—¿Qué es el saludo?
—¿De qué manera nos comunicamos?
—¿Qué es lengua y qué es lenguaje?
—¿Qué aportes ha traído Saussure? —fueron las primeras palabras de inicio del profesor de lingüística—.
Eran interrogantes precisas de un experto. Al profesor Meneses se le reconocía por su estilo estricto y como uno de los mejores académicos. Siempre favorecía el diálogo, pero con los mejores argumentos e información posibles. El profesor dio el tiempo suficiente para interactuar. Escuchó atento las respuestas, que fueron pocas—.
Y continuó:
—El hombre da un significado a la realidad, es decir la abstrae y la convierte en conocimiento. Este es un significado meramente léxico —dijo—.
—¿Por qué las gramáticas de los niños son casi perfectas e iguales a pesar de la diferencia de estímulos?
—¿Los niños saben gramática antes de ir a la escuela? —señaló de seguido ambas interrogantes—.
Ahora las respuestas fueron muchas y variadas, a las que el profesor les prestó mucha atención. Reafirmó las respuestas más argumentadas y lógicas. En ese momento se fraguaba el mejor conocimiento, bajo un ambiente ventajoso para la formación académica.
—La lengua y sus tres fases —las que anotó en la pizarra—.
—La gramática propone únicamente dar reglas. La filología estudia el lenguaje y textos escritos. El tercer período comenzó cuando se descubrió que se podían comparar las lenguas entre sí —sentenció—.
Fue certero y claro en sus conceptos. El discurso era el de más alto nivel, cuya interpelación hacía que nos diera por investigar sobre el particular. También tenía la costumbre de dar semana a semana los temas que trabajaríamos. Decía que le gustaba debatir, y para debatir tenía que contar con adversarios preparados. Debían conocer, aunque someramente sobre los temas a desarrollar. Así fui entendiendo la dinámica de su pedagogía. Del mismo modo empleaba en su didáctica la modalidad basándose en preguntas, es decir, por medio del método socrático. Eran clases de tipo tradicional en cuanto a la formalidad; pero muy de avanzada en cuanto a sus estrategias.
—Enseguida hizo una pausa a través de una breve lectura personal, que no era otra cosa que leer alguna noticia o artículo de diarios. Era importante estar informados y conocer el lenguaje escrito que se estaba utilizando, decía—.
Y con sus comentarios y relectura del documento, concluyó la clase, sin antes responder a tres preguntas de excelencia.
Al día siguiente el profesor Meneses retomó los contenidos. Era mucha materia que estudiar. Se sabía que esta disciplina, la lingüística, era una de las más complejas. Muchos estudiantes quedaban con exámenes pendientes para inicios de marzo siguiente.
Posteriormente señaló:
—El Círculo de Praga establece diferencias entre la lengua literaria y la lengua popular. Esta transmite los acontecimientos de la vida cotidiana, mientras aquella expresa una vida cultural y de civilización —dijo—.
—Como consecuencia de esta función, la lengua literaria amplía y modifica su vocabulario en busca de matices más abstractos, también modifica su estructura sintáctica con el afán de mostrar finas distinciones —concluyó, dando énfasis a la mayor parte de su exposición—.
—La lengua literaria, muestra una decidida tendencia a la expansión y pretende convertirse en monopolio y marca característica de la clase social dominante —dijo—. ¿Interesante o no? —interrogó para destacar el postulado—.
Hizo una pausa. Releyó tres tesis de Saussure. Explicó la primera. Las otras dos las analizamos en conjunto, con la participación de todos.
Enseguida trabajamos en grupo de estudiantes. Nos apoyamos en distintos libros que nos entregó el profesor. Luego debíamos responder a precisas preguntas. Claro, cada grupo debía profundizar en una de ellas, previo sorteo:
—Explique el alcance de los objetivos de la lingüística enunciados por Saussure.
—Explique con sus palabras que es la facultad lingüística por excelencia.
—¿Qué nos da a entender Saussure cuando compara la lengua con una sinfonía?, explique con sus palabras.
—¿Qué es hablar con propiedad?, pregunta para la próxima clase —dijo—.
Análisis, lectura y relectura. Intercambio de ideas y síntesis eran parte de las habilidades que debíamos utilizar. Estábamos empeñados en llegar a la mejor respuesta. Nuestras dudas las despejaba el profesor, con la mayor confianza. Finalmente se exponía y se enriquecía el conocimiento con el aporte de todo el curso. El profesor entregaba reconocimientos, sugerencias y otras observaciones que permitían conocer nuestro verdadero desempeño en la clase.
Así era el ritmo y la carga de estudio. La academia es la academia, se decía. Eran horas efectivas de clases y donde el aporte de la motivación hacía todo más llevadero. En definitiva era un altísimo nivel de exigencia. “En cada uno de ustedes hay un potencial, el que se debe desarrollar”, se señalaba. Cuando uno pisaba el umbral de la academia se producía un estado casi sobrenatural. Se entraba en una especie de aura del conocimiento y la sabiduría. Todos sabíamos lo que se perseguía y cuáles eran las metas a las que aspirábamos. La Academia de Letras —mi academia del alma—, me resultaba cada vez más excelsa. Era exigente en todos los aspectos. Esa exigencia tenía un propósito que era conocido por todos, ser los mejores.
Destacar en la academia no era fácil. Había un ambiente muy competitivo en las distintas actividades. Claro, muchos de mis compañeros tenían la ventaja de estar únicamente estudiando, además de vivir con sus padres. Se beneficiaban de las buenas bibliotecas que tenían en sus hogares. Su base académica era superior, porque muchos provenían de colegios particulares o de liceos emblemáticos. Pero ello no me podía hacer sentir disminuido. Al contrario, trataba de levantar mi autoestima. Lo tenía claro, mi mente debía dominar al cerebro. Nada me podía dar por vencido. Siempre me había sentido satisfecho por llegar a ser el mejor autodidacta de las montañas. Pertenecía al más grande proyecto editor del continente. Con estos antecedentes era más que suficiente, me convencía. Nunca tomé la competitividad como algo negativo, al contrario, esto me hacía crecer favorablemente. De seguro que mi desventaja académica de base al comienzo era inferior; pero al pasar algunos meses ya había alcanzado la superioridad que hacía falta. Me sentía de igual a igual, lo que favorecía mi estado emocional y del saber. A pesar del ambiente de competitividad, igualmente se daba ese compañerismo deseado. En definitiva nada ni nadie es perfecto, concluía para conformarme con gratitud.
Tenía mucho que hacer en el día a día. La academia, el trabajo, las lecturas, las propias rutinas —todas, muy absorbentes para mí—. Para qué decir del acontecer que se vivía en la capital, era de gran tensión social. Desde que había llegado a Santiago —además de lo asombroso de todo—, percibía un ambiente social y político variable, con muchos vaivenes. Los primeros meses se hablaba de cifras e indicadores económicos favorables, que luego se fueron presentando inestables y a la baja. El país había optado por la propuesta de un nuevo modelo social y político, previa etapa de tránsito. Era prácticamente un proceso de cambio cultural —a mí me costaba asimilar y entender este fenómeno, más aún si de alguna manera había sufrido un shock cultural al llegar a la gran ciudad—. La modificación hacia el nuevo modelo sería progresiva y así no se rompería con las tradiciones democráticas del país. Estaba claro. Se debía tener cautela para no provocar discrepancias en instituciones tradicionales. Para ello la autoridad central se había comprometido en formalizar una serie de garantías para mantener los valores democráticos —esto lo había escuchado reiteradas veces—.
En el aspecto económico también se estaban realizando otros cambios importantes. Las empresas estratégicas pasarían a ser del Estado, favoreciendo políticas sociales. Existirían las empresas mixtas, donde el Estado sería el principal accionista. Las empresas privadas estarían formadas por pequeñas empresas de poco capital. Otro aspecto importante de la política económica era la toma del control de la gran minería del cobre y su nacionalización. Se vivía por tanto, en un ambiente de cambios casi radicales y no se correspondían con la idiosincrasia arraigada en el ciudadano promedio y en las normas establecidas. Por ello —me convencía—, que estas eran las causas de tanta efervescencia; para algunos a favor y para otros un descontento.
Como ya he dicho, desde mi llegada a Santiago percibía un ambiente social y político variable que podría llevar a la inestabilidad en todos los ámbitos. En los primeros meses —seguro por mí recién llegada a un mundo desconocido— no percibía lo complejo que veían los expertos o los que estaban con la información por sobre el ciudadano promedio—. Luego esto fue precipitando hacia un clima agitado. Había presiones por disconformidad de algunos grupos, que no eran minoritarios y tenían algunas influencias. Esto era la capital y su ambiente denso del momento, que se sumaba a cada uno de mis compromisos y responsabilidades. No podía desfallecer por ninguna causa o motivo. Estaba claro que tenía que desdoblarme para no decaer. Debía sí o sí llegar a mis aspiradas metas —aún me resonaba eso de que por ningún motivo tendría que protagonizar el desenlace del hijo pródigo—.
—Aquí viene llegando el nuevo material —dijo mi jefe, don Esteban Carrera—.
—Literatura del otro continente, de Europa del Este —me señaló—.
—Otro acierto de nuestro notable director con la cancillería y los embajadores de la Europa del Este. Tendremos una serie de producciones de escritores de aquellos países. Iniciaremos con obras de Checoeslovaquia, Alemania del Este, Bulgaria y Unión Soviética —dijo—.
— “Trenes Rigurosamente Vigilados” del polaco Bohumil Hrabal será la primera obra. Aquí está el maquetado, plantillas y los otros formatos de rigor —señaló con gran entusiasmo—.
—Muy bien don Esteban. Es un lujo tener acceso a la literatura de este otro lugar del mundo.
— ¡Ah! Esta narración es sobre la resistencia frente al invasor alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Sus protagonistas son los empleados de la estación de trenes de un pequeño pueblo checoslovaco, cerca de la frontera con Alemania.
—Me imagino que debe ser una muy interesante obra —dije—.
—Bueno, con la aparición de la corriente literaria llamada realismo socialista —en países de Europa del Este—, se da un vuelco a la literatura tradicional y espontánea —explicó—.
—En lo particular, desconozco este tipo de literatura.
—Mire joven, a los escritores en estos países se les señala como “ingenieros del alma humana”. Es algo así como un técnico. Estudian la vida real para representarla de forma adecuada en su proceso de cambio social. Con este tipo de literatura se educa y se pretende influir con ideas distintas. Se procura mostrar a sus héroes o autoridades relevantes, como ejemplos para el mañana.
—Algo nuevo para mí. De verdad, soy honesto. Desconocía este tipo de literatura y sus propósitos.
—Es primordial que este tipo de escritor deba efectuar un trabajo consciente y planificado —mencionó como el experto que era—.
—Creo entender. Me parece que vendría a ser más bien como una organización.
—En realidad, lo que se pretende con esta doctrina, es que el escritor social no busque solo un realismo puro, sino más bien un nuevo humanismo, entiende.
—Eso es lo que concibo por planificado —dije con seguridad—.
—Es para preparar al un nuevo hombre y mujer. Estos tendrán que cambiar el mundo —concluyó su ilustración—.
¡Ah! Pero sobre esto hay mucho que observar y analizar. Cada cual tendrá su postura —complementó don Esteban—.
—También, le adelanto que estamos próximos a conseguir los derechos de “El Talón de Hierro”, de Jack London. En esta importante obra encontramos ideas reflexivas y profundas que se inspiran de la mejor tradición social y humanista, como la siguiente: “Cinco hombres bastan ahora para hacer pan para mil personas. Un solo hombre puede producir tela de algodón para doscientas cincuenta personas, lana para trescientas y calzado para mil. Uno se sentiría inclinado a concluir que, con una buena administración de la sociedad, el individuo civilizado moderno debería vivir mucho más cómodamente que el hombre prehistórico.”
—Interesante, muy interesante. Hay mucho, pero mucho que leer e imprimir—señalé un tanto entusiasta—.
—Llegará mucha literatura, mucha… Y no solo novelas, también obras de literatura científica —dijo, sin ocultar su orgullo y prosiguió—.
—La humanidad avanza, se progresa y como editora también tenemos que preocuparnos de esta importante área. Debemos ser un aporte a la educación, a las universidades, a las comunidades científicas.
—El método científico, desde Galileo Galilei, nos ha sacado de las sombras. La electricidad, el automóvil, la radio, la televisión, el teléfono, la medicina y muchas otras cosas que han venido a ser un importante aporte al desarrollo humano —complementó—.
—Joven, todos los adelantos han dependido de una ocurrencia de Galileo. ¡No es fabuloso!
—Sí, había leído de este científico en la revista a la que estaba suscrito —señalé con satisfacción—.
Y sin más ni más, comenzó a explicarme…
—Con tan solo una ocurrencia en tres pasos es posible averiguar cómo funciona el mundo. Primero, establecer hipótesis plausible sobre un problema concreto; por ejemplo: “Si se alterna la siembra, tendremos mejor producción”, “el agua detenida contiene microbios que causan enfermedades”. Segundo, realizar experimentos para comprobar la veracidad o la falsedad de esa hipótesis. Tercero, publicar experimentos para que cualquier otro los pueda reproducir, afirmar o refutar —dijo—.
—Sabe Andrés… ¡Y eso es todo! ¡Pero qué fácil! ¡Se ve tan elemental y simple! Y debido a eso, y solo a eso, la sociedad de 1970 es totalmente distinta a la de 1700. Cambios, muchos cambios, muchos avances…
—Tantas veces que no nos damos cuenta de ello. Es como si siempre fue así la vida del hombre. Por ejemplo, si pudiéramos revivir a una persona de los primeros años de esta era hasta el año 1700, apenas notaría diferencias en lo fundamental de la vida: se adaptaría sin problema. Pero si quisiéramos llevar a una persona del año 1700 a 1971, se sorprendería por completo y sufriría mucho pánico —concluyó—.
—Me queda claro, don Esteban. Ha sido importante su explicación. La verdad, no me había detenido a conocer ni explicarme en detalle sobre este tema. Le agradezco y felicito.
—Entiendo lo importante del área científica y está muy bien que la editora se interese en la publicación de libros para el conocimiento de la ciencia —señalé—.
Había sido una buena conversación con mi ejecutivo laboral. Era una persona conocedora de todo. Era una verdadera enciclopedia, como decimos en el campo. Tenía un bagaje cultural, su gran capital. De seguro eran los méritos para tener este importante puesto dentro de la empresa. Lo ameno de su conversación hacía que el tiempo pasara sin darse cuenta. Sus saberes invitaban a interesarse y a seguir averiguando sobre ello.
—Y pasando a otro punto, ¿cómo va todo Andrés…? ¿Sus estudios? —señaló de manera atenta—.
—Bien, bien en todo don Esteban. Gracias.
—¿Qué podría decir de la editora? Todo excelente. Gracias a ustedes por pertenecer a esta gran empresa. En mis estudios me ha ido muy bien, con resultados sobresalientes.
—Felicitaciones. Usted es un joven muy capaz y lo ha demostrado. Ahora a seguir con lo nuestro, ya que tenemos mucha demanda —habló con tono agradable y se retiró—.
Luego de esto me incorporé al trabajo que ya me era familiar. Mi puesto estaba acomodado con mis personales pertenencias; las herramientas y los imprescindibles accesorios. La rutina era la de costumbre y que ya era parte mía. Se leer cada texto y se transcribe en caracteres uno a uno los mismos —de derecha a izquierda—. Luego se generan los moldes para cada una de las plantillas que imprimirán las páginas. Y así, con el trabajo de todos, seguía constante la línea de producción y con ello los nacientes libros.
Estábamos en un período acelerado y de muchos cambios. Cambios en todo el quehacer de la humanidad. Había grandes adelantos, descubrimientos y movimientos sociales. Llegada del hombre a la luna, desarrollo de la medicina, demandas sociales, revoluciones políticas, eran algunas, por mencionar las más decisivas. Era el inicio de una nueva década, con notorios progresos, cambios y agitaciones. Todo en las sociedades se veía vertiginoso. Los medios de comunicación y de la información habían llegado a niveles de máximo desarrollo. La crisis por quiebra de arraigados sistemas de gobierno se repetía en muchos países. Las sociedades se transformaban, se hacían cada vez más exigentes. Se aspiraba a una mejor calidad de vida para todos —se proclamaba a viva voz y al unísono en todas las naciones: por un mundo mejor—. En fin, a inicio de los ’70 era un mundo distinto. Yo había enganchado con el uso del lenguaje y con los temas de conversación. Me sentía un santiaguino más. En todos los lugares se planteaba abiertamente los distintos puntos de vista. El país, la capital y la empresa no eran la excepción. Se dialogaba y discutía, planteando las distintas posturas.
Toda esta situación había producido algunas dificultades en la editorial. Se percibía ambientes de tensión que desfavorecían las relaciones laborales. Era inevitable entrar en el debate social. Las miradas y puntos de vista llevaban finalmente a una dicotomía. Todos se sentían con pleno derecho a tener opinión. Había instantes en que se perdía la tolerancia por lo acalorado de la conversación. Eso sí, siempre había personas que tenían la capacidad de intervenir para que se produjera el respeto mutuo, insistiendo que se debía discutir ideas y no fuera una discusión para atacar a la persona.
En momentos distintas opiniones y debates fueron traspasando a la propia editora, a su línea editorial. Era una crítica a la selección de la literatura publicada. Si era muy social o poco social. En general había un gran acuerdo por su línea editorial. La diferencia estaba dada solo por matices, es decir, si los contenidos eran poco sociales o más sociales. Se velaba, por sobre todo, para que respondiera a los propósitos que aspiraba el país. Este era el ambiente que se vivía en la empresa. A mí me parecía que era evitable con mejorar las normas o bien acordarlas entre todos. Pero esto no podía pasar a mayores porque la línea editorial era la deseada por todos.
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