antes de nochebuena, es decir, el jueves veintitrés del mes decembrino.
Matilde, le advirtió que probablemente, surgiría un retardo, pese a querer lograr su afán, el cansancio acumulado de todo un año de trabajo, fabricando vestuarios, de diferentes tallas y ocasiones, ya hacía visible la fatiga, que sobre sus cuerpos sentían. Síntomas que le exigían hacer un “alto”, para retomar fuerzas y continuar, aunque agobiadas y avanzar en llevar a cabo la agenda, cuya finalización estaba prevista hasta las 6:00 pm de la señalada fecha: jueves veintitrés, reservándose el día veinticuatro, para atender a los familiares y amigos , como también, el de asistir a las actividades programados en ocasión a las festividades, que por costumbres, muy arraigadas , disfrutaban en la señalada época.
Carmen Luisa, con suma preocupación, reconocía que Matilde le sobraba razón, porque esas eran las condiciones para las cuales estaban contratadas, finalizar en el citado día, y en fundamento a ello, decidió dividir la actividad: las prendas por terminar, que eran una tercera parte, quedaban bajo la responsabilidad de sus ayudantes y de ella, pero, incluía también para su obligación, la última adquirida: la hechura de los vestidos de los ángeles.
El miércoles veintidós, se abrieron desde tempranas horas de la mañana las puertas del taller de costura. Matilde y Cinthia, se aligeraban en hacer la entrega de la mercadería plenamente elaboradas…Pero, observaron que las que se había adjudicado su empleadora, algunas no estaban finalizadas, a muchas de ellas, aún les faltaban bastear en las costuras, ojales, ruedos, aplicaciones y demás detalles de acabado.
Así las cosas …Las ayudantes se despidieron, excusándose en no poder continuar, para ofrecer el último auxilio del año. Como Luisa María, era empática de carácter y entendiendo la situación de ambas, asumió gentilmente la posición de sus empleadas, haciéndose un firme propósito, en esmerarse aún más, en las últimas horas para poder satisfacer el pedido de las diferentes personas, la mayoría jóvenes y niñas, que esperaban recibir sus vestuarios de galas, para lucirlos en la cena de nochebuena.
Luisa María apresuró su labor y pudo finalizar…Pero, aún no había podido, ni siquiera cortar los patrones para las dos túnicas de los angelitos, pedido de su apreciada clienta.
Su mirada divisó la hora, que marcaba las diez de la noche, de ese jueves veintitrés, cuando al fin pudo dar inicio al corte y la preparación de la indumentaria de una de las dos túnicas. Era muy elaborada: de bordados con canutillos, lentejuelas, cintas, plumajes que salía detrás de las largas mangas, simulando alas. Todo hacía ver los adornos distinguidos y exuberantes, que como complementos exhibía el modelo en tela de blanca de organza, forrada de un fino satén, del mismo color. Pero, adicionalmente tenía que completar: las diademas de piedras y flores, que, en forma de corona, adornarían las cabelleras de las niñas, y por añadidura, ornamentar con diminutas rosas y ribetes , los bordes de las zapatillas, que, como calzados, conformaban el conjunto de la indumentaria.
Eran las 2:00 a.m. cuando culminó la primera túnica.
¡Qué hermoso quedó ¡. Admiró su creatividad y finura en tan delicada confección.
Exhausta, agotada, se llamó a la reflexión y en voz alta, se dijo:
“Lamentablemente, no puedo avanzar… Estoy segura, que Ligia comprenderá…me faltó tiempo… Tratándose de dos niñas, una que cumpla, es suficiente para satisfacer las exigencias de los organizadores del pesebre viviente.”
Pero, una cosa era lo que pensaba y otra lo que le dictaba su conciencia. Luisa María, sabía que el deber era honrar la palabra ofrecida, que, para ella, era como hipotecar cada letra. Meditando sobre sus propias conclusiones, tomó la otra organza y el satén restante y empezó a cortar, molde por molde la segunda túnica…Pero a medida que manipulaba la máquina de coser, sus ojos se cerraban fatigados, pestañeaba con sobresaltos y así sucesivamente, volvía a las puntadas, pero con mucho impedimento…Llegando al punto, que parte de su raciocinio le gritaba: ¡detente ya¡¡ no, puedes continuar ¡
Se detuvo…se levantó de la silla, dejando las telas y tejidos inconclusos, tal y como estaban: insertados en la aguja de la máquina de coser. Prueba irrefutable, para demostrarle a Ligia que fervorosamente, lo intentó, pero que no pudo…
Se tiró a la cama, largo a largo. Con las manos adormecidas, extenuadas de tanta actividad, pies inflamados por la posición reiterada, sentada siempre en su vieja máquina de manufacturas y con la espalda adolorida. Así era lo que sentía en toda su humanidad.
Antes de quedarse dormida, agradeció en nombre de su fe, la producción del trabajo que la motivó durante todo el año, pidiéndole a su Dios, la ayudara a proseguir fomentando el pilar de su sustento y el de su familia. Viuda, con un solo hijo y viviendo con sus padres, todos requerían de su fuerza laboral para la manutención de los cuatro.
¡Dios bendito! Hoy le fallé a mí clienta, solo tú sabes las causas por las que no puedo seguir. Solo te pido, me permitas un descanso, hasta por dos horas, para finalizar.
¡Ayúdame, Buen Dios! Envía tú ejército de Ángeles a mi auxilio”. Imploró.
Luisa María, cerró definitivamente los ojos y se abandonó a un sueño profundo, que anhelaba que fuese reparador, el que le posibilitara levantarse a tempranas horas, llena de vigor, para ultimar la costura pendiente.
“¡Luisa María¡¡ Luisa María¡¡ soy Ligia, salgo de viaje en una hora, vine por los vestidos de las gemelas”. Tal y como estaba convenido, Ligia Elena, se encontraba en el umbral de la puerta del local del taller , para retirar su preciado encargo.
Sorprendida por la voz del llamado, la costurera observó el reloj, era las 9:30 am. No podía creer que había dormido tantas horas. A las corridas, se arregló el cabello, se colocó encima un batín que tenía a su alcance y acudió al llamado de su clienta.
¡Buenos días, Ligia! Se le escuchó un rápido saludo, abrió puertas y en forma inmediata, se dirigió a la búsqueda de la única túnica acabada. La que había resguardado en su propio dormitorio, en el interior de un viejo, pero útil escaparate, que solía dejar para los trajes que ameritaban de más cuidado, en consideración a la textura y delicadeza de las prendas.
¡Luisa María, qué precioso te quedó este traje ¡¡ Qué adornos tan espectaculares ¡¡Tienes unas manos maravillosas! En tono alto, exclamaba desde la sala contigua.
Luisa María, al escuchar esas expresiones, se preguntó: “¿de qué habla”? ¿a cuál vestido se refiere? …
La modista paralizada y muda, solo observaba el glamuroso y perfecto vestido que sostenía Ligia en sus manos… aquel que había dejado, incompleto, sobre la máquina de coser, antes de retirarse a su dormitorio…Allí estaba enteramente elaborada, la pieza que ella no pudo finalizar…
“Estas prendas cuestan más de lo facturado… Te recompensaré en el costo, por la dedicación y y el gran esfuerzo, en tan poco tiempo. Te dejo este cheque y disfruta las fiestas, querida.”
¡Feliz navidad, amiga ¡
Dicho esto, Ligia Elena, retiró el vestido de la máquina de coser y alcanzó el otro, que le despachaba la modista, que aún se mantenía exhorta, incrédula de lo que sus ojos observaban: el segundo vestido, totalmente hecho, con bordados y aplicaciones debidamente zurcidas.
“Pero… ¿Qué te sucede? Estás como ausente. … ¿no pudiste dormir bien? “Interrogaba su clienta.
“Estoy bien, solo que me levanté apresurada”. Logró justificarse.
¿Realmente, qué aconteció? ¿Quién terminó el vestido?
Aún, Luisa María, en sus momentos de honda meditación se formula esas interrogantes …Tiene la certeza que algo extraordinario y maravilloso ocurrió, como una epifanía, aquella madrugada y que se materializó en virtud de su petición de ayuda, que como mujer de fe, guardaba una lealtad a la creencia de que los Ángeles, Serafines y Arcángeles son mensajeros de Dios, auxiliadores de los requerimientos de quienes profesan con genuina fidelidad la palabra de la religión cristiana. Así lo cree y expone su testimonio, desde la fecha de su esplendorosa y excelsa experiencia.
Ana Sabrina Pirela Paz.
(diciembre 2021)
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