Inmersos en la tierra de las oportunidades, tomamos las de creencias y no las correspondientes. Merecer más, no es merecer mejor. Engañados o no, el fin del trayecto esta en nuestros pies y alma avergonzada. Seguir la línea debida es a fin de cuentas, una interpretación de la justicia y no de suerte.

La ilusión no muere, pero no se materializa. El gatillo de la pista suena pero uno se queda hincado, inmóvil y tieso. La porra incita tomar lo que uno merece, y uno se esconde de ello. Lo que parecen excusas son partes de conciencia aturdida, débil y delicada. No apretamos el acelerador por indignos y no por el riesgo de choque. La tangente es la vía más fácil y factible.

En el monte vemos el sol con brazos. Nos jala a evaporar los pesares del pasado. Es quizás el momento de aprovechar sumergirse en agua. La apertura de la vista puede ser también la del alma. Agarramos los zapatos y salimos a construir el nuevo paso, esta vez sin el empujón del compañero animado. Algo que ofrecer es lo que nos motiva, puesto que el perdón llego y el «hola» se avecina.

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