Introducción
Acurrucado entre el cálido susurro de la noche y el indolente frío del eternit, más de una vez le he preguntado a la luna sobre mi lugar en el mundo, pero no ha sabido responderme, la he visto salir mil veces, pasar de un cuarto menguante a un cuarto creciente, de media a llena, pero ella no ha querido responderme.
La luna no me responde, tal vez porque allá arriba el tiempo pasa diferente, durante los años que me he sentado a mirar el cielo, este resulta indiferente a la decrepitud terrenal; no envejece, o es que nuestra existencia resulta tan efímera como para ver a las estrellas apagarse, morir y despedirse de nuestra vista para siempre, como ocurre con nosotros los humanos. Cada que levanto la vista veo un cielo joven, que parece no inmutarse ante el paso del tiempo mientras yo cada día me hago más viejo.
Por ello la prisa, porque siento el hálito de la vejez respirándome la nuca y honestamente no quiero morir sin saber a donde o a quién le pertenezco, si todos merecen un hogar, ¿dónde está el mío?, y no, no me refiero a esas cuatro paredes que recubren nuestra existencia material sino a aquellas que protegen la integridad del alma, hablo del hogar, ese sitio seguro donde siempre van las personas a mancillarse las grietas del corazón, aquel lugar donde la vida deja de doler por un instante.
Tratando de lucir fuerte, me he aferrado a la idea de que no necesito un lugar, de que mi ser es libre y en libertad camina sobre las calles de una inmensa ciudad en llamas, pero la verdad es que también quisiera un sitio donde recostarme cuando la soledad me asfixia y la tristeza me inunda los párpados.
Eso es lo que busco, donde depositar mis temores y silenciar esos pensamientos que no ceden cuando cae la madrugada.
Entonces, será la poesía quien me ayude a encontrar el camino a casa.
I. Sol no llegó sola
Soledad abrió su puerta de forma inesperada,
– ¡Cuánto tiempo!, tu visita no la esperaba, – dijo él,
miró por encima del hombro, descubrió que estaba acompañada
¿quiénes eran las tres pequeñas que su vestido adornaban?
– No sabía que te habías casado – le reprochó,
~ Son el resultado de una cita con tu pasado – respondió,
y con un el gentil bailoteo de sus dedos las presentó.
«La mayor se llama Insomnia,
de una aventura con tus pensamientos intrusivos resultó,
vino a inundarte la noche y arrancarte el sueño,
te acostumbrarás a ella en un par de desvelos»
«La del medio se llama Melancolía,
si en una mano pones ron y en otra apatía,
la verás más de una vez al pasar los días.
No esperes hacerla desaparecer,
heredó la terquedad de su padre: tu ayer»
Sonriente, llegó a la última
¿quién era esa joven sin rostro ni forma?
sea quien sea, no la quería conocer,
su sola presencia tenía la capacidad de rasgarle el alma.
«Y por último, mi favorita,
algunos la llaman Cobardía, otros Depresión,
es hija del rechazo propio y la escasez de amor,
juntas apagaremos los susurros que languidecen el corazón,
y cuando dentro ya nada palpite, descansarás en lo profundo,
tan profundo que verás apagada tu voz»
Exhausto trató de arrepentirse por dejarla entrar,
pero sabía, muy en el fondo sabía,
que si ella no hubiese abierto la puerta,
él hubiese corrido a destapar la ventana.
Sol no llegó sola,
trajo consigo la única familia que pudo conocer.
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