ENCUENTRO EN LAS NUBES

A la misma hora de siempre el sueño parecía tomarse sus licencias y devolverlo a la vigilia como si de una pelota alcanzada desde una tribuna se tratase. Se levantaba, sudoroso y desorientado, con la mirada clavada en el techo y con la parte superior del televisor dibujada finamente sobre lo bajo de su visual. Miraba la hora de soslayo y el celular le acusaba que ya le quedaban pocas horas de sueño porque tenia que levantarse a armar la valija e irse al aeropuerto. Cinco de la mañana. No tenia fuerzas para levantase tan temprano, pero tampoco quería quedarse dormido y habilitar la posibilidad de perder su vuelo hacia Miami de aquel mediodía. Entonces junto toda la fuerza de voluntad posible y se incorporó de la cama (pasando previamente por una sentada hacia un costado, con los ojos clavados en el suelo y una mirada borrosa digna de unas buenas horas de sueño).

No hacia frio por suerte, ya octubre dejaba entrever sus efectos climáticos y el frio empezaba a aflojar sus olas polares que abatían las mañanas y hacían muy difícil arrancar la jornada tan temprano. El calor era distinto. Que el día lo reciba a uno con color en el cielo, ya era un motivo totalmente alentador para levantarse sin quejar y ataduras de la cama. El frio y la oscuridad a la mañana le transmitían una enorme tristeza y desgano. Pero el clima tropical, no evitaba la fiaca característica de todas las mañanas, aunque ese día no tenía tiempo para rodeos y tiempos muertos en los que se dedicaba a bostezar y mirar el celular. Tenia que desayunar y preparar su valija, quizás, una de las actividades que mas odiaba en este mundo. Entre dientes se recriminaba lo boludo que fue al dejar el preparado de la valija para la mañana siguiente.

De todas maneras, eso no era lo que lo tenia a maltraer aquella mañana. La valija, vaya y pase. Le molestaba, pero tampoco era algo que lo volviera loco (recuerda cuando era chico y tenia que armarla con su madre, ahí si que era todo un estrés). Lo que dificultaba su descanso por las noches era algo mas complejo. Era un sueño recurrente que venía teniendo los últimos meses. No eran pesadillas, de hecho, no tenía nada que ver con la esencia del sueño. No era una pesadilla, no era una parálisis, ni siquiera era de esos sueños en los que a uno le advierten cosas que le pueden llegar a pasar en el futuro y uno se levanta preso del pánico y corre a cancelar todos sus planes semanales y a refugiarse en su casa. Nada de eso. Lo descolocante de sus sueños era uno de sus personajes, una mujer. Ella aparecía siempre en todos sus sueños, a veces con un papel más protagonista, y a veces, haciendo las veces de una especie de extra en las ficciones que su subconsciente. Se acuerda cada facción de ella. La recuerda alta y con un cuerpo escultural, una voz nada llamativa (no cree en que haya una voz estándar en las personas, pero en el momento de clasificar la voz de esta mujer no encuentra otro calificativo que no sea ese) y una tez almendrada. También recuerda sus ojos, grandes y bien redondos acompañados de un intenso color celeste como el del cielo. Una mirada totalmente penetrante y difícil de sostener, es algo que siempre le paso con las personas que tienen ojos muy claros, siente como que son faroles en vez de ojos y la luz a uno lo ciega y lo obliga a desviar la mirada. En los sueños que esta mujer interactuaba con él, le era difícil seguirle la corriente con la mirada, y mucho mas con la conversación. Se sentía totalmente intimidado y se ruborizaba al instante. Sentía que un intenso calor le recorría todo el cuerpo y que el corazón latía con tanta intensidad que se le iba a salir del cuerpo. En los sueños que aparecía de una manera más efímera, también le pasaba lo mismo, pero su dinamita era que ella le hable, lo debilitaba al instante.

Pero lo mas característico era su cabello. Un largo y enrulado cabello de un color granate, que le descendía desde el cuero cabelludo en ondas que parecían llamas de fuego que le brotaban de la cabeza. Un cabello con un volumen y una fuerza dignas de una mujer que parecía ser una diosa, que con un simple movimiento del cabello dejaba hipnotizado a cualquiera que tuviese la suerte de encuadrarla en su mirada. El contraste de sus ojos celestes con la intensidad del color del pelo era lo que mas lo atrapaba. Cuando la veía caminar de costado, que solo dejaba entrever su perfil semi cubierto por la tan poblada cabellera, y luego giraba la cabeza para realizar un paneo desinteresado del lugar y uno tenia la suerte que en el paseo de sus ojos ellos descendieran sobre uno por unos instantes, era como ser petrificado por medusa.

Nunca supo el motivo de la aparición de tan llamativa mujer en sus sueños. Trato por mucho tiempo de identificar en su memoria a que pertenecía que ella aparezca tan frecuentemente. Tampoco los sueños le daban mucha información. Siempre que intentaba preguntarle quien era, o porque aparecía tan seguido dentro de su subconsciente, el sueño terminaba abruptamente y la imagen lo devolvía a su habitación y a la penumbra del cuarto en la madrugada, con el bajo sonido de la televisión acompañando la escena de la derrota.

Supo vivir con esa incertidumbre, o al menos con eso se quería consolar. Trato de no darle importancia en el ultimo tiempo y de creer que solo era una mala pasada que se auto jugaba cuando se iba a dormir. El estrés del trabajo lo tenia a mal traer el ultimo tiempo. El negocio andaba muy bien, pero eso a su vez viene atado con más responsabilidades que lo obligaban a tener muchas mas horas en la oficina de las cuales estaba acostumbrado. Pensaba que tal vez tenia otro significado. Muchas veces había leído o escuchado hablar a psicólogos decir que las cosas que aparecen en los sueños no tienen un significado literal. Posiblemente esa mujer no era realmente una mujer, sino el símbolo que representaba sus deseos de triunfar o, viéndolo del otro lado, sus miedos al fracaso. El argumento era bastante flojo, pero necesitaba una excusa para descartar rápidamente el asunto y no estar dándole vueltas y vueltas todo el tiempo. Ya tenia suficiente con el trabajo, para colmo este mediodía tiene que viajar a Miami para discutir una posible financiación de unos inversores mexicanos. Tarea extremadamente difícil, así que, por ahora, quiere suspender las conjeturas sobre sus sueños y ponerles más atención a los tópicos empresariales.

Para las nueve la mañana ya tiene todo listo. Revisa las ultimas cosas antes de marcharse de su departamento directo hacia el aeropuerto. Llaves. Documentos. Pasaporte. Computadora. Y cualquier otra cosa más que su personalidad metódica y compulsiva le haga revisar hasta el hartazgo hasta el ultimo momento de apagar las luces y bajar por el ascensor hasta el palier. El Uber llega a las nueve y media, para las diez y cuarto ya se encuentra en Ezeiza. Le hubiese gustado llegar un poco mas temprano, porque su vuelo sale a las doce, así que tendrá que rezar que la burocracia aeroportuaria no haga de las suyas y lo veo en riesgo de perder su avión.

Mientras hace el “check-in”, se impacienta porque una señora delante de el discute con la persona en el mostrador una cuestión de peso de la valija. Mira la hora y todavía está bien en horario, pero comprende que quizá no tenga tiempo de pasear por el free shop o de sentarse a tomar algún café en “Starbucks”. Luego de que la señora por fin se rinda y pague la penalidad del peso, le toca a él. Pesa las valijas, todo en orden. Le dan sus boletos del avión y se dirige a la seguridad y luego a migraciones. Ningún inconveniente en ninguna de las dos. Simplemente deja escapar un resoplido luego de la seguridad, porque el trato que tienen las personas encargadas de ese sector lo hacen hervir en colera. “Se podría hacer todo mas ameno si te hablaran bien y con respeto” piensa mientras bambolea la cabeza hacia los lados en signo de descontento y se dirige hacia las cabinas de migraciones.

Media hora después ya se encuentra a bordo del avión. Tuvo suerte con su compañero de asiento, por lo general suelen tocarles tipos bastante pesados. Desde personas que no se quedan quietas un segundo (odia que se levanten cada dos por tres al baño y lo obliguen a salir y tratar de quedarse bien parado en el angosto pasillo), hasta los que le ocupan todo el espacio en el guarda equipaje y lo obligan a llevar lo suyo a la bodega. Este tipo era distinto. Ya cuando llego a su asiento, su compañero se encontraba durmiendo y así se mantuvo todo el viaje. No comió ni desayuno. Muy extraño, pero era preferible tener a la bella durmiente a su lado que tener a alguien que le joda la paciencia durante las nueve horas que restaban de vuelo.

Acomodo las valijas arriba y se sentó en su asiento dispuesto a matar el tiempo con alguna película o con la novela que había dejado pendiente hacia varios días. No le gustaba mucho leer en el avión, el ruido de las turbinas era un gran distorsionador de la atención a la hora de leer. Entonces prefería las películas, eso si lograba abstraerlo completamente de lo ruidoso del vuelo. Cumplidos todos los formalismos a bordo (odiaba tener que ver entero el video instructivo sobre la seguridad del avión), el avión ya se disponía a despegar. Entonces en ese momento, mientras luchaba para encontrar la hebilla para enganchar la lengüeta metálica del cinturón, vio algo que sus ojos no creían estar viendo realmente.

Aquella mujer que reinaba sus sueños, se apersono en el umbral de la cabina de separación entre la primera clase y la clase turista. Vestía un blazer azul y una pollera tubo que dejaba a la vista mitad de su rodilla y sus pantorrillas. Llevaba unos tacos que hacían sobresaltar de sobremanera su imponente altura. Un pañuelo rojo, azul y negro adornaba su prominente cuello (y él podía entrever que el pañuelo resaltaba el potente destello de sus celestes ojos). Era la azafata del vuelo, pudo dilucidarlo porque al instante empezó a dar las instrucciones de salida del avión y los elementos de seguridad que equipaban a la aeronave (siempre creyó que eran inútiles, ¿de qué podía llegar a servir un chaleco salvavidas si el avión se estrella contra un edificio?). No supo ni como reaccionar. Se quedó perplejo observándola hacer todos los movimientos pertinentes del protocolo de “introducción a el salvamento de sus vidas si este trasto se desploma”. Ignoraba completamente la voz que resonaba por los altoparlantes, que daba la información de forma oral de todo lo que la mujer hacia con señas y con elementos prácticos. Pero el estaba perdido en ella misma, en su cabello (que gracias a dios lo traía suelto y no atado como el resto de sus compañeras) y en su bellísima sonrisa que ostentaba un metódico cuidado dental (y quizás algún blanqueamiento, porque no).

Luego del despegue y de que el avión se estabilice y siga su curso, el se quedo suspendido en el tiempo. No toco la pantalla, que seguía acusando la imagen de la aerolínea y las instrucciones de “elija el idioma para iniciar”, y se esforzaba por asomar la cabeza por entre los espacios de los asientos contiguos para poder apreciarla. Pero tuvo muchísima mala suerte. Primero por su posición. Cuando saco los pasajes, se alegro de haber podido conseguir un asiento contra la ventanilla, que le permitía ver el hermoso paisaje de la ciudad haciéndose mas y mas pequeña a medida que el avión tomaba altura. Pero ahora lo lamentaba terriblemente, porque su lugar le dificultaba terriblemente la visual de las azafatas detrás de la pared de la cabina. Asimismo, no la había podido ver desde que termino sus instrucciones y se despidió de los pasajeros de turista con una extensa sonrisa y una leve reverencia. ¿Dónde estaba? ¿Su mala suerte estaba haciendo de las suyas y lo había puesto en un vuelo con la mujer de sus sueños (literalmente), pero en otro sector del avión?, sus sospechas empezaron a crecer. Espero hasta la hora de la comida para ver si la veía pasar empujando el carrito de la comida, y si lo abarajaría con la clásica pregunta de “Carne o pasta”, acompañada de muestra gratis de sus blancuzcos dientes. Pero eso no paso, dos hombres fueron los encargados de repartir la comida a la hora de la cena (Que por mas que fueron muy amables y carismáticos, el los recibió respondiéndoles desinteresadamente y apurado). No había manera de verla en el avión, daba la impresión de que se había esfumado. Entonces decidido actuar.

Toco el botón que se encontraba encima suyo. Un botón en el que una figura de un hombrecito dibujado con palitos parecía llamar a alguien. Entendió que era el que se usaba para llamar a las azafatas y lo acciono. A los pocos segundos se le acerco una señora rubia que ostentaba varios años (y una larga experiencia en la aerolínea, por lo que pudo deducir) y le pregunto, en un español muy mal implementado, si necesitaba algo. Allí fue donde introdujo la mentira que pensó en breves segundos mientras esperaba la atención luego de tocar el botón. Dijo algo de que le había pedido unas auriculares nuevos a una azafata pelirroja, porque los suyos no funcionaban. La veterana azafata arrugo la frente, y el no descifro si era porque le costaba comprender el idioma o porque creía que su mentira era muy estúpida. Por suerte lo comprendí (luego de habérselo repetido por segunda vez), pero para su mala suerte le confeso que esa azafata se encontraba trabajando en primera clase, así que debía de ser una confusión, pero que de todas maneras ella podría traerle unos nuevos si los necesitaba. “La puta madre, que mala suerte” pensó para sus adentros. Igualmente, sonrió y agradeció la atención (y accedió a que le traigan nuevos auriculares, que después se los guardo y llevo obviamente). Había fallado en su intento de interactuar con ella, así que no supo de que manera abordarla. No quería ir directamente a hablarle, le parecía sumamente desubicado. Además, ¿Qué le diría?,” Hola buenas noches, señorita quería confesarle que he estado soñando con usted varias noches”. No. Seria sumamente raro y no le sorprendería que le llamen la atención por molestar a los miembros de la cabina. Así que se resigno y opto por volver al plan cinéfilo. Se coloco los auriculares (Los originales, no los que le trajo la azafata entrada en años, esos tuvieron otro destino) y puso una película de Clint Eastwood que quería ver hace bastante y no la podía encontrar por ninguna parte.

Mientras veía la película pensó varias cosas. Se debatía con el mismo si todo esto no era mas que un producto de un sueño dentro de otro. Pensó que quizás no se encontraba en el vuelo 956 con destino a Miami, sino en su cama de su departamento en CABA con dirección a el reino de sus alocados sueños. Era descabellado pensarlo, pero podía ser una posibilidad. Aunque sus sueños no solían tener una coherencia, ni mucho menos un hilo tan fino y marcado como el que supuestamente estaba teniendo este. Seria extrañísimo soñar con que tenía un día común y corriente en el que viajaba por negocios. El acostumbraba a tener sueños sumamente raros (todavía recuerda aquella vez que soñó que jugaba un partido de futbol para Independiente, el club del cual es hincha, y hacia un gol para ganarle sobre la hora a Racing Club, su eterno rival, lo raro era que uno de los compañeros que lo iban a abrazar en el festejo de gol era Jerry Lewis. Cuando se levantó, entre risas, comprendido que no fue una buena combinación, para el sábado en la noche, un partido de Independiente y “El rey de la comedia” de Martin Scorsese).

Entonces descartaba la opción del sueño. Además, nadie soñaba con cosas tan vividas. Se siente como si fuese el protagonista de “La noche boca arriba”, aunque no cree que algo así pueda llegar a ser posible. Afirma los auriculares y se resigna a perderse en “Richard Jewell”, mientras las siete horas restantes del vuelo aparecen centellantes en el pequeño indicador que se ubica abajo en la pantalla. Terminada la película, el sueño lo vence y vuelve a despertarse con el sol golpeándole la cara y con la ciudad de Miami precipitándose debajo del avión.

Parado en la eterna fila que se hace cuando el avión frena y la manga empieza a ser colocada, empieza a tratar de divisar a la mujer entre las cabezas de las personas paradas. Todavía no entiende el motivo por el cual toda esa gente se para. ¿La ansiedad por bajar es tan grande? ¿O simplemente el ser humano es incivilizado por naturaleza? Ni hablar de los aplausos al aterrizar, que por suerte no sucedió porque no había ningún argentino a bordo, salvo el.

Cuando la fila se descomprime, la gente empieza a atreves el avión y a descender hacia un costado, como es habitual. El acompaña la gente, pero sin mirar hacia adelante, el mira hacia todas partes. Quiere cruzar sus ojos con los de ella. Quiere quedar iluminado por esa eterna luz celeste, aunque sea por un brevísimo segundo, en donde la interacción entre ambos sea una sonrisa cordial y un gestito de la mano para despedirse y agradecer el servicio del vuelo (y si tenia suerte cruzar alguna palabra, que no iría más de “thank you, bye” “your welcome”). Pero para su mala fortuna, logra divisarla a lo lejos, acomodando los asientos de primera clase mientras el ya se encuentra en la puerta del avión, listo para bajar. Se frena por dos segundos, en los que cabecea para centrar su mirada en ella, atreves de las azafatas y comandantes de avión que se ubicaban en la puerta para despedir a la gente, y en ese momento no hacían otra cosa que bloquearle la vista. De nuevo se resignó, y por ultimo vez. Le dio una ultima hojeada, en la que creyó por un segundo que ella le devolvió la mirada y se quedó observándolo, y bajo del avión saludando a la tripulación con un gesto desinteresado de la mano.

Ya desligado del tema, realiza todas las formalidades burocráticas que comprende entrar a otro país. Pasa por migraciones y, para su suerte, recibe un buen trato y sale al aeropuerto. Alli se fija el teléfono para revisar el horario y se da cuenta que en breves tiene la reunión con los mexicanos en el hotel. Apura un poco el paso para salir a la puerta del hotel y pedir un taxi, cuando escucha algo llamativo a sus espaldas.

“Caballero, discúlpeme caballero”. Una voz femenina se colaba entre el barullo del aeropuerto. Estaba gritando, y por lo que pudo dilucidar en el momento, se acercaba a el casi corriendo. Entonces freno su paso apresurado, guardo el teléfono y se dio vuelta. Entonces la vio. Era ella, tan pelirroja y esbelta como siempre la soñó. Con sus hipnóticos ojos celestes escudriñándolo, y con una mirada de confusión impresa en la cara. No supo que responder, ninguno de los dos. Se quedaron mirando por unos segundos (lo que parecieron horas, pero para el estaba bien), y ella rompió el silencio.

  • Mire, lo que le voy a decir quizá es extraño. No se bien como decirlo – Lo decía entre risitas y miradas ocasionales al suelo, signo de su confusión y vergüenza – Pero lo vi pasar en el avión y me pareció muy extraño su presencia y tuve que venir a hablarle, no lo pude evitar.

El se queda con la boca abierta y casi sin poder responder. No sabe que decir. Pero de todas maneras agradece a la vida que ella le haya hablado por lo menos. Ahora conoce su voz, es igual de hermosa que en los sueños.

  • No entiendo a que se refiere con extraño – Responde el, haciéndose un poco el desinteresado. Pero descolocado de todas maneras.
  • Mire, hace varios meses que vengo soñando con usted – Dice ella, que queda tildada en un gesto de la mano, como queriendo decir “entendeme por favor y no me trates de loca”. De todas maneras, a veces tiene más participación y a veces menor, pero usted siempre aparece. Así que necesitaba, aunque sea hablarle y escuchar su voz, que nunca lo pude hacer.

Sentía que se iba a desmayar. O sea, ¿que ella estaba sufriendo lo mismo que él? Estaban siendo objetos de algún tipo de prueba o experimento con los sueños y nadie les había dicho. No podía comprender, el gesto de su cara era como la de un niño cuando se pierde en el supermercado y la inmensidad de las góndolas le hace creer que estará atrapado allí para siempre (cosa que le ha pasado mucho en su niñez). Ella esperaba una respuesta, con la cara en una mueca de nerviosismo inmensa y con las manos suspendidas en el aire, en una clara imagen de “dale decime algo por favor”.

  • ¿Tiene algo que hacer ahora? – Pregunta el de forma muy calma, acompañado de una breve sonrisita.
  • No, tengo que esperar unas horas a que el próximo vuelo que me toca aterrice. ¿Por qué?
  • Vayamos a tomar un café, yo también tengo mucho que contarle – Y le señala la cafetería que se ubica entre la tienda de recuerdos de “I love Miami” y un puesto de información pequeño.

Ella accede y ambos empiezan a caminar a la par. Al final, los mexicanos y su negocio pueden esperar. Porque en estos casos, el destino hizo de las suyas. Y al destino no se lo puede hacer esperar.

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