Un día me lastimé y dolió mucho.
Dolió tanto pero tanto que pensé que ya no podría salir a jugar más, y eso me puso un poquito triste.
Entonces, no supe bien cuándo, la herida se hizo cascarita. Era fea, a veces me daba cosquillas y hasta me había acostumbrado a ella, puesto que me hacía compañía a todos los lugares a los que iba.
Al principio trataba de esconderla entre mi abrigo, pero cuando el verano llegó no quedó más remedio que perder la vergüenza. La acepté tanto que la hice parte de mí.
Así fue mi historia con mi amiga la cascarita hasta aquella mañana que estaba cambiándome para salir. La busqué y la busqué, pero sólo encontré una muy leve marca. Sonreí, había aprendido mucho con ella mientras los días se pasaban volando. Quizá pronto se fuera del todo, pero ahora al menos sabía más cosas que antes.
Gracias tiempo.
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