De
repente, las palabras,
como
manos que sustentaran
un
regocijo pertinente. Las propias
palabras,
las necesarias. Las que
invitan
a un café cercano, o las que
son
poemas. Ese amasijo interior
que
fluye, y cede su lugar posteriormente,
al
luminoso silencio. Donde escucho,
se
escucha, la puerta entreabierta
del
baño, la mampara de la ducha
que
hace un leve ruido al cerrarse.
Quizás,
y con suerte, el cántico
del
mirlo. Y, de repente, las palabras:
tiernas,
acariciadoras, sugerentes.
Amables,
solícitas, como una lluvia
leve.
Con las que doy las gracias
y
con las que me abraza el día.
Silencio
y palabra, doble luz
que
revierte en beneficio.
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