FLORES EN EL DIVÁN

La mujer descargó en su mano toda la fuerza que su naturaleza le permitió, atrás quedaron los momentos en que su hombre le profería improperios intentando llevarla a un escenario impudoroso de pecado y culpa, su cuerpo era su fortuna y nadie, incluso el padre de sus dos hijos y profanador de su castidad adolescente, le seguiría torturando con sus amenazas y juicios de poder, su mano derecha se descargo sin dudas ni aspavientos sobre la mejilla mancillada del pisístrato de su causa.

En la puerta de su hogar, detrás de un almendro dominante, a un lado del entroito, resguardados de toda amenaza terrenal, con sus cortos y vestidos de hilo, le esperaban sus dos retoños y una maleta cargada de esperanza y tres tiquetes con destino a la ciudad capital, otro sol asomaba a su ventana y no habría lugar para dudar; entretanto, su ex compañero sentimental se refugiaría en los brazos de su otra mujer como respuesta automática a la enseñanza de su padre de que un hombre jamás llorará por una mujer aunque con ello mutile el sueño de sus vástagos.

CESAR LORQU

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