Robert Hall ( el escritor que nunca escribió nada)

Robert Hall ( el escritor que nunca escribió nada)

Hermanos Bateman

17/08/2023

Llevaba meses sin escribir nada, cada vez que cogía su vieja máquina  de escribir y después de colocar con sumo esmero el folio en blanco sobre la canal tintada se apagaba la luz.

Robert Hall había sido un grande, algunos de sus escritos habían sido grandes éxitos de ventas, ahora todo había cambiado.

Todos los días sobre las once de la noche iba al Bar de John, tenia su mesa reservada en una esquina del local.

Siempre vestido con aquel traje gris, siempre el mismo traje gris y por supuesto el sombrero, sombrero de ala ancha que cubría su cabello blanco totalmente desaliñado y ajado por años de pocos cuidados.

Su rostro reflejaba tristeza, soledad y angustia, pero él nunca decía nada, se limitaba a sentarse en aquella pequeña mesa y apoyaba el lateral de su cuerpo contra la pared de madera.

Sus pequeños ojos azules apenas pestañeaban, solo y muy de vez en cuando esbozaba lo que pudiera parecerse a una medio sonrisa.

John cada quince minutos le llenaba su vaso de Brandy sin mediar palabra alguna, total no tenían nada que decirse, Robert hacía más de cinco años que lo hacía y ya pago por adelantado cuando John necesito dinero tras el incendio.

Esa noche sin embargo pasó algo, de repente entró una joven al Bar y el viejo Robert no pudo dejar de mirarla. 
La chica tendría unos veintiséis años, era de mediana altura, de tez morena, su cabello también era oscuro aunque la gorra de estilo militar prácticamente no dejaba ver más allá de unos pocos jirones que asomaban tímidamente.

Su sonrisa era preciosa, irradiaba felicidad y alegría, justo fue lo que enamoró al viejo Robert.

Robert se levantó de su mesa e hizo ademán de acercarse a la joven, pero de repente se volvió en sus pasos, qué pensaría aquella joven al ver a un señor mayor acercarse de aquella manera tan precipitada? pensó.

La joven después de una breve conversación con John se dirigió al servicio, Robert aprovechó ese corto instante para después de muchos meses abrir la boca en público.

John, quien esa joven?

John visiblemente sorprendido le comentó que se trataba de la pequeña Mylie, la hija menor de los Carrington que había vuelto de su estancia en la Universidad.

Robert asintió con la cabeza y se marchó del local sin más palabras, a John este hecho ya no le sorprendió.

La noche se hizo muy larga para el viejo Robert, la sonrisa de la joven Mylie no paraba de reproducirse una y otra vez en sus pensamientos, inconscientemente la imagen venía acompañada por su canción preferida, la Boheme de Aznavour sonó toda la noche.

La mañana no fue diferente, junto al vaso de Brandy del desayuno la imagen de Mylie se reflejaba en el plato de cristal donde debería estar una manzana o quizás una pera, al encender la vieja radio que estaba junto al televisor las primeras notas de piano “ je vous parle d’un temps que le moins de vingt ans me peuvent pas connaitre, montmartre en ces temps-là  accrochait ser…”

La angustia recorría su cuerpo, que estaba sucediendo, Robert se apresuró a la ventana, necesitaba aire fresco, su viejo corazón palpitaba como nunca antes lo había hecho, quizás no aguantaría mucho más, pensó.

Ya más tranquilo, apago la radio y se deslizó suavemente en el sofá marrón que estaba junto a la chimenea, una chimenea carente de toda función desde hacía ya muchos inviernos.

Robert no obstante seguía sin poder pensar en otra cosa, porqué aquella chica le había causado tal desazón . La botella de Brandy se acabó y en un gesto sin duda torpe y erróneo Robert tiró el vaso medio vacío sobre la alfombra.

Aquel suceso le hizo reaccionar, él conocía a esa joven, si, si la conocía, pero, de que? Y sobretodo, cuando? .

Junto al alféizar de la ventana veía a la joven Mylie en la arboleda frente a su jardín, necesitaba recordar, recordar quien era esa joven que le perturbaba.

Los días transcurrían con desasosiego, en el baño, en la cocina, e incluso en el interior del desordenado y oscuro desván, en todos los rincones observaba a la joven Mylie sonriendo.

Robert se estaba volviendo loco, si no lo estaba antes de aquel endemoniado suceso. 
La mañana del sábado Robert no podía seguir encerrado en casa junto a la sinrazón, salió corriendo hacia el acantilado que estaba a no más de doscientos metros de su cabaña.

Asomado al precipicio tiraba una moneda al aire en su interior, los deseos de terminar con aquella locura libraban batalla con el deseo de encontrar la verdad.

Pese a la altura, su mirada se quedó clavada en una silueta sentada junto a las rocas del riachuelo, en el fondo, era Mylie que le miraba desde lo más profundo.

Un escalofrío recorría su cuerpo, quizás fuese el momento de acabar con todo aquello.

Las pequeñas piedras se deslizaban bajo sus pies y una a una iban cayendo por el acantilado, los escasos segundos que tardaban en chocar con el suelo parecían eternos, finalmente Robert retrocedió .

De repente corrió hacia la cabaña, subió con celeridad las escaleras como hacía más de veinte años que no hacía por culpa de la galopante artrosis de sus rodillas, fue hacia la habitación y sacó del cajón del escritorio un viejo libro.

El libro se llamaba “la joven de la lluvia” , fue su primera novela publicada y su pequeño primer éxito local. Hacía más de cincuenta años de aquel primer libro, prácticamente lo había olvidado por completo.

Robert bajo al salón libro en mano y se dejó caer  sobre el sofá marrón.

Abrió la primera página, empezó a leer, no fue hasta el capítulo II que no descubrió a la joven. La descripción era perfecta, tal cuál la vio el otro día en el Bar de John, su sonrisa, su sonrisa la podía ver de nuevo, como si estuviera allí.

Mylie era la chica de la lluvia, él había creado a la joven y él la mató en aquel atardecer lluvioso de otoño.

El loco asesino que le diera fama con su primer libro era el propio Robert ahora, y Mylie donde está ahora?

Robert se levantó del sofá y sin apenas darse cuenta de que sus roídas zapatillas se habían desprendido de sus pies comenzó a bajar por las escaleras que le llevaban al sótano. 
Tiró suavemente del cordel de alambre y encendió la única bombilla que aún contra su voluntad iluminaba la estancia.

El caminar cansino de Robert le llevó hacia la vieja lavadora, abrió la compuerta con el cuidado con el que un ladrón abría una caja fuerte .

Su corazón volvió a latir desmesuradamente y un sudor frío mancillaba su piel, la cabeza de Mylie estaba allí, su sonrisa la delataba y también aquella gorra militar.

Robert gritó y sus lágrimas una a una recorrían su rostro como las pequeñas piedras se deslizaron por el acantilado.

El corazón de Robert estaba roto, se arrodilló, entonces un ruido de chasquido le hizo sospechar que no estaba solo en aquel sótano rancio .

La silueta de una chica descendía por las escaleras, la luz de la bombilla no le dejaba ver con claridad, Robert suspiro y un dolor punzante invadió su pecho, no podía respirar, sus ojos solo pudieron ver por última vez aquella sonrisa que lo enamoró ya hace más de cincuenta años. 

Robert M. Hall. 

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