Aquella tarde, decidimos juntarnos, teniamos una quedada pendiente, cuatro mujeres, por las que el tiempo pasaba con lentitud. Acudimos a la playa de San Lorenzo, cerca del Cerro de Santa Catalina, nuestros orígenes tatuaban el lugar.
Veinte años atrás. Susana tuvo la idea más absurda que ninguna de nosotras podía imaginar.
-¡Chicas, escribamos un diario!-, -¿juntas?-, dijo Claudia, -¡coño, juntas es juntas Clau!, pareces lela, ¿la arena te ha congelado tanto el culo, que te atonta el cerebro?-, dijo Mar entre carcajadas, mientras sostenía su botellin a medias. -¡Callaos borrachas!, ja ja. Quizás yo también lo estaba, pero menos.
El pequeño cuaderno de espiral se estrenó sin pudor.
Junio de 1998:
Hoy me siento la puta mas puta de las putas sin caché. Me he acostado con el novio de Mar. Quizas deberia contarselo, pero no me atrevo, mi cobardía solo me deja escribirlo, igual con el paso de los años, sino se llegan a casar y lo lee, pueda perdonarme.
Firmado: Susana.
Empezamos bien…
Escribimos todas con y sin gravedad, cuando lo terminamos de ensuciar, de hacerlo llorar, e incluso de resquebrajar las hojas de ira, entonces lo escondimos.
Fuimos al Cerro de Santa Catalina. Recuerdo una noche estrellada, la mar tranquila. Claudia llevaba dos cucharones para hacer un agujero en la pradera que encabezaba el cerro.
Lo hermetizamos, acorazandolo en cinta aislante, cavamos todo lo que dieron de si los cucharones, allí quedó enterrado como una cápsula del tiempo.
Doce de la noche. Después de recordar viejos tiempos, a Mar se le ocurrió sacar el tema de nuestro enterramiento, habían pasado veinte años.
Susana empezó a palidecer, su magistral estreno iba a ser demoledor.
Llegamos al punto clave, epicentro de desgracias ajenas y como no comunes, Santa Catalina.
Claudia recordaba el punto exacto.
-!Mierda a esta la cerveza la espabila¡-. Mar sacò una cuchara de su bolso, Susana atónita pensó, -lo lleva preparado-…
Después de quince minutos interminables, el cuaderno vio la luz nocturna. Susana y Mar se miraron fijamente, el cerro advertía tormenta. Las manos de Mar rápidas como un cohete, se hicieron con el cuaderno.
-¡Mar por favor dame el cuaderno!-,
-¿por qué Susi?,
-¡por Dios Mar!-,
-¿tienes algo que decirme?-.
Clau y yo empezamos a sentir como el aire se cortaba con cuchillo. Me agarrò del brazo con una fuerza titánica.
Junio de 1998.
Mar comenzó a leer…
Sus labios rojos se secaban como tierra infertil, aquellos ojos verdes se volvieron vidriosos, a la vez que desprendían un fuego letal. Susana empezó a llorar, intentó quitarle el cuaderno de las manos suplicándole perdón.
Clau y yo, paralizadas, la brisa suave del mar nos congelaba la sangre.
Ellas forcejeando, poseídas por la cólera, a violentos empujones. La noche era clara, pero no lo suficiente, no podíamos ver donde pisaban. Se escuchaba como rompían las olas en el acantilado, pero a los pocos segundos se sumaron dos gritos desgarradores, Susana y Mar se precipitaron por el cerro, Clau se desplomò. Me arrodille a su lado. Las lloramos el resto de nuestras vidas.
Al bajar la marea dos cuerpos, un cuaderno y un secreto. Santa Catalina epicentro de suicidios y de vidas destrozadas.
Quince de julio de 2019.
Después de pasar unos meses desoladores al lado de Claudia, decidí volver a mis otras raíces.
Necesitaba un cambio de aires, olvidar era el principal objetivo.
Reconozco que con poco esfuerzo y pocas ganas de pasar la goma. Me sirvió para tranquilizar los nervios, puede que para ser egoísta por unos meses y dejar que mi vida tomara su propio rumbo.
Pero al poco tiempo, decidí que tenía que volver.
Aquella madrugada estaba ansiosa. Tener que viajar me ponía al nivel nueve coma cinco en la escala de Richter de mi corazón.
No sabía si sería capaz de enfrentarme a aquello que nos había marcado de por vida.
Ni tampoco si sería capaz de asumir la otra realidad
Llegué pronto a la estación. Las agujas del reloj marcaban las doce y cuarto de la noche.
Mi autobús no salía hasta la una y cuarto de la madrugada, tenía tiempo de sobras para devorarme los nudillos y deleitarme con el sabor de mi propia sangre si era necesario.
Yo también escribí en el diario, no se si mis páginas se leyeron, si alguna tuvo la oportunidad. Quiero creer que no, después de su profanación volvió a morir en el mar.
Mi cabeza divagaba por aquel paraje entre lágrimas tinta y papel. Al levantar la vista vi que mi pasaje hacia la incertidumbre, no salía en el panel de información.
La espera ruta del cantábrico, estaba siendo una angustia. Sumados a los comentarios de un hombre trotamundos, que parecía saberlo todo. El olor a gasolina, a humo, me provocaba arcadas. Las manecillas del reloj seguían avanzando y en dársenas ni una letra roja de llegada.
Pensé que podía ser una señal, que quizás no tenía que volver. Pero mis tripas me decían todo lo contrario.
-Ves, comprueba, enfréntate a ello-,
-¡Es tu obligación!-, me decía una vocecita gritando dentro de mi oído.
Por primera vez en mi vida, me olvidé del resto e hice lo que mis pasos me pedían, avanzar. Aunque en parte fuera directa a mi propio matadero, yo sería mi verdugo y también mi ángel de la guarda.
A pocos minutos de llegar el autobús, crucé cuatro palabras con una pareja y que casualidad, él, asturiano. De pronto no se como, la conversación empezó a girar sobre el cerro de Santa Catalina. Ahí estaba la otra contraposición, tenía que ir.
Al fin y al cabo hubo dos opciones, las esencias que acompañaban a la circunstancias querian que mi yo decidiera, y eso hice, marchar.
Ocho horas después abrí los ojos.
Ahí estaban, altivas, majestuosas, cortaban la respiración. Verlas de nuevo fortificadas por ese mar de nubes, meciendo a sus bebes, haciendo llorar a los cristales del autobús.
El paraíso para muchos de nosotros.
Me había instalado en Begoña, quería darle una sorpresa a Clau. Cierto es que desde allí lo tenía todo a mano. Necesitaba la mezcla de lo bohemio con lo tradicional, era el lugar perfecto.
La plaza con sus palmeras, sus bancos de madera, usurpados por la pareja de abuelas discutiendo, sobre porque el grupo que comenzaba a tocar, no cantaba en asturiano. A la vez que una cuadrilla de niños jugaba con una pelota, y en el banco de enfrente un señor leía el periódico y que con la fusión del aquel lugar, dibujaba una media sonrisa en sus labios, por la versatilidad del momento, a la que yo me sume mientras disfrutaba del olor a casa, o eso creí.
El ser humano es inconsciente, hay que tener en cuenta que cuando alguien se siente desbordado, tiende a idealizar.
Y eso es lo que me paso a mi. Viví el infierno, escribí mis secretos, toque el cielo y la hostia fue monumental.
Pero bueno esa es otra historia…
Cuatro días después, llamé a Claudia. Cinco tonos y no me lo cogía, empezaba a ponerme nerviosa.
Sabía cómo se encontraba, tenía miedo de que hubiese hecho alguna tontería.
Al sexto, escuche su dulce voz.
-¿Sí dígame?-. No sabía mi número de teléfono, pues por circunstancias tuve que cambiarlo.
– ¡Hola mi niña, soy Julia!-, Claudia empezó a llorar. Su respiración se hizo más intensa, hasta tal punto que no podía hablar.
– Nena tranquila, estoy aqui, en Gijon, escucha, ¿donde estás y voy a buscarte, te parece?-,
– Estaba dando un paseo por el monumento a la sidra, te espero aquí-, colgó.
Empezó mi recorrido. Ese que me erizaba la piel, ese que me dejaba sin fuerzas, ese que hacía que mis pasos fueran mecánicos y como un gps, llegara al lugar. Envuelta solo por el acento de la gente.
recordando olores, risas y lunares.
A pocos metros distinguí su melena, rubia y rizada, sentada en un banco fumaba un cigarro. Y entre las piernas parecía sostener algo, entonces pensé, ¡Dios mío no puede ser!, y si, si fue……
Había sido leída…..
Cuando estaba casi a su lado, giró su cabeza, puso las manos sobre los labios, una página estaba marcada con la punta doblada…
Comenzó a leer:
BEGOÑA
Se levantó con el día lluvioso. Al sentir el agua en su piel, sentía que había vuelto a casa. Se pintó los labios y cruzó Begoña, en busca del café que dilataría sus pupilas. Dándole vueltas a su solo, pensaba en el cerro, en el abismo que eso provocó en ella. Bohemia y mística a la vez, encrucijada que se fundía en su trisquel tatuado en su piel. Dentro de su corazón, vivían las ansias, ese no se que, que no se puede explicar con palabras. La vuelta la había hecho entender que ese cafecin, el tacto de la arena y las gaviotas sobrevolando el mar, que el amor es para siempre. Escrito o sin escribir.
La paz había tocado su alma, y el tiempo, ese compañero de viaje que todos llevamos a cuestas, es nuestro mejor aliado. Para entender que no es el cuándo sino el cómo….
-¿Me explicas esto?. Un «no» quiso salir de mi garganta, pero mi cerebro, mandó a mis labios decir un sí balbuceante, casi inapreciable al oído.
Sentadas en aquel banco, dándole la espalda a los pequeños barcos amarrados enfrente de Pelayo, encendí un cigarro, me recogí el pelo y la miré a los ojos. Trague saliva, y empecé a contar esa historia que años atrás escribí, y que algún día si mi corazón me lo permite y la mujer de hielo me da la mano, escribiré en un nuevo papel, esperando que mis lágrimas no corran la tinta y borren las palabras.
OPINIONES Y COMENTARIOS