Ceferino despertó con la boca seca y dolor de cabeza, la baraja en casa de su compadre se había puesto buena y entre cerveza y tequila le habían dado las dos de la madrugada.
Esa mañana no tenía muchos ánimos, no estaba muy bien, pero tenía hambre, así que se levantó de la cama, se puso las botas, escupió un gargajo en la bacinica y fue a la cocina a que su mujer le diera almuerzo. No encontró a su esposa por ningún cuarto y supuso que se había ido a la iglesia a rezar el rosario, así que ya medio resignado se preparó un huevo con frijoles refritos y un café, al que como acostumbraba le puso su ingrediente especial, una cucharada de víbora molida. El desayuno le sentó muy bien y ya con ánimos repuestos salió al corral a ver si sus hijos seguían ordeñando y poder ayudarles.
Al abrir la puerta de su casa el sol le dio de lleno en la cara y entrecerrando los ojos notó que la galera estaba abierta; mil y una veces les había dicho a los cabrones de sus hijos que la cerraran, se metían los ardillones y se comían el concentrado, se asomó a la galera y no notó nada raro, salvo que faltaba el rifle y una reata. Cerró la galera y caminó con coraje a la ordeña, les iba a reclamar por dejarla abierta.
Al aproximarse con paso decidido notó que nadie había ordeñado esa mañana, las vacas seguían en el corral con las ubres a reventar, estaba más enojado, su cara se puso roja como la lumbre y rayando madres se metió a la ordeña. Allí estaban sus dos hijos y antes de que pudiera reclamarles algo, ellos le dijeron: venga con nosotros Apa, Ceferino molesto les comento que primero había que ordeñar:
-No Apa, esto es más importante.
Se dirigieron en silencio hasta el corral, a la orilla más alejada, en ese lugar Ceferino pudo ver a lo que se referían, la vaca recién parida estaba muerta, llena de zarpazos y su becerro no estaba, el hombre en silencio pensaba en un gato montés. Pero su hijo menor habló:
-No me lo va a creer apa, fue doña Carmela.
-Ah, chinga´, tas loco Miguel, ¿cómo doña Carmela?
-No, Apa, yo la vi, a las seis que me levanté a ordeñar, yo iba caminando al corral y de repente bajó un pajarote negro que se le fue encima a la vaca, fui corriendo por el rifle a la galera, pero cuando llegué con él ya llevaba al becerro en las garras, entonces le apunté y la cosa volteo a verme, me paralicé del miedo, tenía la cara de doña Carmela y aparte se iba riendo de mí.
Parados ahí, solo se miraban unos a otros sin saber que hacer, de doña Carmela se decían tantas cosas, cosas extrañas, cosas que solo se platican susurrando.
Horas después, cuando llegó la hora de comer, la esposa de Ceferino que no sabía nada de lo ocurrido les comentó que en la mañana se había topado en el santísimo a doña Carmela:
–Me dijo que le enviaba muchos saludos a toda la familia, andaba muy contenta.
OPINIONES Y COMENTARIOS