
Ring, ring, ring, el despertador no paraba de sonar, hasta que Mariana, de un salto, se levantó de la cama. Presurosa, se dirigió al baño para darse una ducha. Cuando ya estaba adentro, recordó que era domingo y se dijo: «¡Pero hoy no tengo clases! ¡Uf, qué alivio!». Sonrió y disfrutó de un refrescante baño. Luego, se vistió y antes de salir de la habitación, notó que entre sus regalos había una pequeña caja muy colorida en el suelo sin abrir.
El día anterior había celebrado su décimo cumpleaños y todos sus regalos estaban en la habitación. Sin embargo, no recordaba quién le había dado esa caja y, además, estaba segura de haber abierto todos. Intrigada y emocionada, abrió la caja y encontró en ella unas zapatillas. Eran sencillas pero muy bonitas. Estuvo a punto de ponérselas cuando entró su mamá.
—Mariana, ¿ya estás despierta? ¡Qué sorpresa!
—Sí, mamá. Creí que hoy era lunes y salté de la cama con el despertador.
—Oh, pequeña —sonrió su madre y rieron juntas.
—¡Qué bonitas zapatillas!, ¿Quién te las regaló? —dijo la madre
—¿No fueron ustedes, tú o papá?
— No lo creo, pero igual preguntemos a papá. Tal vez quiso sorprenderte.
Salieron de la habitación y en el comedor estaba su papá. Mariana lo abrazó y se sentó junto a él.
—¡Qué bonitas zapatillas! ¿Quién te las regaló? —dijo el padre
—¿Tampoco fuiste tú, papá? No logro recordar quién me las dio.
—Debe haber sido algún amigo o una de tus tías que estuvo en la fiesta —dijo la madre.
—Mariana dejó las zapatillas sobre una silla y se dispusieron a desayunar. Por la tarde, la madre de Mariana la invitó a salir a dar un paseo por el parque, y ella muy animada aceptó.
—Iré con mis nuevas zapatillas —se las puso y salieron.
Estaban sentadas en una banqueta, disfrutando de un helado, cuando pasó un mendigo frente a ellas. Al verlo, extrañamente Mariana sintió mucha hambre y pensó: «Ese mendigo debe tener mucha hambre». De inmediato, saltó de la banqueta y corriendo fue a ofrecerle su helado. El mendigo le sonrió amablemente y extendió la mano. La madre, que había salido corriendo tras ella, los alcanzó y le dijo a Mariana:
—Pequeña, guarda tu helado. Mejor ofrezcamos a este hombre esta bolsa de pan, —era el pan que habían comprado para la cena.
Mariana cogió la bolsa de pan de entre las manos de su madre y se la ofreció al mendigo. El mendigo alegre les agradeció el gesto y se marchó. Ya en casa, después de la cena, Mariana estaba en su habitación observando por la ventana. Estaba lloviznando y frente a ella pasaba una mujer con un niño de la mano. Extrañamente, Mariana sintió mucho frío y pensó: «Ese niño debe tener mucho frío». De inmediato, Mariana cogió una chaqueta, abrió la puerta de la calle, cruzó la pista y dio alcance a la mujer con el niño.
—Reciba esto por favor, el pequeño debe tener mucho frío —le dijo Mariana.
La mujer le sonrió agradeciéndole el gesto y se marchó. Mariana volvió a casa pensando en las cosas que le habían pasado durante el día.
Al día siguiente, mientras todos desayunaban en el comedor, Mariana estaba sentada frente a su papá. Extrañamente, sintió un pequeño dolor de cabeza y pensó: «A papá debe dolerle la cabeza». Se puso de pie, abrió el botiquín de medicinas y le ofreció a su padre una pastilla para el dolor. Todos quedaron muy sorprendidos con su actitud, hasta que el padre, también muy sorprendido, le dijo:
—Mi pequeña, ¿cómo supiste que me dolía la cabeza?
—No lo sé, papá. Solo lo sentí —respondió Mariana.
Paso una semana y todos ya habían olvidado el incidente. Mariana nuevamente se había puesto las zapatillas nuevas y se alistaban todos para salir de paseo.
—Démonos prisa, se hace tarde —gritaba el papá de Mariana.
—Ya estamos listos —apresuró Mariana y luego su mamá.
Se disponían a salir cuando Mariana, extrañamente, sintió un pequeño dolor en el talón derecho y pensó: «A mamá debe dolerle el talón». De inmediato, buscó una curita y se la ofreció a su madre —Mamita, para tu talón —le dijo.
La madre estaba muy sorprendida, pues se había hecho una pequeña herida en el talón con el zapato, pero aún no se lo había contado a nadie.
—Preciosa, ¿cómo sabías que me dolía el talón?
—No lo sé, mamá. Solo lo sentí —respondió Mariana.
Todos estaban muy asombrados.
—¿Desde cuándo te sucede esto, pequeña? —preguntó el padre.
—Desde la semana pasada y solo cuando uso mis nuevas zapatillas —explicó Mariana.
—Probemos algo —sugirió la madre. —Quítate las zapatillas, Marianita.
Mariana se quitó las zapatillas y de inmediato dejó de sentir ese dolor en el talón.
—Ahora, vuélvetelas a poner.
Mariana se las volvió a poner y de inmediato volvió a sentir ese dolorcito en el talón.
Entonces, todos entendieron que las zapatillas eran mágicas, podían hacer sentir lo que otros estaban sintiendo. El padre tomó en brazos a Mariana y le dijo: «La magia real no es lo que las zapatillas te hagan sentir, sino la manera en que tú reaccionas. Cuando el mendigo tenía hambre, le ofreciste comida. Cuando el niño de la calle sintió frío, le ofreciste abrigo. Cuando nosotros, tu madre y yo, sentimos dolor, nos ofreciste ayuda. Eso es lo más importante, la verdadera magia es cómo actúa tu corazón ante las necesidades de los demás.»
Se abrazaron todos en ese momento y pasaron un maravilloso día juntos. Mariana usó por un tiempo las zapatillas mágicas hasta que creció y ya no le quedaban. Sin embargo, quedaron grabadas en su corazón las palabras de su padre y cada vez que encontraba a alguien con alguna necesidad, no dudaba en actuar.
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