En algún lugar de Arizona, un grupo de bandidos sin rumbo, ni destino, solos en el camino, los bajos deseos que llevan los mantienen con vida. Son lacras de mala vida, llegan a un pueblito que recién florece, casas con granjas alrededor y distantes donde crían ganados, caballos y otros tipos de animales.
Haciendo de las suyas en el pueblo y contra el viejo sheriff y los jóvenes ayudantes que no daban capacidad para contener tanta lacra fueron muertos y degollados delante de aquellos pacíficos habitantes.
Solo los hombres de vidas tranquilas, ahora en zozobra, alterados tenían que proteger a sus familias, restablecer la paz y justicia. Fueron y desenfundaron sus armas empolvadas y tras de aquellas bandas de hombres que no pasaban de los treinta años y habían llegado al pueblo a violar, matar y robar.
De aquellos ocho malparidos, solo logró uno sobrevivir, llegando a una granja donde habían tres mujeres solas, haciendo sus labores. El hombre de la casa junto con su joven hijo no se encontraban presentes; cuidaban del ganado que tenían que pastar y no sabían nada de los malhechores, su granja quedaba un poco lejos, había que llegar a caballo desde el pueblo. El mal habido llegó a la granja en un caballo robado y entrando como perro por su casa, se encuentra con tres mujeres de diferentes edades: una mujer mayor que cocía un vestido, una joven adulta que hacía la comida y la otra terminando casi la adolescencia poniendo los platos en la mesa y el hombre de mal aspecto se dirige hacia la mujer que cocina:
—¡tengo sed!… ¿será que a esta pobre alma se le puede dar un vaso de agua?, ¡sino es mucha la molestia! —Con una sonrisa fingida y unos ojos llenó de maldad—. ¡A nadie se le niega el agua!… ¡Tome! —La mujer con miedo le da un vaso de agua, él lo agarra con sus sucias manos sin respetar que es una mujer casada le rosa la mano insinuante, ella retira su mano derecha rápidamente sintiéndose más mal y asqueada con la presencia y falta de respeto de aquel peligroso intruso de mal aspecto que le tocó la mano y el maleante bebe el agua de un sopetón, se veía que venía sediento, pero no se va—. Gracias, podría darme un plato de comida, tengo tres días que no pruebo alimento alguno.
La mujer sirve rápido un plato de comida, con la esperanza de que se la atragante y se largue, pero no fue así, el vio la vestimenta de las mujeres y los muebles y pensó aquí hay plata la mujer mayor le leyó en sus ojos sus pensamientos y fue adentro a buscar un rifle pero el maleante tira el plato de comida y rápido se le adelanta, quitándole el rifle de las manos y viendo que estaba vacío, en las gavetas que estaban abajo él busca y encuentra la caja de municiones, ahora él está armado y acorraló a las mujeres y luego hizo lo que le dio la gana con cada una de ellas y busco: joyas, plata, oro, lo que fuera y no halló nada.
Al volver el esposo con su hijo se encontró con el horror. El vaquero ahora sin esposa, sin madre ni hermana y un embarazo de tres semanas según el médico que vio y revisó el cuerpo de la esposa y los cuerpos de la hermana y madre, encontró que las mujeres jóvenes además de golpeadas y asesinadas fueron violadas, la madre del vaquero solo fue golpeada y asesinada. Los cuerpos fueron revisados para el registro forense de la época. En el entierro el pobre hombre y su hijo no estaban solos, habían más personas del pueblo enterrando a sus seres amados, asesinados por esos ocho malditos que llegaron hace cuatro días.
Los del pueblo se les olvidó avisar a tiempo a las granjas lejanas. El vaquero estaba rabioso nadie le aviso, lo dejaron solo, pero los del pueblo también tenían sus problemas y habían logrado matar a siete de ellos pero quedaba vivo uno de los bandoleros. Todos los hombres restantes del pueblo que quedaron vivos y sanos, junto con el vaquero, fueron a la búsqueda del delincuente que faltaba; pasaron los días, semanas, meses y al maldito se lo trago la tierra, volvieron a sus vidas cotidianas, pero siempre alertas, porque faltaba el último y aún no lo habían encontrado.
Un día un becerro se alejo y se acercó a unas rocas en la falda de la montaña, no se sabe porque corrió hacia allá, pero adentro de las rocas había una cueva, donde salía olor a leñas quemadas, el joven que fue tras su becerro, al oler ese olor descifró rápido que alguien se escondía ahí y corrió cuesta abajo a buscar a su padre que armado llegó hasta donde estaban las rocas, ya no le importaba el becerro, lo que le importaba era averiguar de dónde salía ese olor y quién estaba adentro, ¡llamo!, ¡grito! A quien sea, un silencio… Nadie salía y no se oía ruido alguno, solo el olor a leña y el humito que salía de entre las rocas, alguien está adentro o estuvo; entrando con la escopeta preparada no ve nada, no oye nada, a pesar del humo, de la leña con la candela moribunda y los ojos aguados por el humo, sale rápidamente y ve al hijo atrapado por el cuello, de espaldas hacia el pecho del forajido, mirando aterrado a su padre sin decir nada. El padre con el rifle en la mano ve la burla y risita de el desgraciado y recibe una orden:
—¡suéltala!… ¡Si no sueltas ese rifle este niño conoceré a papá Dios!… ¡Ya! —Sin poder hacer otra cosa tuvo que soltar el rifle que cayó al suelo—. ¡Agáchate con las manos en la cabeza! —Con una pajilla en la boca, la alimaña quiere ver arrodillado al padre para después dispararle, pero el joven que petrificado sabe lo que viene reacciona rápido y con un movimiento sutil saco un cuchillito que usaba para comer manzanas de su bolsillo y rápidamente se lo incrustó en el costado del estómago del forajido logrando escapar. El padre viendo la reacción rápida de su hijo recoge el rifle del suelo, pero el bandolero un poco retorcido por el dolor en el costado del estómago, dispara hacia el padre fallando; el vaquero dispara, y de un balazo le quita el arma al pistolero y le hiere la mano, que con dolor busca correr y el vaquero le grita:
—¿Dónde vas?, ¡miseria humana! —El vaquero apuntaba al pistolero, que se agarraba la mano del dolor y al segundo jalaba del estómago el cuchillito que todavía lo tenía incrustado— ¡No tengo porque decirte nada escoria! —le réplica el malviviente.
El vaquero sabía que esa lacra fue el que mató y violo a su familia y tenía que hacer justicia, su joven hijo temblaba como una gelatina mientras el pistolero de rostro curtido con marcas de heridas, peleas y demás, tal vez no llegaba ni a los treinta años, la mala vida lo hacía ver mayor, lo miraba como si fuera presa fácil. El vaquero lo apuntaba, pero el pistolero corrió e intento recoger el arma del suelo y disparar encontrá del joven que petrificado por el miedo no se movía, un solo disparo se oyó, el mal viviente quiso hacer una jugada toda chueca donde no tenía oportunidad alguna, cayendo al suelo se oyó un quejido, el pistolero retorciéndose del dolor en el suelo miraba y escupía al vaquero saliva con sangre con sus últimas fuerzas, pero no le llegaba el escupitajo, este se le acerca para verlo agonizar, el muchacho no se movía del sitio parecía cementado ahí, el vaquero con el rifle en la mano le dice:
—¡son tus últimos minutos pide perdón a ver si el diablo tendrá piedad de ti! —El bandido se ríe votando sangre por la boca—. No te daré esa satisfacción.
Todo dolorido ya con una herida de muerte pensó; estos deben ser familia de las tres mujeres y le dijo:
—Viole a tu mujer una y otra vez y luego la mate, viole a tu hija una y otra vez y luego la mate, intenté violar a tu suegra pero ya no tenía fuerzas así que solo la mate.
Con todo goce, burla, risa y todo adolorido por la herida de gravedad que tenía se lo dijo feliz de la vida, oyendo aquello el vaquero y con el duelo espiritual, mental y emocional que tenía revuelto en ese momento sin pensar en más nada, lo remata; vacío todas las municiones sobre la maldita humanidad de aquel ser tan maldito, el joven se giró y vómito todo el agua que había tomado hace rato, parecía un chorro de agua, solo con catorce años y tubo que vivir tantas cosas horribles. Huérfano de madre, de tía y de abuela, solo por culpa de un ser tan maldito, «que parió una demonia con lucifer». El padre en un silencio aguantando sus ganas de llorar ya que los hombres no lloran, así se lo enseño su madre. Recordando y pensando todo lo que debió haber sufrido su esposa, hermana menor y madre. El no estuvo ahí para protegerlas recostado en un árbol con el rifle todavía caliente en las manos apuntando hacia el suelo se traga su dolor, el llanto que no suelta, el no quiere que su hijo lo vea así, debe dar el ejemplo de que el hombre macho no llora, aunque esté vuelto mierda por dentro. El maldito hijo del diablo yacía en el piso como una rana abierta y el rostro con una fea mueca, todo bañado en sangre, con los ojos abiertos como mirando hacia las copas de los árboles. El joven muchacho miraba a su padre con aquellos ojos azules bien abiertos de la impresión y veía la inmundicia muerta en el suelo, solo el silencio reinaba en ese momento, luego el padre que estaba recostado del árbol alto, grande, frondoso, se le acerca y lo abraza era lo único que le quedaba en la vida y debía seguir viviendo y luchando por su hijo, porque así lo hubieran querido su esposa, madre y hermana. Ahora quedando los dos solitos en el mundo deben proseguir con sus vidas.
Han pasado ya cinco años el joven tiene novia para casarse y era un chico trabajador, obediente y siendo solo ellos dos la esperanza del padre, era tener nietos, todavía era un hombre entero y viudo; él no ha querido casarse de nuevo. Su hijo se casó y al año una nueva vida vino, un varón que trajo la alegría a todos.
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