Era una mañana de sábado algo extraña. El clima no se definía, había frío y había calor. Me estaba siendo difícil mantenerme en la cama hasta tarde, como usualmente lo hago cada fin de semana. 

En medio de esa incomodidad sonó el teléfono. Un mensaje.

–Hola, hola. ¿Cómo estás? ¿Planes para hoy?

Miré el teléfono y leí el nombre del emisor. Fruncí el ceño con sorpresa y lo dejé a un lado. Me levanté de la cama y fui a ducharme.

–Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos–. Pensaba –¿Habrá reflexionado en lo que hablamos y vendrá con una propuesta diferente?– No podía evitar sentir algo de emoción.

Salí de la ducha y me dirigí a mi habitación. Tomé el teléfono y contesté su mensaje.

–Hola, hola. Todo muy bien, gracias. No tengo un plan en especial.

–¿Te parece si nos vemos? Vamos a tomar algo o también puedo llegar a tu casa y platicamos.

–Vayamos a beber y después miramos si llegas a mi casa.

–Estoy de acuerdo. Nos platicamos en un momento. 

Mi mente estaba tranquila, pero llamaba mi atención que me haya contactado. Fui lo suficiente indiferente y cortante la última vez que me pidió que nos viéramos. No creí que me volviera a buscar.

Esa vez me había pedido llegar a la casa, pero me negué. Me insistió tanto que terminé citándolo en un café. No estaba seguro si había hecho lo correcto, pero para entonces yo ya estaba en paz. 

Nos vimos en el lugar acordado. Como yo solía acostumbrar, lo terminé esperando, pues no había sido puntual. Estaba tranquilo, pero debo admitir que me emocionaba volverlo a ver después de un año que lo alejé de mi vida. 

Al fin se presentó. Pidió algo de beber y comenzamos a conversar. Estaba nervioso.

–Sabes de qué me venía acordando – Dijo y le respondí con un gesto de duda. –De aquella noche que cenamos paches en tu casa y hoy es jueves. ¿Llegarán a venderte hoy a tu casa?

Solo me sonreí y le cambié el tema. Ante la incomodidad se dispuso a salir al estacionamiento por un cigarro.

–Acompáñame a fumar un cigarro.

–Ya no fumo, pero te puedo acompañar– le respondí

–¡Oh, has hecho muchos cambios durante todo este tiempo!– Aseveró –Fue productiva tu desaparición de las redes y de todos lados. Hasta llegué a pensar que me habías bloqueado. 

–Necesitaba oxigenarme y efectivamente hice cambios en mi vida.

–Contigo siempre me siento especial y no quiero perderte–. Continuó diciéndome –Este atardecer está perfecto para volver a comer esos paches y platicar tan profundamente como aquella última noche.

–¿Sabes? Hace un año que me mudé y ahora, a mi nueva casa no entra cualquiera. Hay que ganarse ese derecho. Además, son mis atenciones las que no quieres perder, porque esas son a las que siempre quisiste; a mí nunca.– Le di una palmada en la espalda y le dije –Que estés muy bien. 

Me marché dejándolo en el estacionamiento. 

Ya habían pasado seis meses de esa vez. Yo estaba en paz, pero algo me estaba incomodando. No era el clima de esa extraña mañana de sábado. 

Algo no estaba bien y se debía a esa posible salida. Sin embargo, volvimos a hablarnos para acordar la hora y el lugar. Estuve de acuerdo y no reunimos. 

Nos vimos en un bar de la zona hotelera de la ciudad. Pedimos algo de beber y comenzamos a dialogar.

–Contigo puedo ser directo e ir al grano– Comenzó a decirme –Llevo varios días con las ganas de verte. Siento que necesito platicar contigo y escuchar cada una tus palabras tan asertivas. 

–Bueno, aquí estamos. ¿Qué necesitas platicar?

–Tienes ese ángel que te hace tan especial y que uno se sienta importante. Quiero que al salir de aquí vayamos a tu casa, me vuelvas hacer sentir así y que la pasemos rico.

–Gracias por los cumplidos, pero ¿qué te hace creer que irás a mi casa?

–Es que yo sé que tu sientes algo por mí y yo no quiero que perdamos esa conexión que habíamos tenido– dijo con arrogancia –Además, te soy honesto, quiero que me lo hagas. Necesito sentir tus caricias, tus besos por todo mi cuerpo mientras alternas la fuerza y velocidad de tus movimientos de cadera cuando me estás dando…

Fisiológicamente, no era un buen momento para que me hablara de esa forma. Después de tanto tiempo de estar solo y que alguien se me presentara con una propuesta de tal naturaleza, no me era fácil rechazar. Todavía sentía atracción física hacia él; sus 185 centímetros de altura, su cuerpo atlético, su rostro atractivo y sus cabellos dorados seguían provocándome.

Sin embargo, tenía presente la última noche que hablamos antes de volvernos a ver en aquel café. Mi corazón ya no estaba dolido. Estaba en paz conmigo mismo y con él. Era el momento de externar, sin rencores ni resentimientos, lo que sentí.

–Cuando hablamos aquella noche estabas con esa misma dulzura expresándote de mí y me hiciste creer que sentías algo por mí– Aseveré con seguridad en mí mismo –Te expuse los sentimientos que empezaba tener por ti y tuviste el cinismo de preguntarme que por qué nunca formalizamos lo nuestro. En ese momento te lo propuse, pero me anunciaste que estabas saliendo con alguien más y lo harías tu novio. Continuaste diciendo que, sin embargo, querías mantener esa conexión tan especial de la que acabas de mencionarme y me ofreciste seguir viéndonos a escondidas.

Le cambió el rostro y no podía sostenerme la mirada. Estaba siendo confrontado por mí, algo que debí hacer desde hace mucho tiempo. El encanto por su físico desapareció.

Continué diciéndole con dignidad –Te lo dije esa vez; no soy una puta para revolcarme con cualquiera, tampoco soy el despecho de alguien y menos el cuerno de una relación. 

Él me había herido considerándome insuficiente para estar con él. Sin embargo, había sanado y no podía fallarme a mí mismo. Nunca antes me había sentido tan empoderado para reconocer mi valor ante alguien más. 

Terminé diciéndole –Soy mucho para tan poca cosa.– Me levanté y me retiré volviéndolo a dejar, pero esta vez para siempre.   

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