Hace dos años, la relación de Axel y Clara era perfecta. Hace un año, surgió un conflicto que lo cambiaría todo. En la actualidad…

Hace un año, Axel le comentó a Clara que tenía que pasar un fin de semana fuera de casa por asuntos de trabajo. Aquello no suponía ninguna novedad, ya que anteriormente, Axel ya había pasado algunos días viajando por motivos laborales. Pero en aquella ocasión, había un hándicap: Axel no iba a viajar solo. Le iba a acompañar Raquel, quien trabajaba en el mismo proyecto dedicado a la implementación de un sistema de gestión de clientes. Al instante de recibir la noticia, a Clara le cambió el semblante. No le gustaba nada Raquel. En dos ocasiones, Clara había acompañado a Axel a la cena de empresa y se había fijado en ella. Desde el primer momento, detestó la forma en cómo hablaba y miraba a su marido. No lo negaba, sentía celos.

Algunas veces, Axel le había hablado a Clara sobre Raquel igual que sobre otros compañeros, siempre relacionado con el trabajo. Pero era escuchar su nombre y Clara ya se exaltaba ligeramente.

El anuncio de que aquel viaje de fin de semana iba a ser con ella fue la gota que colmó el vaso. Pero, “¿qué le iba a hacer?”, pensó. Ella confiaba en su marido y él nunca le había dado motivos para no hacerlo.

Se fueron en coche el viernes por la tarde y volvieron el domingo por la noche.

—Mucho trabajo— le dijo Axel a Clara cuando llegó—. Estoy muy cansado.

Aun así, él le hizo el amor, acto que tranquilizó los celos y preocupaciones de Clara. Durante los siguientes días no hablaron demasiado sobre el viaje. Ella le había preguntado algunas cosas, y Axel le había respondido sin mayor problema, pero no parecía que hubiera ningún tema en el que ahondar a no ser que Clara le preguntara directamente: “¿te la tiraste?

El viernes siguiente al viaje, Clara se sorprendió al recibir un mensaje de un número que no tenía registrado. Era Raquel, citándola para verse por la tarde y tomar un café. Aquello le extrañó mucho, pero prefirió no decirle nada a su marido. Simplemente acudió a la cafetería para encontrarse con ella. Cuando Clara entró, Raquel ya estaba sentada en una mesa situada en un rincón.

—Escogí esta mesa para tener más privacidad— dijo Raquel. Ni siquiera se habían dado las buenas tardes antes.

Solo con esa frase, Clara entendió que lo que Raquel tenía que contarle iba a ser gordo.

—Tú dirás— soltó Clara, como si hubiese ido a presenciar la actuación de un monologuista.

—Me he tomado el día libre hoy. Dejé todo el trabajo para tu marido.

—Muy bien —dijo Clara sin demasiado interés.

—Lo primero que quiero preguntarte es si tu marido te ha contado cómo nos fue en el viaje.

—Me dijo que tuvisteis mucho trabajo y que todo fue bien.

—¿Y nada más?—preguntó Raquel.

—¿Qué más debería haberme contado?—Clara sabía que Raquel lo tenía guardado en la punta de la lengua.

Antes de que Raquel pronunciara ninguna palabra, Clara le soltó repentinamente la pregunta que no le había hecho a su marido:

—¿Te lo tiraste?

—Me violó— dijo Raquel repentinamente. El silencio pareció inundar la cafetería, pero todo el mundo alrededor continuaba sus interacciones con normalidad.

Después de sentir un vuelco en el corazón, Clara escudriñó a Raquel. No le parecía algo veraz. Primero, porque no imaginaba a su marido Axel como un violador. Segundo, porque la persona que tenía enfrente no parecía ser una víctima de violación. Sus palabras le parecían frívolas.

—Mira, Raquel… —empezó Clara— no sé qué pretendes, pero…

—Puedo demostrártelo— interrumpió Raquel.

—¿Cómo? ¿Cómo puedes demostrármelo?

—Puedo mostrarte un vídeo.

A cada palabra, Clara se sentía más desconcertada. Sin embargo, al fijarse mejor en Raquel, percibió lo que parecía ser un moratón entre el cuello y un extremo de la mandíbula. Realmente no sabía si estaba empezando a alucinar. Clara estiró su brazo e hizo ademán de dirigir su mano hacia el moratón, pero Raquel se levantó de repente.

—Vamos a mi casa un momento, por favor. Estoy sufriendo mucho con lo que ha pasado, aunque no te lo parezca.

Una camarera de la cafetería se acercó a ellas con la intención de tomarles nota, pero Raquel le dijo que lo sentía mucho, que tenían que irse. Clara se vio casi obligada a abandonar el lugar y salir junto a Raquel. Ambas se dirigieron caminando a casa de Raquel, quien vivía cerca. A cada paso que daban, Clara se sentía ligera. Sentía su mente desconectada y ausente. Llegaron al edificio y subieron en el ascensor sin mediar palabra. Una vez dentro del piso, Raquel preguntó a Clara si quería tomar algo. Clara le dijo que no.

—Toma asiento— pidió Raquel a Clara—. No quiero que te caigas del susto.

Clara no hizo caso y se mantuvo de pie. Raquel cogió su ordenador portátil de encima de la mesa y lo llevó hasta el sofá, donde tomó asiento. Pasaron unos segundos que a Clara le parecieron eternos, hasta que por fin encontró el vídeo.

—Aquí está— dijo Raquel.

Pero el archivo no se abrió. El ordenador mostraba una pantalla de error.

—Vaya, ahora no se abre el vídeo— dijo Raquel con tono de decepción.

—Mira, no sé a qué estás jugando, pero yo ya he tenido suficiente.

Clara hizo ademán de irse, pero Raquel le agarró del brazo.

—¿Es que no me crees?— preguntó Raquel con agresividad.

—¡Suéltame!— gritó Clara.

Raquel no era una persona atlética, pero era bastante más alta que Clara y tenía más fuerza. Siguió agarrando a Clara del brazo y la llevó a la fuerza hasta la mesa situada al fondo del comedor. Encima de la mesa, había unas esposas. Cuando Clara se dio cuenta, Raquel ya las había cogido. Raquel aseguró la muñeca de Clara y la esposó en una pata de la mesa. Clara dio un grito que rápidamente fue apagado por Raquel. Raquel sentó a Clara en una silla situada en la cabecera de la mesa y le agarró del cuello, situando la cara de ambas nariz con nariz.

—Si vuelves a gritar, te juro que te mostraré el cuchillo más grande que tengo en casa— dijo Raquel con tono amenazante.

Clara no pronunció ninguna palabra, pero estaba muy nerviosa, al borde de un ataque de ansiedad. Su respiración era fuerte y acelerada.

—¿Qué quieres?—preguntó Clara totalmente desesperada.

—Me da igual que no funcione el vídeo. Puedo demostrarte que follé con tu marido. Dije que me violó, pero técnicamente no fue así. Él me cogió con fuerza y yo no me negué. Por lo tanto, no fue una violación. Aunque no estoy segura de qué hubiera ocurrido si hubiera opuesto resistencia. Él parecía fuera de sí. Parecía… un animal.

Clara, presa por las esposas que la ataban a la mesa, miraba a Raquel con ojos de estupefacción. Raquel continuó hablando.

—Lo primero de todo, decirte que la primera noche te respetó. No ocurrió absolutamente nada. Pero el sábado… El sábado sacó a la fiera que lleva dentro. Estuvimos trabajando todo el día y por la noche tuvimos una cena con unos clientes. Después fuimos para el hotel y él se vino para mi habitación. No comimos ni bebimos nada. La cena nos dejó llenos. Solamente conversamos tranquilamente hasta que de pronto, él enloqueció. Se levantó y se agarró el bulto que se le marcaba en el pantalón de traje— Raquel lanzó una mirada pícara a Clara—. No sé si llevabais mucho tiempo sin hacerlo, pero él estaba con unas ganas enormes.

Clara continuaba mirando a Raquel sin saber qué decir ni qué hacer.

—Mira, — dijo Raquel— puedo contarte algún detalle para que veas que no miento. Tu marido tiene el pene grueso y torcido hacia la derecha.

Se produjo un nuevo silencio incómodo. Después, Raquel siguió hablando.

—Me agarró del pelo con fuerza, haciéndome bajar de la cama y me puso de rodillas. Se bajó un poco los pantalones y los calzoncillos y se sacó el pene.

—¡Para ya! —gritó Clara—. Por favor, ya es suficiente.

—No grites o ya sabes —dijo Raquel, esta vez muy relajada—. ¿Sabes dónde tiene tu marido una mancha?

—¿Una mancha? —preguntó Clara extrañada.

—Sí, una mancha blanquecina que resalta en su piel morena.

—Tiene varias impurezas, una cicatriz, no sé…

—¿No recuerdas la mancha? Bueno, es normal. A veces no nos fijamos en esos detalles o nos acostumbramos a ver algo tantas veces que dejamos de verlo. Pero ahí tienes la prueba. Tu marido tiene una mancha blanquecina al final de la nalga derecha, en el pliegue entre la nalga y la pierna.

Raquel extendió su cuerpo y su brazo hacia la parte alta de una estantería y cogió una llave con la que desposó a Clara.

—Ahora vete.

Clara se fue corriendo del piso como alma que lleva el diablo.

Pasó un mes desde aquel acontecimiento. Clara jamás le contó ni una sola palabra a nadie. Tuvo miedo y pesadillas todas las noches. Su marido estaba trabajando con una psicópata. Solamente pensaba en eso; ni siquiera analizó durante un segundo si lo que le contó aquella loca era real. Durante todo el mes no tuvo sexo con su marido Axel. Tenía el ánimo y la libido por los suelos. Axel había intentado hablar con ella, preguntarle qué le pasaba. Imaginó que todavía estaba molesta por lo del viaje de fin de semana. Era un hombre bastante despreocupado. “Ya se le pasará”, pensó.

Después, Clara fue animándose un poco más. Se mostró más cariñosa con su marido, más “normal”, según creía Axel. Tampoco mantenían relaciones sexuales, pero al menos, el comportamiento de Clara se asemejaba más a lo que siempre había sido.

Una tarde, ella estaba sentada en la cama de la habitación leyendo un libro. Su marido se acercó a ella, la besó y le dijo que se iba a dar una ducha. Él fue a la galería, se quitó la ropa y la metió en la lavadora, y luego se dirigió al lavabo, cruzando el pasillo y pasando por delante de la puerta de la habitación de nuevo. En ese instante, Clara levantó la vista, observando brevemente el cuerpo desnudo de su marido al pasar, se incorporó y pensó:

“¿Será que mi marido tiene alguna mancha blanca en la piel?”

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS