En el rincón más alejado de un pequeño pueblo, una casa de madera se alzaba solitaria. En su interior, una anciana llamada Clara vivía sus últimos días. Su cabello plateado y sus arrugas contaban historias de una vida larga y llena de experiencias, pero también de pérdidas profundas.
En la estantería de la sala de estar, una fotografía en blanco y negro mostraba a un joven apuesto en uniforme militar, su esposo, quien nunca regresó de la guerra. Los años habían pasado, pero el dolor de su ausencia seguía fresco en el corazón de Clara.
Cada tarde, ella se sentaba junto a la ventana y miraba hacia el horizonte, esperando ver el rostro de su amado en medio de la multitud que regresaba del conflicto. Pero ese día nunca llegó, y la espera se convirtió en una triste rutina que persistió durante décadas.
A medida que los años pasaban, Clara también tuvo que despedirse de amigos y familiares que partieron antes que ella. Ahora, se encontraba sola en su hogar, con solo el eco de sus recuerdos y el susurro del viento como compañía.
A pesar de su soledad, Clara seguía siendo una mujer fuerte y resiliente. Cada día, tejía bufandas y mantas para los niños del pueblo, manteniendo viva la tradición que solía compartir con su esposo. Sus manos arrugadas tejían con amor y tristeza, recordando cada conversación que habían tenido mientras trabajaban juntos.
Y así, la casa de madera en el rincón del pueblo guardaba no solo a una anciana solitaria, sino también la historia de un amor perdido y el eco de una vida llena de desafíos y perseverancia.
OPINIONES Y COMENTARIOS