Alma mía,

tan pura,

tan caótica,

eres la viva imagen del universo

en tu semblante lleno de galaxias.

Mi cuerpo ya no es mi cuerpo,

es un instrumento vacuo

que desentierra a los hijos de la guerra.

Soy soledad,

como un puente que nadie transita,

las alimañas y los pájaros me han abandonado y la oscuridad vino a abrigarme como una manta en invierno.

Mi supervivencia es el fusil en el que se convierte tu cuerpo para salvarme en las trincheras, como una escopeta a corta distancia, como una daga que atraviesa la piel.

Y,

cuando llega la hora de la masacre,

solo puedo pensar en que te amo.

Cuerpo de adamantio,

de diamante,

de hormigón,

de hierro.

Grito por tus ojos vacíos,

por la sangre derramada en tu pecho,

por las rosas que florecen de tu boca,

por tu tenue voz de madrugada.

Tu cuerpo no me pertenece y,

aún así,

me lo regalas cada día como si fuera navidad.

Mi hambre,

mi ambición desmedida,

mi camino tortuoso.

El oscuro sendero

donde mi boca se convierte en un desierto.

Y mis manos arena.

Y mi dolor

eterno.

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