LA EXPULSIÓN DEL PARAÍSO
Lo citaron para las ocho de la mañana. Del teléfono fluía una voz suave y amigable, sin embargo, el maestro, en ese entonces, director de la escuelita de San Bernardo, aunque no había motivos para temer, sentía desconfianza de la voz que provenía del otro lado de la línea. Esa noche durmió poco y mal, había, según la interpretación de los sueños, un pronósticos nefasto. Al momento de salir al complejo ministerial, el librito amarillo incrustado en la visera para sol de su camioneta le invitó a leer: «Oh Jesús sacramentado enemigos veo venir, la sangre de tu costado de ellos me ha de cubrir…» leyó y se fue repitiendo una y otra vez la oración.
Vengo porque me han citado dijo el maestro en la puerta de ingreso, la recepcionista tomó todos los datos, esperó unos minutos y le pidió ser acompañada, mientras la seguía, no dejaba de pensar en las lombrices gigantes que había soñado, tampoco dejaba de pensar en el gato negro que se les cruzó de izquierda a derecha cuando estaban en Cortadera y el chofer había dicho que eso era mala suerte. No hay motivos para sentirse así se decía. El sonido característico de unas bisagras sin lubricar le sacaron de sus cavilaciones y le pusieron frente a los que a partir de ese momento serían su jueces y verdugos.
Una de las mujeres se levantó y le saludó con beso, ay si hubieses sabido que ese era el beso de Judas no te hubieses sentido aliviado, tuvo que decirse un tiempo después. La otra mujer, que ocupaba un cargo más alto, le saludo desde su lugar y el director, jefe de las dos mujeres, le extendió la garra sentado detrás de su escritorio. El maestro tuvo la sensación de estar apretando un sapo o un murciélago y retiró su diestra con ímpetu, no había causa para sentirse así, pero, este personaje, al maestro le causaba nauseas tan solo escuchar su nombre. Sin rodeos le preguntaron por los hechos acaecidos el día veintitrés de marzo. El maestro y director relató con detalle tal cual habían sucedido las cosas. El hombre parecía no dar credibilidad a la versión del maestro, se agarraba el mentón, miraba a las mujeres, hay que subir, hay que subir, les repetía, hay que subir a ese lugar hermoso e inaccesible, de sus ojos pequeños emanaba un destello de odio cuando lo decía.
Pasada la reunión, le invitaron al maestro a salir y le pidieron que espere afuera. Media hora después se abrió las puertas del ascensor y la figura oronda de la mujer que tenía el cargo menos inferior que los otros apareció con el libro de actas bajo el brazo. Hemos decidido apartarle del cargo y cancelar su designación dijo y cuáles son los motivos, preguntó el maestro. Ley 26.465, violencia de género y Ley 13.168, violencia laboral, se ufanó la mujer al decirlo. Pero eso no está probado, se apresuró a decir el maestro tímidamente que en ese momento se balanceaba como espantapájaro impulsado por el viento, sintió que las piernas no le sostenían y antes de que pida que la tierra se lo trague, una voz le dijo: ¿Cuál es tu delito? No lo sé dijo el pobre maestro. Tu delito fue, agregó la voz, brindar la mejor educación para los niños de San Bernardo, tu delito fue hacer que todo el personal trabaje y no falte, tu delito fue pretender que esa escuela sea la mejor de la región, tu delito fue hacer que a los maestros, niños, porteros y alberguista no les falte comida o ya te olvidaste de que se morían de hambre porque el proveedor se quedaba con el cincuenta por ciento de la comida, o ¿te olvidaste de que en marzo sufrieron la hambruna y la exclusión? Por eso hiciste lo que hiciste sacrificando horas de descanso, no tuviste límites de horario, para ti no hubo feriados, no conociste la fatiga, abandonaste a los tuyos por pensar en los demás y ahora no me vengas con que te vas a rendir ante la injusticia, levante ese ánimo, haga honor a su estirpe, a los cinco siglo de resistencia y sea como el cardón, !muera de pie¡ Concluyo la voz.
El maestro, tomó su birome, miró de frente a su verduga, a la encargada de ejecutar su suplicio, a ella que sabía todo lo que pasó, que había visitado dos veces la escuelita, a ella que conociendo la verdad de los hechos, lo negó, le dijo: voy a firmar en disidencia, los cinco siglos de resistencia de mi pueblo que para ustedes es aguantar, resistir, tolerar, a partir de hoy tiene otra acepción para mí, voy rechazar, voy a contrarrestar todo cuanto digan o hagan, agregó. La mujer que no esperaba esa reacción de parte de un colla frente a un blanco o blanca, lo miró alejarse silbando por la puerta de ingreso, lo que nunca supo es que el maestro se fue silbando la copla que le cantó siempre su madre:
Aquí está el yoscabeñito
cancha lo quieren hacer…
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