LA HORA SIETE

Fobia. Lo que atormentaba a Jonathan Noël en “Die Taube”, la obra literaria de Patrick Süskind, no era más que eso; una fobia. No tengo ninguna razón en alarmarme, me digo, con fingida firmeza. El numero siete, solo es un número, no representa nada más que eso. No obstante, hoy lo he visto tres veces, en las nubes, en el pavimento y en la mesa del restaurante. Siete, siete, siete. ¿Qué quiere advertirme ese persistente siete? ¿Voy a morir a las siete de la mañana?

Es tan solo una fobia intento responderme. El “National Institute of Mental Health” halló que entre el 8 % y el 18 % de los estadounidenses sufren de fobias. Yo debo ser parte de esa estadística simplemente.

En la mitología griega, Fobos significaba miedo y era la personificación del temor y el horror. Fobos, era el hijo de Ares, dios de la guerra, y Afrodita, diosa del amor. ¿Cómo es posible que el hijo del amor y la guerra sea el miedo?

Desperté a las cuatro menos cinco. Inicié las oraciones del Nada te turbe, de Santa Teresa de Ávila y la oración de la Paz del padre Esther Auguste Bouquerel. A las siete menos quince, mi angustia es intolerable. ¿Qué sucederá exactamente a las siete? ¿Vendrá el estertor de la muerte? ¿Sera dolorosa? ¿debo suicidarme antes para prevenir mi incierta hecatombe?

La hora siete de la mañana ya se ha consumido. Son las nueve y cuarenta y dos minutos del jueves 12 de marzo. Precisamente hoy se conmemora el día Internacional para la Reducción de Riesgos y Desastres.

Mi desastre personal ha pasado. Inspiro profundo, con cierta complacencia. No he muerto, son las nueve y cuarenta y ocho de la mañana. ¿Súbitamente un punzante pensamiento me angustia, y si la hora fatídica, no era siete de la mañana sino siete de la noche?

Acorde al destino o sobre los tiritares del yo crepuscular@2023

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