Violencia (y lo del segundo café no era mentira).

Violencia (y lo del segundo café no era mentira).

El acto de escribir y el milagro de ser capaz de pensar son actos marcados por la violencia contra uno mismo. Todos deseamos sentirnos conectados con lo que nos rodea. Y no diré aquello tan cartesiano de suspender el fundamento y el juicio sobre el mundo exterior al cogito. Sin embargo, ¿tiene la melancolía un fundamento ontológico? ¿En cierto modo, estamos constituidos para estar solos? ¿Qué tiene que ver la melancolía con la soledad?

Ciegos nos lanzamos a la afirmación de lo que nos rodea. Sin cuestionar un ápice de su fundamento, aceptamos e introducimos en nuestra existencia aquello que nos rodea. En cierto modo, el consumismo está basado en el miedo atávico a la soledad y al vacío. Somos incapaces de retener nuestro impulso de colgar un cuadro en un espacio vacío de nuestro apartamento. (Disculpa, he ido a echarme el segundo café de la mañana.) ¿Por qué la melancolía y la soledad debe estar en el ostracismo de la cotidianidad, como una enfermedad o un secreto se intenta mantener alejada de nuestro día a día?

La melancolía parece una rémora de nuestra pre-existencia ontológica (tranquilo, no soy un místico; no creo en la otra vida) que no somos capaces de extirpar en la era de la afirmación. Es un vacío que florece desde nuestra interioridad y que inunda todo lo que nos rodea, todo queda flotando en la ciénaga de la ausencia de valor y, sobre todo, queda el individuo contemplando el vacío sobre el que se construye su relato, su identidad, su plenitud y su existencia; ¿cómo eliminar de raíz la soledad y el vacío si son nuestras marcas de nacimiento ontológica?

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