Conozco a San Sebastián desde hace tiempo, aprendimos de la mano y no de la mejor forma para aquellos a los que estábamos a cargo y es que me apiado de lo que tenían que soportar aquellos seres, éramos como un diluvio o un terremoto en una calma momentánea, pero que más da, juntos podíamos cumplir cualquier ocurrencia que se le pasara a un niño de 12 años por muy descabellada que fuera.

Nadie podía comprender lo que pensaba ni entender las locas ocurrencias que hasta el sol de hoy me caracterizan, siempre estuve solo, pues siempre he pensado sistemáticamente diferente a los demás, pero entre tanto ser detestable ahí se encontraba él, corriendo con alaridos que desquiciaban a todos los profesores, supe en ese momento que tenía un brillo especial que al parecer nadie veía, perdíamos el tiempo y solo nos saciaba la simplicidad de las cosas, ese tiempo perdido solo era tiempo que no necesitábamos recuperar y que hoy el poeta con una sonrisa de extremo a extremo ha de recordar, él no es santo de la devoción de muchos, pero es el único santo en el que creo.

Si me preguntan por San Sebastián puedo decir que fue una salvación en un mundo que estaba pronto a colapsarse sobre mis hombros, no lo sabía, pero en el momento que redacto este escrito puedo verlo a la perfección, tal vez él me ha aportado más de lo que sabe o se imagina, siempre fui devoto que «los para siempre» no existen, pero desde el primer «nos vemos mañana» han pasado 8 años en los que San Sebastián me ha acompañado y ha librado miles de batallas con mis demonios, inclusive anteponiendo antes que los propios como si se tratase de mi ángel guardián, esos fueron los primeros milagros de San Sebastián, que en aquel momento cegado por mis intereses y egoísmo no pude develar.

Hasta el momento desconozco que obra sobrehumana o que moneda al azar entrelazó nuestras vidas a tan corta edad, solo sé que él realzó y me mostró un nuevo modo de ver aquella vida indeseada a la cual quería finiquitar más que a nada, y como saberlo si San Sebastián solo tenía 12 años, con tan solo sentarnos y seguir mis tonterías me enseño que nunca perdí el tiempo, fue una inversión que ahora mi alma agradece y eso se lo debo a San Sebastián, santo de mi devoción.

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