El poeta morirá, se dice en las frías calles, al poeta no le queda mucho, rumoran las oscuras paredes, los suelos tiemblan con el retumbar de la goma de los zapatos y de los tacones del pasillo, el cielo habla con los estruendos de los fuegos artificiales.
El poeta ha de morir y él lo sabe más que nadie, el poeta no teme su destino marcado por un cuerpo indeleble y frágil, que ha de suspirar en el ocaso de un nuevo amanecer en el que el poeta no volverá a escribir.
Nadie conoce la mente del poeta, ni lo que piensa, ni lo que sueña. El poeta espera y mira paciente por el salir de su musa, su intranquilidad solo se sacia con su visita a la misma hora, marca por las manecillas de un reloj que llora al sucumbir del ocaso.
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