LA IGUALDAD ES LO QUE MARCA LA DIFERENCIA

LA IGUALDAD ES LO QUE MARCA LA DIFERENCIA

1

El padre de Laura vivía solo desde que su mujer falleciera unos meses atrás. Aunque aún se bandeaba bien, su hija se había hecho cargo de él desde entonces. ¡Pobre hombre!, no sólo no había roto un huevo en su vida, sino que tampoco lo había cocinado, así que, ¿qué iba a hacer? Pues ir todas las mañanas a su casa. Tras dejar a la niña en el colegio, se acercaba para despertarlo y asegurarse de que se aseaba y se vestía. Después, arreglaba un poco el piso y le preparaba la comida. Le quería, desde luego, no como quiso a su madre, claro, porque era distinto, pero era su padre y de ninguna manera lo iba a desatender.

Él, después del aseo, impregnado de esa loción de aftershave que transportaba a Laura a su infancia por un instante cada día, tomaba el café en la cocina frente al televisor mientras su hija recogía los cacharros de la cena. Aquella mañana, el programa reproducía la intervención de un diputado polaco en el Parlamento Europeo: «Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes.»

—¡Este gilipollas no te conoce, Laurita! —dijo dirigiéndose a su hija, aunque sin quitar la vista de la pantalla del aparato.

Ella, que estaba a su espalda, paró un instante la brega en la que andaba, pero no dijo nada.

2

—¿Por qué vienes tú a recogerme hoy? —la niña.

—Porque mamá ha tenido un imprevisto. ¿Qué pasa? —el padre, bromeando—. ¿No te gusta que venga yo, o qué?

—No, no es eso, es solo que me ha extrañado. Como tú nunca puedes —deja la entonación arriba, insinuante.

—Ya —breve pausa; encajándolo—. Es porque yo trabajo, hija.

—Ya, claro… —sarcástica y, seguidamente, sin darle tiempo para réplica, a otra cosa—. ¿Sabes? Hoy han hablado en clase de unos que van con un autobús diciendo lo que tienen los niños y lo que tienen las niñas. Maca —la profesora— ha dicho que lo hacen para negar que hay niños y niñas diferentes.

—Ah, sí —sabe que se refiere a un eslogan en contra de la transexualidad—. Está feo lo que han hecho     —dice con rotundidad, más que nada porque cree que es lo que su hija espera.

—Papá —silencio y tensa expectación por parte de este que ya sabe cómo se las gasta la niña—, si pudieras poner tu cerebro en otro cuerpo, ¿elegirías el de una mujer?

—¡Madre mía, hija! —una risa nerviosa le sobreviene—. ¡Qué pregunta tan complicada! No sé qué decirte —evasivo, aunque sabe la respuesta y su hija también.

—Pues no debería ser tan difícil —parece que le advirtiera—: debería darte igual.

La cría pierde la mirada por la ventanilla del coche. Se siente decepcionada y ya no tiene ganas de hablar más.

3

En 1.776 se promulgó en Nueva Jersey una ley que proclamaba el derecho de las personas a votar. Solo algunos entendieron que el término «personas» incluía a las mujeres y que, por tanto, la ley las permitía votar, aunque no estaban de acuerdo con ello. Otros consideraron que se trataba de un error y la mayoría entendió que el texto sencillamente no incluía a las mujeres. Para disipar todo género de duda la ley fue abolida en 1.807.

4

Laura, su marido y la niña estaban sentados a la mesa y se disponían a cenar. La televisión, encendida como siempre. Aunque no solían hacerla caso, aquella noche captó su atención una noticia del telediario: Urdangarin, el yerno del rey Juan Carlos, libre y sin fianza.

—Para que luego nos vengan con el rollo de la igualdad —se quejó él con aire de indignación y seriedad atenuado por el efecto ordinario de la masticación—. Este no pisa la trena, te lo digo yo. Llega a tratarse de otros y van para adelante de cabeza.

—Desde luego —asintió Laura con la desgana que causa estar de acuerdo.

—Pero, papá —la niña—, ¿por qué te parece mal que no le metan en la cárcel?

A Laura le hacía gracia el desconcierto que la cría producía en su padre. Sólo tenía doce años, pero su inteligencia no dejaba de sorprenderles, sobre todo a él, que siempre temía enredarse en sus preguntas, de las que a menudo no sabía cómo salir.

—Pues porque no es justo que él se libre por ser quien es, mientras que, si se tratara de otros, seguro que irían a la cárcel —contestó afectando la seguridad que no tenía.

—¡Ah, vale! —continuó la niña—, ¡ya lo entiendo! O sea, que no sabes si pondrías tu cerebro en el cuerpo de una mujer, pero si fueras tú el del juicio, seguro que lo pondrías en el cuerpo de este, ¿no?

Laura, que, para evitar dejar más en evidencia a su marido, no quiso que su hija la viera reír, se levantó de la mesa y se fue a la cocina so pretexto de traer el postre. Su marido, desconcertado, hizo una risa bobalicona y fingió poner atención al telediario, que ahora daba el pronóstico del tiempo para el día siguiente.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS