En un pueblo cálido la sensación de comunidad y la pasión por la vida se entrelaza con los colores vivos de cada calle ancestral llenas de relatos. Acompañando el bullicio alegre de cada hogar, aislada de la población entre el bosque yacía en el sofá de su casa Vincenzo vagando por sus pensamientos, el sonido constante del reloj solo aumenta su agitación, era excesivamente abrumador. Lo único que quería era silencio total para tomar un descanso placentero. Después de ponerse diez almohadas sobre su cabeza y estar debajo de la cama, logró librar su cuerpo y alma o eso pensó, porqué al cabo de veinte minutos,Vicenzo se encontraba alucinando, estaba viendo semejante ángel en todo su esplendor, irradiaba luz y encanto con un simple caminar, imponía belleza y elegancia única . Contemplaba sus ojos profundos que transmitían una sensación de calidez y amabilidad, solo imagina unos ojitos color miel, luminosos como un amanecer y llenos de sueños e ilusiones. Su mirada expresiva capaz de revelar sus sentimientos y emociones, solo le decía una cosa a Vincenzo, que la conocía minuciosamente, en algún lugar o momento. Percato la expresión de su sonrisa carismática y juguetona, observaba las comisuras de sus labios, añorando besarlos.
Despertó anonadado, salió corriendo a buscarla, duro más de tres días sin comer ni ir a casa, buscó en cada rincón del pueblo pidiéndole con todas sus fuerzas a cualquier Dios volverla a ver. Sus noches se volvieron oscuras y grises, las lágrimas se convirtieron es su compañía constante, esa era la única manera de desahogar su incontenible dolor. Se volvió rutina esa sensación de opresión en su pecho, no podía ni decir una mínima palabra, el nudo en su garganta no se lo permitía.
Años después Vincenzo encontró en sus recuerdos vagos una mujer que había esperado toda su vida y su única belleza comparable era la de los atardeceres que miraba por su cuarto a la hora de la cena, siempre comía huevos con tocineta, pan tostado y una gran taza de café que llenaba su solitaria y degastada existencia. Él guardó toda su vida una parte de él que solo ella merecía tener, con el pasa del tiempo, nunca perdió la esperanza, la siguió esperando y aunque sin siquiera tocarlo derrumbó su vida con solo mirarlo.
En un punto determinado del amanecer justo en la hora gris, dos almas errantes cruzaron sus caminos una vez más. Ella tomó su mano con mucha delicadeza y le dijo: lamento mucho la tardanza, en cada una de mis vidas te busqué, perdí gran parte de mí por volver a verte. En ese instante él comprendió la magnitud de tenerla al frente. Su alma la abrazó y lloró cómo un bebé. Tocando el asfalto y con piedras en sus rodillas, duraron horas abrazando el pasado y el futuro. Con sus manos entrelazadas sintieron la fuerza del destino y el lenguaje de sus corazones, diciéndose todo lo que las palabras no podían expresar.
En ese día memorable, finalmente, el sol emergió alumbrando el querer de dos almas que se buscaron a ciegas, cada lucha, esfuerzo y sacrificio fueron más que agradecidos.
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