Muchas veces me pregunte: ¿Como seria mi vida si no
hubiera pasado por donde pase? ¿Que seria de mí?, quizás
un buen padre, amoroso esposo, de seguro que estuviera en
otro estilo de vida. Pero eso es solo suposiciones, ya que
vivo en una realidad, aunque en otro tiempo no tenia
realidad.
Muchas veces el hombre no acepta sus propias realidades y
entra en una fantasía que lo lleva a sufrir y someter su vida
en un espiral, conduciéndolo poco a poco a una
destrucción. En mi caso la programación me llevó a creer
una fantasía que me mantuvo atado por un periodo de
muchos años a una mente reprobada.
No
podemos exigir que nuestro desarrollo como personas
hubiera sido de acuerdo al plan de Dios, cuando todas
nuestras generaciones han sido afectadas por tanta malicia
y disfunción, no solo a nivel familiar sino también a nivel
de la sociedad como tal: familias disfuncionales forman una
sociedad disfuncional.
Definitivamente, todos hemos estado bombardeados por
conceptos distorsionados y mala información que nos
llevan a expresar conductas derivadas de una sociedad
disfuncional enferma.
No pretendo que vean este escrito como un drama, sino
más bien como una historia de alguien que siendo
homosexual, Dios lo amo siendo así y lo llevo en un
proceso de transformación que cambiaría, no solo su propia
vida, sino la de muchos.
Wilson Torres fue un niño que nació con una diferencia a
muchos niños, el nació con una marca que a su tiempo
entendería. Aunque no seria fácil para él, ya que no tendría
la culpa de la vida que habría de tener.
Una etapa de mi vida crecí en un hospital, ya que me
habían diagnosticado con una condición llamada
Meningitis, por causa de ese tipo de condición estuve
alrededor de 6 años en hospitales. No fue fácil para mis
padres, ya que yo era el menor de 4 hermanos, el tener que
estar pendiente de mis dos hermanas mayores y mi otro
hermano, reconozco que no era una tarea fácil. Le doy
gracias a Dios por permitirme tener unos padres como los
que tengo, ya que en sus limitaciones económicas pudieron
sobrellevar las situaciones que vendrían, son unos padres
especiales.
En el transcurso del tiempo, me dieron de alta, fue cuando
comencé a estar más tiempo en mi casa. Recuerdo el barrio
donde vivía, Dulces Labios en Mayagüez, Puerto Rico,
donde todas las casas eran de madera, y escuchabas hasta el
televisor del vecino no sé si era por que tenia problema de
audición o por lo pegadas que eran las casas. ¡Sin olvidar
las mascotas que nos visitaban de noche, las famosas
cucarachas, era divertido correr de ellas gritando como un
loco cuando volaban hacia ti!
Recuerdo la casa, frente a ella mi papá tenia un taller de
rejas, donde mi mamá y el trabajaban los tiempo libres, ya
que mi papá trabajaba en una fabrica no muy lejos de la
casa, frente al taller teníamos un gran árbol de mango
fruto nativo de mi pueblo. En ocasiones mi hermano y yo
ayudábamos a mi papa con las rejas, aunque a él no le
gustaba mucho por causa de que no fuéramos lastimados.
En ocasiones mi mamá pasaba parte de su tiempo con sus
amigas, cuando papi estaba en el trabajo, en esas ocasiones
nos quedábamos con Tamara, mi hermana mayor, que nos
cuidaba junto con Beba, mi otra hermana.
Mi madre padecía de una condición llamada Lupus, ella fue
diagnosticada cuando estaba en cinta de mí. En esa etapa,
mi mamá se complicó perdiendo todo el cabello y toda
fuerza para atendernos.
Por eso tomaron la decisión de enviarnos a casa de mis
abuelos por parte de mi papá, donde estaríamos mejores.
Esa decisión para ellos parecía ser la mejor, pero para mi
no lo era, ya que eso conllevaba a separarme de mi mama
sin saber si la volvería a ver de nuevo. Recuerdo ese
momento donde un familiar nos vino a recoger, fue
doloroso para mí el tener que separarme de mis padres, no
era fácil y menos para un niño de casi 7 años.
Mis abuelos vivían en una distancia de casi media hora,
donde para mi pequeña mente se veía un camino eterno.
Era una casa bien grande llena de muchas plantas, perros,
era como un pequeño campo separado del pueblo, que
recuerdos, dormíamos en uno de los cuartos que daba para
la marquesina, donde se podía sentir el rocío de la mañana,
incluso ver en ocasiones a mi abuelo parado mirando la
finca ya que mucha de las ventanas eran solo rejas y tela
para evitar que entraran los mosquitos. Tenia una tía que
vivía al lado, tenia una casa de dos cuartos y en un
apartamento, cerca de la marquesina, vivía mi tío.
Todo era una rutina en esa casa: en la mañana temprano a
desayunar, luego a saludar a abuelo en su gran sillón color
marrón y a Topo, el perro que dormía al lado de él, luego a
hacer los quehaceres de la casa, bañar los perros, buscar los
frutos en el patio, darle de comer a las gallinas, lo normal
en una casa que tenia una granja.
Recuerdo los momento en la finca jugando de escondidas,
mi tío tenia la costumbre de ponernos a mis hermanos y a
mi en la marquesina, y nos tiraba monedas para que
nosotros las cogiéramos, muchas monedas, después de
cogerlas nos dirigíamos a la tienda a gastarlo en dulces,
como era un hombre solo, todo lo que recibía lo guardaba,
incluso las monedas.
Los domingo era la Iglesia, nos levantaban temprano para
prepararnos con las pequeñas guayaberitas y los zapatitos
de charol negros, reconozco no me gustaba, y la famosa
brillantina (una especie de crema aceitosa en el pelo que te
lo dejaba brilloso) y cuando jugaba todo ese aceite
terminaba en todo mi cuello y cara.
Llegábamos a la Iglesia Presbiteriana donde todo eran
bancas duras por todos lados, nada más de pensarlo
recuerdo la sensación de estar horas sentado escuchando al
pastor, mientas mi pequeña cabeza decaía por el sueño.
Comenzaba el servicio con un pequeño devocional que
duraba alrededor de media hora y luego la escuela bíblica
donde quedaba en el sótano de la iglesia. Después de la
escuela bíblica comenzaba un tiempo de receso donde
todos se acomodaban para la prédica.
Luego al salir nos teníamos que despedir de media
congregación y luego a la casa, donde comíamos bacalao
con viandas mmm!! Nada mas de recordarlo lo disfruto, las
viandas directamente del patio de la casa. Recuerdo a
Abuelo, sentado en su gran sillón marón.
Donde en ocasiones lo molestábamos poniéndole pulgas en
la cabeza, nunca de dio cuenta, el disfrutaba nuestra
compañía aunque se comportaba como un hombre serio,
dedicaba la mayor parte del tiempo en la lectura de la
Palabra, y en ocasiones nos enseñaba a jugar dominos
después de la iglesia.
Algunos domingos, íbamos a la Iglesia de mi tío que
quedaba cerca de la casa. Recuerdo en varias ocasiones
tocar la batería, tenia muchos amigos en esa Iglesia y
participé en muchas actividades navideñas, recuerdo a mi
hermano vestido de vaquero porque era representación de
las naciones, yo de ovejita, representando una de las que
estaba en el pesebre.
Dice la palabra: «Instruye al niño en su camino, Y aun
cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22-6).
Pensarán ustedes, como lectores, “no veo nada fuera de lo
normal en este niño” pero ese niño ya en su interior había
vivido mucho más que los niños de su edad, su inocencia la
perdió durante una edad muy prematura. El niño ya había
sido abusado y nadie sabía nada, ni aun sus hermanos. Dios
era el único testigo de lo que le estaba ocurriendo a ese
niño.
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