José camina, no tan apurado, su mente está en todas partes, hace pausa y se pregunta: ¿En qué problemón me he metido? La noche es fría, se arrebuja su chaqueta, por un instante recordó lo que le dijo un bibliotecario comunista que vivió un par de años en Lyon. -Qué bien le luce la gabardina a los hombres, transmite seriedad y prestigio-. Su chaqueta, de gabardina se llevó varias miradas ese día, después de terminar la tertulia en el ateneo y andar varias cuadras hasta la librería callejera del señor Dionisio, anciano encorvado, desgarbado que en épocas pretéritas contribuyó a la ciencia al demostrar que es posible viajar en el espacio más rápido que la luz, sin embargo una intensa necesidad de soledad cundió por su humanidad hasta llevarle a vivir sin techo, por las noches se acuesta en el ínfimo pasillo de su carrito ambulante, casi un mendigo. José, dubitativo, se dijo: – Mi destino parece ser el de Dionisio, la gente se aleja de mi y no encuentro razón del porqué sucede, quizá sea mi personalidad huraña y esquiva-. -Me gusta la noche, me siento cómodo en la oscuridad, nadie me mira, sin embargo deseo que se cruce por este rumbo una bella mujer para que huela mi perfume y admire mi gabardina-. Sabe que no pasará, que por esas calles oscuras no habrá nadie que asista a la gala de chaquetas, sabe que está solo, que quizá le toco vivir una eterna, desierta a íngrima noche, piensa en llegar a casa, en el fondo no lo desea, quiere tomar cerveza o un whisky en la botica de la plaza, pero se acuerda de que sus bolsillos están vacíos, solo mugre y suciedad saca de esos huecos de tela remendados y sórdidos. Está acostumbrado a andar sin plata, las alegrías del mundo le parecen grotescas, admira a los eruditos eremitas, esos que abandonaron sus vidas burguesas para perderse entre los montes, y no volver jamás a sus antiguas costumbres, ni mucho menos verle la cara a la sociedad hipócrita de nuestros tiempos.
José se percata de que vive, siente su respiración y los latidos de su corazón, camina por las calles sin darse cuenta de quien es; esa noche, dentro de la oscurana del pueblo reflexiona sobre su vida, de esa vida que lleva, – siente culpa por eso-, fue por elección propia: Se quedó en su patria para salvar conciencias, para llevar la buena nueva a las masas, ya no le cree a nadie, las gentes aprenden su lección con los años, llevando a cuestas la amargura del sufrimiento. No vale la pena intervenir en los asuntos del mundo, no hay lugar para la sensatez ni la honestidad. Su renuncia no es definitiva, aun guarda deseos de volver, de regresar desde las cimas de las montañas a enseñar las virtudes de los buenos hombres solo a quienes estén dispuestos a escuchar; – El conocimiento no es para todos, se repite; bueno, ya llegare a casa, quizá lea a Tolstoy antes de dormir. No vale la pena nada que tenga que ver con la gente, las personas de valor son execradas de la sociedad, son obligados a vivir como fantasmas de entre los vivos o como anacoretas en los montes, no es indiferencia, es dolor ante la negativa de escuchar de aquellos que aman al hombre, las verdades de cómo convivir como hermanos. José abre la puerta, se dirige hacia la cocina, no hay alimentos, le basta con la sopa de arvejas que comió hace tres horas en casa de Alfonso. Se cambia de ropa, le da sed, toma un vaso de vidrio y abre la vasija de barro para agarrar agua, espera mientras le dan ganas de orinar, detesta levantarse de noche para ir al baño, pues dormir es quizá el tesoro que guarda con excelso celo, por eso no quiere arruinar su amnesia temporal, es sagrada. Mientras, se recuesta en la sala para leer unas páginas de guerra y paz, a medida que avanzan los párrafos le viene a su mente la pregunta de hace unas horas. ¿En qué problema me he metido?.
Dionisio, el científico que vive en la librería ambulante es el hombre mas libre que he conocido – recuerdo la vez que me comentó que ha vivido con intensidad, con profusa agudeza y que el día en que muera, – cuando el estertor le coarte su respiración y tenga la tranca en la glotis-, recordará, no sus días de calma sino sus tempestades y tormentas. José compara su vida con la de Dionisio; – ha sido un fracaso, mi vida es aburrida, nada digno de ser contado, ninguna experiencia que valga la pena, soy un pobre hombre metido en su cuarto, oscuro y lleno de ácaros, un ser nocturno incapaz de relacionarse con los demás, pero con talento para la escritura y las artes: ¿acaso es satisfactoria mi vida?; por lo menos Dionisio viajó, estudió en el extranjero, se enamoró de mujeres que le dejaron destrozado el corazón, sin embargo, se regocija en la experiencia de haber vivido una vida que vale la pena. De sus penurias y sinsabores. No se arrepiente de sus acciones. ¡Sin dudas, es el personaje perfecto de novela!. José, con tristeza, está convencido de que ha echado a perder su existencia. – Que lamentable es no haber querido nunca ni que a uno lo quieran- . ¿Qué clase de persona soy yo, un hombre que quiere que lo amen pero que no busca a el amor?. He sido un egoísta, se increpa José, he preferido entregarme a las cosas de lo público antes que a mi propia familia, he trabajado por mejorar la ética en mi nación sin preocuparme en mi futuro, ahora mismo, sin trabajo y debiéndole a mis padres, hermana e hija la vida que se merecen, no he sabido construir la armonía entre mi vocación de ayudar a las gentes de afuera y mis responsabilidad como padre, como hermano e hijo. He desperdiciado esta vida humana, he nacido para nada. ¿En qué problema estoy metido?.
Al día siguiente, se levanta bien temprano, a las 5: 30 de la mañana está en el bus rojo que le lleva a la ciudad de San Bartolomé, disfruta la hora y media de camino, sus audífonos negros son una bendición, se exilia del mundo por pocas horas, nadie le mira porque en el transporte hay poca gente, es viernes, su día preferido para viajar. Es un día maravilloso, los girones de nube rojas entre el cielo azul del amanecer le invitan a pensar en mundos alternativos donde él ha viajado, ha amado, ha vivido, José se regocija en el paisaje, el viento de la mañana roza sus mejillas. El bus le deja a dos cuadras de la librería de Dionisio, José se acerca, la librería está cerrada. Es temprano, apenas las 7. 45, daré una vuelta por el centro cívico y vendré mas tarde. De repente escucha un chasquido, voltea hacia atrás, ve una luz dentro del carrito ambulante, retrocede, se abre la puerta, es Dionisio rodeado de una ruana vinotinto , y sobre su mollera, un gorro de lana gris claro, – Escuché un ruido afuera y me asomé, te vi, y decidí salir, eres una persona importante para mi, como atesoro lo momentos en que hemos conversado sobre la vida. No es común encontrar a gente como tu. Toma esta silla-. -Dionisio, amigo mío, no tengo dinero para comprarte pan y un café-. -No te afanes José, invito hoy, seguramente en un rato pase la señora del termo azul, el pan te lo quedo debiendo-. José buscando respuestas en aquél hombre, al que considera la persona mas sabia de entre sus conocidos, le pregunta: ¿Recuerdas la vez que te dije lo egoísta que he sido? – Te refieres a esa vez que renunciaste a tu cátedra de historia por problemas con los militares de… no recuerdo,.. ah, de la academia superior de guardias?. – Sí, allí, exacto. Te reitero lo que esa vez te dije.. ¡eres fiel a ti mismo, leal a tus convicciones!. -¡Me quedé sin trabajo!, increpa José a Dionisio, sin llevar el alimento a mi hogar, a ser un paria de entre los vivos-. -Ya somos parias de entre los vivos, José, recuerdo una cita de Nietzsche que reza así-. » El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu, si lo intentas, a menudo, estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo» -El precio de estar en mis zapatos, Dionisio, ha sido el no llevar el pan a mi familia. Seguramente tu nos ha tenido familia, no conoces el pesar de sentir un nudo en la garganta al escuchar a un ser querido decir «tengo hambre» y no encontrar nada en la dispensa para darles, al carajo los filósofos, no hacen sino escribir sobre las desgracias humanas como si con eso resolvieran los problemas de los hombres-. Dionisio, sin exaltarse, con voz amena y compasiva, señala al oeste, dice, –allende…. allende el océano, mi estimado amigo, tenia una vida distinta a la de ahora, era valorado por mis colegas, vestía de marca, todos los fines de semana cenaba en caros restaurantes, viajaba por distintos y distantes países impartiendo conferencias sobre física, sobre partículas, sobre la luz.. esa era y ha sido mi pasión, la enseñanza, sin embargo, algo en mi estaba incompleto, una pieza del rompecabezas no encontraba, se había extraviado. Fui elegido para dirigir un proyecto secreto sobre el desarrollo de armas láser… cegado por mi ego científico, acepté.. fue mi peor error. Estalló la guerra de oriente, miles de victimas, el arma cercenó la vida de millares, abatido por mis acciones presenté la renuncia ante en consejo de energía renovables.. no fue aprobada.. Exigí hablar con mi superior, estaba de permiso en Suiza, compré un vuelo a Marruecos y me interné varios meses en el desierto, conviviendo con una amable y generosa familia beduina, ¡desaparecí!… soy un forajido del mundo, tengo orden de arresto por desertar.. mi familia fue torturada con el objeto de sacarles información sobre mi paradero.. ¿Cómo crees que me siento? si por mi culpa miles fueron aniquilados en batalla, y mis seres amados torturados durante semanas enteras? Soy una bestia, un maldito ente del mal, preferí el dinero y no la vida, por mi culpa cientos de niños quedaron sin padres; si hubiese cortado a tiempo, como hiciste tú con los militares de esa escuela, podría conciliar el sueño, comer en paz y andar en paz. Por no ser fiel a mis principios soy un hombre en pena, una suerte de fantasma sin sosiego en ninguna parte. Sin embargo, vivir en la pobreza, en una pobreza como la que ves ahora, me permite redimir el pasado, pues sufro de hambre, no tengo el amor de mi familia, y muy pocos se acercan a hablar conmigo; por extraño que parezca la gente se aleja de mi… José encuentra un parecido con Dionisio… – La gente se aleja de nosotros, el amor huye. ¿Será porque nuestro semblante es de amargura, aflicción y pesar? Quizá sea el caso, empero José, amigo, siento placer por compartir el dolor de la existencia con mi prójimo, considero hermano a toda criatura que piense y sufra. Atendiendo a tu pregunta, solo se nos acercan las personas afligidas, aquellos que están disfrutando de sus cuerpos, están en otros lugares, no tienen tiempo para hablar contigo o conmigo. Somos un especie extraña, exótica, arrepentidos de nuestras decisiones pretéritas, vagamos sin rumbo, con la tristeza a flor de piel.
Han pasado tres horas, el tiempo con Dionisio es relativo, las buenas conversas duran poco, como poca dura un bello atardecer de noviembre. José emprende el viaje de regreso. Dionisio, regala dos libros a José. José mira la portada: «Demián y Lobo estepario» de un tal Herman Hesse. – -Léelos en cuanto tengas tiempo, allí aguardan respuestas para ti-. -Por lo pronto, que te vaya bien amigo, iré al bar de la esquina a pedir el baño-. Ambos se despiden, José regresa a su obcecada y lúgubre morada. Va analizando la conversa con su amigo de la librería. -él, piensa: – por lo menos tiene historias par contar, arrepentido o no de su pasado, ha vivido profunda e intensamente, yo, en cambio, he sido un hombre inútil carcomido por miedos desconocidos. Sé que soy un cobarde, mi familia lo calla, no se atreven a confesarlo- Ya en casa, José sube hacia el cuarto de lectura, su madre, padre e hija están ausentes, está solo, lee un poco, sale, y mira al cielo, hay nubarrones por doquier, un dolor intenso le sacude el alma, no puede mas, intenta gritar, intenta salvarse por ultima vez, sin embargo ató la soga fuerte a su cuello y tiró la silla de madera unos metros a su izquierda para no alcanzarla en caso de arrepentirse, su vida se va lentamente, sus últimos recuerdos se apagan. Solo y triste acabó José, el hombre de la vida inútil, el desgraciado que encontró el sentido a su vida a través del suicidio. ¿Hay razones para vivir cuando esas mismas razones se nos escapan de las manos?.
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