A medida que crecía, encogía.

Lejos quedaban aquellos días en los que vivir se manifestaba a carcajadas. Brincando en la rayuela y pedaleando como si no existiera mañana. 

Aquel reflejo en el espejo de mamá cegó toda una infancia de ilusión. ¿Quién era aquella niña?. Cierto es que pocas veces se había detenido a observarse. Sin embargo, su imagen poco tenía que ver con quien ella experimentaba ser.

Sintió terror, una desagradable sensación de inseguridad y pérdida. Y fue entonces cuando, creciendo su cuerpo, comenzó a encoger en su interior. Imaginaba que podía frenar todo aquello de algún modo, tratar de sabotear a la naturaleza y dejar de crecer. Y enfermó. Así encogió aún más rápido y no fueron únicamente sus entrañas. Esa no parecía ser la solución. Sólo quería de vuelta aquella plenitud de su pasado. 

Probó diversos métodos durante años, todos nefastos, cada día un poco más diminuta por dentro. Se la estaba jugando a pasos agigantados. Y fue así como desapareció. Deambuló durante años sin rumbo y el vacío en su interior, hasta comprender que sólo haciéndose amiga de aquella sensación volvería a crecer la paz que perdió tras el espejo.

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