Que los demás pasaran a tener una vida tan inútil como la suya, avivó el visceral rechazo del auto marginado José a participar de conductas generalizadas; algo tenía que hacer.
Como un par de décadas atrás, sintió el seductor desafío de sentarse frente a una hoja en blanco. Con la serena pasión de quien vuelve a enamorarse después de muchos años, comenzó a desarrollar una idea, latente en él desde su temprano retiro del periodismo político.
Hojas y hojas elaboradas buscaban claridad en cada concepto; mejorar durante el desarrollo la idea inicial lo hacía fluir en la dirección deseada. Inesperadamente, después de casi un año de trabajo, lo invisible en el modelo teórico resultó para él un escollo insalvable. Parecía brillante…sólo parecía. El objetivo de José no era diseñar una utopía; su anhelo era reemplazar el injusto paradigma de poder que otorgaba derecho a manejar la vida de todos. Agotados los intentos por resolverlo, envió el trabajo a su mejor amigo, sin aclaraciones que pudieran desviar su llana opinión.
Martín era un gran tipo, inteligente y práctico. A fines de los ochenta, había emigrado de la Argentina con su hermosa familia, de la cual José formaba parte afectivamente. Conocía la idea de su amigo; analizando el trabajo le costaba pensar que algo fuera de otra manera, como sucede en aquellas composiciones musicales donde cada nota es LA NOTA. Seguro de que José no iba a darlo nunca por concluido, un pensamiento lo invadió. Como solía resolver las disyuntivas en el diseño de sus proyectos, se recostó en el cómodo sillón entrelazando tras su cabeza los dedos de las manos. ¡Tiene que publicarlo!, afirmó convencido. Sin consultarlo, para no naufragar en el mar de dudas de José, subió la síntesis de la obra a internet seguro de estar haciéndole un favor.
II
El encierro obligaba a relacionarse a través de celulares y
computadoras; era el oxígeno que necesitaba la humanidad asfixiada por el invisible enemigo. En ese escenario web-dependiente trepó la imprudencia de Martín, que tomó vida propia en las innumerables réplicas y el intenso boca a boca de los chateos de cuarentena. Ganado por la euforia, el responsable, si así se lo podía llamar, con respiraciones abdominales intentaba relajarse; el entusiasmo le hizo olvidar las limitaciones de su amigo, que ya lunes, tomaba contacto con la realidad durante el informativo de las veinte horas. Tenía que saberlo ¡ya!. Sin tener claro como decírselo, pulsó en su celular el ícono sin foto.
– ¿Queé?- preguntó José desde el limbo.
– Si, lo subí por las redes sociales; vos no ibas a hacerlo nunca, te felicito.¡Se viralizó !– festejó Martín.
– ¡Nooo! ¿qué hiciste?, hay un error de base, ¡cómo no me preguntaste antes! – le reprochó con la impotencia de saber que ya era tarde.
– ¿Error? ¿qué error? yo no…no vi ningún error – contestó Martín sin entender. La comunicación por cámara de WhatsApp le permitía ver que José, aunque confundido, parecía estar bien… pero no era tan así. La falla en la propuesta y el pánico ante una posible exposición personal, lo bloqueaban. Luego de calmarlo, Martín se despidió dudando de si la reacción de su casi hermano era una inseguridad más.
Algo preocupado, lo llamaría luego del informativo; en tanto, releía el trabajo en busca del error fantasma.
¡Que quilombo!, decía José alterado por la incertidumbre buscando en vano el equipo para tomarse la presión. La calma perdida lo ponía al borde de una descompensación; no dejaba de presionar sus venas con las yemas de los dedos, contando el pulso acelerado con la mirada fija en el segundero, hoy, más lento que nunca. Durante la cortina musical reforzaba su medicación.
La pareja de periodistas confirmaba el bajo número de contagios como fin de vaya a saber que ola pandémica. También anunciaba la inminente llegada de nuevas vacunas. Nada de eso le importaba a José.
Que el protagonista fuese un argentino residente en Nueva York, puso en pantalla la propuesta disruptiva de José. El mensaje afirmaba cómo, inevitablemente, la sociedad iba a ser autogobernada por medio de inteligencia artificial; prescindiendo del accionar político. El periodista omitió, para evitar problemas, referirse a que el grado de complejidad de las crisis, requería mucho más que partidos políticos mediocres o, más grave aún, autócratas iluminados. Con la mirada al garete, José se topó con el presurómetro que el descontrol le había negado minutos antes: ¡veintiuno de máxima!
– Hacete cargo, si esto no para termino en el CTI – avisó a Martín, que fue a controlar la suya.
En el departamento ya vacío de José, concluía el tema en cuyo zócalo se leía: “ES ARGENTINO, VIVE EN N.Y.” En minutos entraba en la unidad de cuidados intensivos.
III
El saber que Ezeiza permanecía cerrado por la pandemia sumergió a Martín en la impotencia. Cuando vio estacionar el móvil de la CBC frente a su ventana, balanceó la cabeza, abatido, sin poder entender que hacían allí mientras el mundo colapsaba.
Para gran parte de ese mundo, el miedo al contagio no era el único drama: para millones de personas comer no era habitual. Sin futuro, los pueblos padecían abandonados a su suerte por la perversa moral del poder.
Algunos jóvenes con sentido crítico advirtieron que sus ideales habían caducado a fines de siglo. En su conocimiento tenían todas las herramientas para crear lo por venir.
La inteligencia artificial había llegado para cambiar las reglas de todo; hacía ya un par de décadas que oficios y profesiones habían desaparecido o se reconvertían. Los gobernantes no serían la excepción; de hecho, algunos países de Europa y Oriente habían reemplazado varias líneas de funcionarios en manos de colegas sin vida, pero con energía inteligente.
Martín, no pudiendo retroceder en el tiempo, cansado de explicar cómo se sorprendió al haber encontrado la propuesta en el buzón de su casa, decidió colaborar con la juventud involucrada en el desarrollo digital. Acababa de subir la propuesta completa, cuando sonó su celular; era la voz de una mujer.
– ¿El señor Martín Alvarez? de la clínica San José para avisarle que el paciente recibió el alta y ya está en su domicilio – cumplió en informar. Apenas alcanzó a agradecer el llamado, abrazó a su mujer, liberado del sentimiento de culpa “¡José zafó otra vez!” le decía apretándola como cuando se enteró que iba a ser padre por primera vez.
Aliviado se comunicó con la casi víctima. Le hizo saber que otros se habían hecho cargo de su obra rupturista, obviando el envío que acababa de consumar. Igualmente, José ya había tomado una decisión.
Una vez recuperado y negándose a soportar la vergüenza de su fallida aventura intelectual, José llegó a Bolivia en busca de una aldea menonita de la cual había leído algo. Era una sociedad ideal pero cerrada. Tomar contacto con un proveedor local que permutaba algunos productos por leche y queso le permitió entrar al pequeño pueblo, verlo y respirar extasiado su aire tan puro. No circulaban dinero ni automóviles, sólo boogies con grandes ruedas de madera protegidas por chapones de hierro levantando alguna polvareda. Para ellos el confort estaba en la sencillez. Estudiar el movimiento Anabaptista del siglo XVI, origen de su fe y hábitos, fue la llave para poder dialogar con el pastor menonita. Fue así como un día entre los días, él mismo lo invitó a formar parte de la comunidad, por ser un hombre religioso libre de los vicios del mundo exterior. Josué, como lo bautizaron, pasó a disfrutar el paraíso fuera del tiempo; seguramente, pensaba y con razón que sumarse a ese milagro fue el logro más importante de su vida.
IV
La llegada de la nueva publicación facilitó el avance de los programadores.
De los continuos intercambios entre expertos en sistemas, surgió un sólido sentido de colaboración tras del objetivo que alguna vez fuera de José. Lucía y el Gordo formaban parte de esa comunidad; eran excelentes creativos de juegos en red, cuyo hobby compartido consistía en hackear centros de poder. Al llegar la propuesta de un nuevo paradigma, les apasionó la idea de hacerle jaque mate al Status Quo. Ellos podían hacer un gran aporte protegiendo los nuevos softwares de colegas sin códigos. Luego de semanas de trabajo intenso, al ver el arco iris en la pantalla, decidieron tomar unos días cada uno con su destino elegido. Lucía se debía un viaje aplazado por una cosa u otra.
El flamear de su renegrida trenza era el llamador al que respondía bajando la velocidad de la moto. En minutos divisaba La Guarida, como llamaban a la casa donde vivieron cuando la persecución a Abel, su padre. Lucía nunca logró que le respondiera cual fue el motivo que lo había convertido en chacarero; no lo intentaría otra vez segura del desvío que él haría del tema. Sus profundos ojos negros buscaban con avidez a sus hermanos, para poder abrazarlos. Al amanecer, en hábito añorado, disfrutaban en silencio con su padre los sonidos de la naturaleza. A Abel le alcanzaba con tener claro cómo trataba la vida a su hija preferida; pero quiso saber algo más.
– Lu, seguro estás involucrada en lo del poder digitalizado– enfocó él.
-Si pá, colaboro – confirmó orgullosa, describiendo apasionada los avances y lo faltante, difícil de lograr con ceros y unos.
– Es cuestión de tiempo – la alentó Abel
Luego de un par de días, tras un festín con los mejores manjares del mundo se acercaba el atardecer de la despedida.
Lucía cruzó veloz las instalaciones de El Dorado alcanzando el vuelo a Atlanta justo antes de despegar. Desplomada en el asiento del boeing junto a la ventanilla, todavía agitada, al acomodar el pasaporte en su mochila notó la presencia de algo “puesto”; dinero no puede ser, pensó en voz baja mientras se recuperaba. En el sobre, una carta reveladora la esperaba; respiró hondo para ir y volver en el tiempo fortalecida espiritualmente. En esa hoja Abel expresaba silencios guardados durante años. Con la mirada abstraída sobre las nubes huyendo ignoradas, visualizaba al padre sentado frente al ordenador; ella había aprendido que no debía distraerlo, aunque a veces vencían las ganas de jugar al ajedrez con él.
Con las líneas de Abel en la mente llegó a su casa; releía la carta con el corazón, en tanto aguardaba a su pareja. El llegar apasionado del Gordo no advirtió que el espíritu de Lucía estaba ausente.
– Pará Gordo ¡tenés que ver esto! – dijo ella separándose de él con la ayuda de sus brazos.
– Te necesito con los cinco sentidos- pidió Lucía a su pareja que pasó de la frustración al interés en segundos. Sacó entonces dos CD de un cajón, poniéndolo en sus manos sin dejar de espejar su mirada en la de él. El gordo se depositó sobre las huellas de su humanidad en el sufrido sillón giratorio; colocó el primero de ellos, con una grabación explicativa, repitiendo la escucha para no perder detalles. Largo rato continuó frente a la pantalla disfrutando los avances en el segundo CD, sin comprender como Abel, veinte años atrás, superaba a la última generación de software.
– Genial…genial…- repetía maravillado hasta la excitación que ponía su miembro en una erección poco creíble en ausencia de sexo.
– Tu viejo es un genio de verdad- compartía el orgullo con la hija de un Einstein del siglo XXI.
– Lu, llegó el día… ¡NO LOS NECESITAMOS MÁS! – Exclamó victorioso.
Tenían las herramientas necesarias para completar el marco teórico, faltaba la posibilidad de poder ejecutarlo.
– No sé cómo manejar esto, nuestro apellido no puede figurar- afirmó al entregarle la carta de Abel.
Querida Lucía :
Sé que no alcanza con pedir perdón después de tantos años de silencio. Toda la familia corría riesgo.
Cuando eras niña, desarrollé en casa un software que
multiplicaba las funciones inteligentes. Por ansioso lo finalicé en la empresa donde estaba contratado. Fui tan estúpido que me avergüenza contarlo. Sintetizando, tenían alguna idea del QUÉ, pero ninguna del CÓMO.
Me lo llevé sencillamente porque era mío.
El accidente por el cual me convertí en granjero fue en venganza por la fortuna que les hice perder. Son mafiosos.
No pude ni puedo negociarlo con nadie.
Ahora es tuyo, sé que vas a saber filtrarlo sin figurar, no te expongas, es tu seguro y el mío.
con amor, tu padre
– Será la primera revolución anónima de la historia- reflexionó el gordo, abrazando a Lucía, esta vez disfrutando uno del otro, liberados a la naturaleza de sus pasiones.
. V
Los programas de última generación permitían a los usuarios de la plataforma ponerse en los distintos lugares del mostrador virtual, quedando claro los roles de los distintos actores sociales y económicos, en un sistema transparente sin pujas sectoriales. La base institucional a modo de constitución nacional, marcaba pautas predeterminadas en función del ciudadano y la sociedad. Múltiples opciones aseguraban el libre acceso para todos, en el seno de una economía con dos corazones autónomos y complementarios: la economía familiar y la innovadora, una nutriéndose de la otra. Millones de usuarios ponían a prueba con éxito el funcionamiento de todo, con el anhelo de verlo hecho realidad.
Fortalecido y esperanzado en una vida mejor, el pueblo frenaba los abusos del poder debilitado. Se estaba formando la masa crítica para el cambio de época.
Una llamativa caída de internet de treinta horas hizo tambalear la credibilidad del sistema, flotando en las mentes la palabra más temida: utopía. El viejo desafío exigía la creatividad de una nueva generación.
En otra dimensión temporal, Josué conducía una vieja carreta con leña, azuzando con las riendas una yunta de mansos percherones.
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